Conjugar el nosotros

Adoro la aventura en la que nos hemos metido juntos. Esa zambullida tras el salto desde el acantilado, entrelazados los dedos. Y de ese entrelazarse los dedos, los cuerpos, las vidas, las almas, empiezan a verse frutos en nuestras alegrías cotidianas, en nuestros derrumbar los muros, en el nacimiento de rutinas creativas y en un pequeño Jaime que balbucea desde la cuna mientras abraza a su oso.

Un año. Un año del comienzo de «una historia maravillosa e increíble, y a la par tan natural y cotidiana» —no podía haberlo definido mejor mi amigo Dani—. Un año para irse acostumbrando al «te presento a mi novi… a mi marido, quiero decir», o «ella es mi mujer» o a los «¡señora de Callejo!». Para acostumbrarse a que por las noches ya no me dejas en el pisinho sino que vamos a nuestra casa. Un año para ir haciendo realidad lo que canta Sabina: «que todas las noches sean noches de boda, que todas las lunas sean lunas de miel». Un año en el que en muchas ocasiones hemos podido mirarnos y decir «somos un equipo» y «juntos podemos todo».

Aprender a conjugar la primera persona del plural. Construir. Construir nuestra vida, ir poniendo poco a poco a punto un piso al que llamas casa, hogar: un mueble nuevo, unos cuadros tuyos, un reloj de cocina… Y más allá de lo material: un modo de hacer, un nuevo modo de ser, ese dos en uno con efecto multiplicador y expansivo. Tan expansivo que el 5 de abril nuestro hogar creció con una nueva pieza, única, irrepetible, llena de libertad y potencial, aunque ya estaba presente desde hacía 9 meses y era incluso de antes: del “sí” del 20 de junio, de entregarnos las vidas y todo.

Dicen que Raïssa Maritain, cuando conoció al que luego sería su marido, escribió: «Teníamos que crear un mundo los dos. Teníamos que ponernos de acuerdo en qué significaba el color azul. Ni el tuyo ni el mío, el de los dos».  Ni el azul de tus ojos preciosos, ni el azul de mis faldas largas y pañuelos. Un nuevo azul, inédito, en un crescendo permanente. No siempre es fácil. Pero, ¿sabes una cosa? A veces, en tus gestos, tus miradas o tus actos, en el superlativo que me regalaste un día,  veo con claridad los versos de Salinas:

«.. Es que quiero sacar
De ti tu mejor tú»

Recuerdo que las primeras semanas, algunas amigas, ya casadas, me decían: «Ay, qué brillante está tu alianza. Como se nota que es nueva». En aquel momento pensé que me gustaría conservarla siempre así de lisa, sin rasguños ni roces… Pero luego me di cuenta de que para eso tendría que quitármela cada dos por tres… y no me pareció buena idea. Además, lo bonito es que, a pesar de los golpes y las pequeñas muescas que pueda ir teniendo, no pierde ni un ápice de su belleza. Así es la vida y el amor: ¡menuda gracia si los guardamos en una cajita de terciopelo para que no se nos rompan ni se nos manchen!

Qué adecuadas son las alianzas como símbolo matrimonial, más allá de las razones históricas —que también—. Las alianzas suelen ser anillos sencillos, de un solo material, pero este material es valioso y resistente al mismo tiempo. Su sencillez hace que sea cómodo y fácil llevarlas cualquier día, en cualquier momento, y así se convierten en el perfecto signo del amor cotidiano. Porque debemos amar siempre. No nos quitamos el amor como quien se quita el abrigo al entrar en casa, o el bolso al llegar al trabajo, o el reloj cuando nos molesta en la muñeca. Las alianzas están ahí, siempre en nuestras manos, ellas y las inscripciones en su interior, como un recordatorio del amor que nos prometimos y que debemos construir cada día.

Un año. Una amiga me dijo recientemente: «Hace nada estabas terminando la carrera y ahora tienes un marido, tienes un hijo, tienes una casa». Le di la razón a medias, y reformulé: «Ahora soy esposa, soy madre y vivimos en un hogar». Poner el énfasis en el ser, más que en el tener. Porque los cambios de los últimos meses han sido en ese plano, esenciales.

Un año para no parar de cantar con Maná y Juan Luis Guerra: «Bendito el lugar y el motivo de estar ahí, bendita la coincidencia —la «diosidencia», diría una amiga mía, con razón—. Bendito Dios por encontrarnos en el camino. Bendita la luz, bendita la luz de tu mirada».

Que la persona con la que te lo pasas genial sea también la persona que te hace feliz de verdad. Tan sencillo y complejo como eso. De esas múltiples certezas que —desde que nos casamos— de repente brotan dentro de mí como un rayo de luz, como unas cuerdas percutidas. Podría indagarse el razonamiento, las bases antropológicas que las apoyan… sí, podría. Pero es más que eso: hay que vivirlo. Gracias por vivirlo conmigo.

 


  • Respecto al tema de las alianzas y su simbología, he leído un artículo con una perspectiva interesante: señala que el anillo que lleva el marido no es signo de su promesa sino de la promesa de su mujer, y viceversa. Os lo recomiendo: Wedding nights and wedding rings

10 comentarios en “Conjugar el nosotros

  1. Sonia Enid Ríos Rodríguez dijo:

    Simplemente un artículo lleno de felicidad. Lucía, felicidades por este maravilloso año. Dios bendiga tu hermoso matrimonio, tu hogar y tú hermosa familia. Gracias por compartir tu maravillosa experiencia en esta nueva etapa.

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  2. Lourdes G. Trigo dijo:

    «Poner el énfasis en el ser»
    Tuve hace unos años un alumno encantador, inglés, que acudía a mis clases para aprender español. En una de las primeras lecciones exponía las diferencias entre el verbo «ser» y el «estar» con ejemplos: «hoy estoy cansada», «soy cordobesa», «soy una persona alegre pero hoy estoy triste»… Le animé a poner ejemplos y, entre ellos, me dijo: «soy casado». Le corregí y me volvió a corregir él: «si los españoles tenéis ser y estar, y decís estoy casado, lo decís mal. Yo soy casado».

    Enhorabuena por tu blog, Lucía. Gracias por todas las reflexiones que haces, tan certeras.

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    • Luzmaral dijo:

      ¡Woooooooow! Mil gracias por tu comentario, Lourdes. ¡Me encanta la anécdota! Ese chico tiene toda la razón del mundo, claro que sí. Gracias por compartirlo. ¡Un beso!

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