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Cosas de casa: ¿cómo repartimos las tareas?

Cuando hablamos del reparto de las tareas del hogar creo que hay dos mentalidades que es bueno desterrar de entrada: la del 50-50 y la de que hay tareas “despreciables”.

1. La mentalidad del 50-50

A veces puede parecer que la corresponsabilidad está en repartirse a la mitad las cosas por hacer en casa. Creo que esto es un mito que debe desenmascararse, por varias razones.

En primer lugar: ¿cómo lo mides? ¿Por tiempo dedicado? ¿Por la carga que supone? ¿Por lo que cuesta? ¿Hay alguna tabla que haga equivalencias con las tareas del hogar tipo «2 horas de plancha cuentan como limpiar 1 baño»?

Segunda objeción: ¿qué metemos dentro de esa lista de “to-do’s”? Llegó al buzón hace un par de años una encuesta cuyo objetivo era mentalizar a la población de lo mal que nos repartíamos las labores. La rellené por curiosidad. Efectivamente, tal como estaba planteada, el resultado daba a entender que yo era una mujer oprimida, poco menos. Pero es que a esa encuesta le faltaban ítems. No preguntaba quién arreglaba las cosas de la casa, quién se ocupaba del coche (seguros, averías, gasolina, limpieza…), quién llevaba las cuentas familiares… Todo tareas que construyen hogar —y que, en nuestro caso, no las hago yo—.

Intentar un reparto milimetrado de quehaceres en un piso de estudiantes tiene su sentido, que la EPA confirma que, si no, aquello puede ser un caos. Pero en una familia, en un hogar, la lógica reinante es diferente. No se trata de sobrevivir sin pelusas a las que —por su tamaño y permanencia— puedes hasta ponerles nombre, ni de encontrarte cubiertos limpios cuando vas a comer (todo el mundo sabe que en los pisos de estudiantes, la vajilla y la cubertería se caracterizan por su variedad de modelos y su escasez). Se trata de construir hogar. De que el hogar es un proyecto de los dos (como dice el punto 5 de este post).

Y si Segismunda ha comido antes que Rigoberto y ha tenido que ir corriendo a trabajar y no ha podido recoger su plato, Rigoberto recoge el suyo y el de Segis, que no le cuesta nada. Y si a Rigoberto le tocaba pasar el aspirador, pero por motivos variados no ha podido y lo hace Segis, ella no se lo guarda ni le echa en cara que tiene que “recuperar” su turno. La palabra corresponsabilidad lo dice todo: los dos somos responsables, en este caso, de nuestro hogar. Los dos tiramos del carro con la mejor de las disposiciones y sin intención de retirar el hombro a la primera de cambio. No somos asalariados sino jefes de un gran proyecto. Habrá que repartir las tareas, por supuesto, y tal vez colgar la lista de encargos en el frigorífico para refrescar memorias olvidadizas, pero todo con mentalidad de equipo, de familia.

2. La mentalidad de que hay tareas despreciables

Creo que esta mentalidad se alimenta porque, en general, en la sociedad, el servicio desinteresado a los demás no está muy bien visto. Parece que si sirves eres el pardillo, el último mono, el bueno tonto… Y no. Servir es de gente madura y responsable, de personas comprometidas que aman.

Era necesaria —y continúa siéndolo— una revolución para que la carga del hogar dejara de estar en manos exclusivamente femeninas. Pero el cambio no debería darse demonizando las tareas del hogar: no se trata de una dicotomía entre la carrera profesional brillante, aplaudida y exitosa por un lado, y esas tareas caseras supuestamente bajas, sin brillo y sin reconocimiento, por otro. Al plantear la revolución así nos equivocamos, porque dedicarse al hogar (full time o a tiempo re-partido) es una tarea dignísima, y porque ¿qué clase de estrategia de marketing para conseguir que los hombres asuman más implicación en el hogar es lanzar el mensaje de «hazlo tú, que yo soy demasiado buena para estas tareas mezquinas»?

Una anécdota: Antes de casarme, una amiga mía me dio el siguiente consejo (que, aun queriéndola mucho, no seguí): «Y ahora no vayas a ser de esas mujeres que cuando llega su marido a casa le tiene preparada la cenita». Y me pregunto: ¿y por qué no? ¿Y por qué no si yo llego antes que él? ¿Y por qué no si cocinar me gusta bastante —aunque no sea mi hobby preferido, vaya—? ¿Qué debería hacer? ¿Esperarle y en cuanto llegue, antes incluso que preguntarle qué tal el día, empezar a dar órdenes: «corta la cebolla, mientras yo pelo la zanahoria, saca la sartén y ponla al fuego…»? No sé. No lo veo. No es mi compañero de piso. Es mi amante. Él me cambia las bombillas de mis rincones de lectura para que siempre pueda disfrutar de mis ratitos con un buen libro (por mencionar una de tantas).

