El regalo de ser padres

Ser madre es un regalo. Ser padres, en general. Y, como es un regalo, es inmerecido, es porque sí, gratuito en su sentido más originario. No es un auto-regalo, no es algo que te compras. Eres responsable de cuidarlo, pero, en primer lugar, de acogerlo. Ser padres no es una meta, no es un derecho, no es algo que debas conseguir para llenar tu check-list de satisfacción emocional. ¿Y esto por qué?

Hablamos de la vida de un ser humano. Y las personas tenemos una dignidad por nosotras mismas. Nuestra dignidad no va en función de que alguien nos quiera más o menos, de que alguien nos haya esperado más o menos meses o años. No depende de nuestras capacidades ni de nuestras características físicas. Cuando hacemos depender la dignidad de la persona de cualquier aspecto externo, sometido a votación, consensuado, en vez de que dependa de algo que ya tenemos en nosotros, algo que va dentro, algo intrínseco, algo que somos, entonces es cuando perdemos de vista que un hijo siempre es un regalo. Que un nuevo ser humano en el mundo siempre es una buena noticia. Y que las circunstancias que rodean su venida no le hacen más hijo o menos. Son eso, circunstancias, que no digo que no importen, o que no sean difíciles en ocasiones. Digo que esas circunstancias son menos relevantes que el regalo en sí.

«Con cada nacimiento nace un nuevo comienzo, surge a la existencia potencialmente un nuevo mundo», decía Hannah Arendt. Algo muy parecido, y sin haber leído a Hannah, me comentó una amiga hace un mes cuando le conté que estábamos esperando nuestro segundo hijo. Se quedó alucinada y solo podía decir: «Qué pasada. Un ser humano creciendo dentro de ti. Una persona totalmente nueva. Con todo su potencial, con su libertad, con todo lo que llegará a ser». Me emocionó por muchos motivos —y no solo porque con el embarazo tenga las hormonas un poco locas—. Me emocionó porque es una amiga muy joven —generación Z, para que me entendáis— y no es madre, pero describió de manera sencilla y espontánea algo que yo pensé mucho durante el embarazo de Jaime —y que pienso ahora también—.

Y ahora —como con Jaime— vuelvo a experimentar un fenómeno precioso: la alegría de todo el mundo cuando les cuento que estamos esperando. Amigos, conocidos, el bedel del edificio donde trabajo… Todos. Una alegría, y no solo del momento del anuncio, sino mostrada en una preocupación y en un estar pendiente constantes. Recuerdo cómo me ilusionaba que la gente quisiera tanto a Jaime incluso sin conocerle. Cómo me llevó eso a pensar —de una manera más consciente— que los niños son regalos. Aun cuando no tengan la suerte de estar rodeados de gente que les quiere tan así, tan incondicionalmente, tan por ser ellos, simplemente por existir, por estar aquí.

El asombro ante el regalo

Ese aspecto de regalo creo que viene también por la parte de misterio que rodea a un nuevo ser. Estamos en el siglo XXI, sabemos perfectamente cómo vienen los niños al mundo, sabemos cómo es su evolución desde el momento de la fecundación, su desarrollo día a día… Todo eso no es un enigma para nuestro conocimiento y, sin embargo, en otras madres, en otros padres, en nosotros mismos, percibo esa sensación de que sí, vale, tenemos la teoría clara, pero hay algo que se nos escapa, que nos excede, que es más grande. No he encontrado padres que hablen de sus hijos con la autosuficiencia de la que se puede hablar de un buen trabajo exitoso que te has currado con sudor y esfuerzo. Se habla de ellos con orgullo, pero es un orgullo de admiración.

Sigo dándole vueltas al motivo. Creo que está en esa dignidad que comentaba antes. A nuestro hijo le damos la biología, sabemos qué ha puesto cada uno de su parte para hacer posible que se forme su cuerpecillo, pero nosotros no podemos hacer nada (aunque nos empeñemos y nos lo creamos incluso) para quitarle o ponerle la grandeza de su dignidad. No sabemos explicarnos por qué Jaime es Jaime, único e irrepetible, es él y no ninguno de los posibles hermanos que vengan después, es él y no otro, con otros ojos, otro nombre, otras potencialidades… Es él y no volverá a suceder nadie como él en este mundo. Nunca.

Como decía al principio, lo primero que se hace con un regalo es acogerlo y agradecerlo. A veces los regalos nos quiebran las expectativas, no eran “lo que esperábamos”, no son de nuestra talla…  y en el caso de la paternidad no hay ticket-regalo, no hay período de devolución. Eres padre desde el momento en que comienza esa vida. Y la acogida y el dar gracias empiezan desde ahí. Porque ante algo tan grande solo cabe el agradecimiento como actitud vital.


En estos días de Navidad encontramos un ejemplo patente de que la dignidad de un niño no depende de cómo llega al mundo, de cuánta gente le espera o no, de si es acogido y admirado o despreciado… Hace más de dos mil años, en un establo, en un pueblo perdido de Judea, nació un bebé. Sus paisanos le llevaban esperando miles de años, pero no le reconocieron. Los vecinos del municipio no abrieron sus hogares a aquella joven embarazada y su marido, que solo pedían un lugar donde pasar la noche, la primera Nochebuena. Ese niño partió la historia en dos. Y a ese niño —y a sus padres— muchos le debemos muchísimo. Fue el primer regalo de Navidad, como cuenta este precioso vídeo.

Mi amiga Sole dice que «La Navidad también simboliza el momento en el que nace el sentido y el origen de las bendiciones del resto del año». No puedo estar más de acuerdo. Gracias a ese primer regalo, podemos amar cada día más y mejor, podemos levantarnos de nuestras caídas y recomenzar de cero, podemos tener la certeza de que hay alguien que nos quiere incondicionalmente y que, por eso, la vida es tan bonita —con sus luces y sombras—. Nuestro agradecimiento vital es lo que nosotros podemos hacer para corresponder a tantos regalos. Un “gracias” que va más allá de los buenos sentimientos de unos días festivos: esto es para todo el año, «no hay que quitar el belén».

Y, por supuesto, no olvidarnos de lo que decía el padre de mi amigo Pablo: «Si así son los regalos, ¿cómo será quien los envía?».

¡Feliz Navidad!


Foto de cabecera de John Looy en Unsplash

4 comentarios en “El regalo de ser padres

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