El servicio es una muestra de amor (¿recordáis eso de «el amor es servicial»?). No de humillación ni de servidumbre. Debemos cambiar nuestra mirada que mide todo en éxito y fama, y reconocer la belleza cotidiana de esos pequeños actos que podemos hacer todos los días y que construyen nuestro hogar. Y hay belleza no porque nos dediquemos a contemplar la maravillosa armonía que surge en una camisa al eliminar las arrugas, o lo bonita que queda la estantería sin polvo, o mira qué bien se aprecia el diseño del coche después de un buen lavado… No. Hay belleza en esas acciones porque los destinatarios de ellas (además de nosotros mismos, ya que vivimos bajo el mismo techo) son las personas que más amamos (mujer, marido, hijo…). Hay belleza porque hay amor. Y cuando amamos somos más, más libres y mejores, que cuando medimos, calculamos, fiscalizamos y nos dedicamos a juzgar.

¿Que tiene que haber un cierto reparto de tareas porque lo de dejar todo a la espontaneidad no funciona en cuanto a orden y limpieza se refiere? Sí, por supuesto.

Para este reparto recomiendo tener en cuenta «qué habilidades tiene cada cual (hay quien es un cocinillas, hay quien domina la plancha…), qué tiempos le vais a poder dedicar a la casa, si pensáis tener ayuda o no…».

Que haya reparto de tareas no quiere decir que la otra persona sea una manca para algunos menesteres: una cosa es que se te dé mejor planchar que limpiar, pero que también sepas limpiar es lo que va a facilitar que el reparto de tareas sea flexible, sin rigideces, con la vitalidad del cariño y de las cosas del día a día. Nosotros en casa decimos en plan de guasa que tenemos «los ministerios repartidos»: el Ministerio de Hacienda, el de Cultura y Educación, el de Transporte, el de Sanidad… Eso quiere decir que hay alguien que “hace cabeza” en cada una de esas áreas, teniendo en cuenta sus capacidades y preferencias, pero la otra parte del tándem no se desentiende: es la mano derecha del ministro, perfectamente capacitada para sustituirle en caso de necesidad (y, por supuesto, no se apunta nada en ninguna lista tipo «me debes dos horas de plancha porque yo el otro día fregué el suelo»).

Leí hace un año un artículo que hablaba de «la carga mental de las mujeres». Venía a decir que a veces no era tanto lo que había “por hacer” como el estar “pendiente de” constantemente. Creo que tenía parte de razón, pero creo que también existe en los hombres, aunque sea con otros temas. También me parece que una buena manera de liberarnos de esa carga mental es ir aprendiendo a delegar: ¿cuánta de ese peso asumimos simplemente por el hecho de que no nos fiamos de que el susodicho vaya a hacerlo bien? Por supuesto, hay tíos jetas —y tías—. Pero hablo en general: para esas familias que se quieren y quieren querer.

Lo explica muy bien María Calvo en este artículo:

«La colaboración de los hombres en el hogar y crianza de los hijos es un asunto de justicia y de igualdad que precisa de soluciones prácticas pero que se inicia principalmente con un cambio de mentalidad, femenina y masculina y de la entera sociedad, más que con normas jurídicas, o planes administrativos sobre la igualdad».

Os recomiendo leer el texto entero. La autora nos da “tarea” a todos para hacer que la corresponsabilidad sea cada vez más real.

Dentro del aprender a delegar está la decisión de si contar con ayuda en casa o no. Si al hablarlo entre los dos veis que para vuestra organización familiar lo mejor es contratar a alguien que os eche una mano, adelante. Eso sí: esta opción no implica (no debería implicar) que nos desentendamos del hogar automáticamente porque ya hay alguien que baja la pila de plancha, cocina para toda la semana y mantiene la casa limpia. Como decía más arriba: vosotros sois los jefes, y algunas cosas como las cuentas domésticas, la lista de la compra, los menús semanales, etcétera… y, lo más importante, ese toque que hace de cuatro paredes un hogar son tareas que os corresponden de manera ineludible. Puede parecer muy prosaico, pero forma parte de vuestro gran proyecto.


Foto de Soroush Karimi en Unsplash

5 comentarios en “Cosas de casa: ¿cómo repartimos las tareas?

Lo que aprendemos por el camino, muchas veces lo aprendemos con los demás... ¿Qué te ha parecido este texto?