El arte de no llegar a todo (Introducción)

Para celebrar el día del lanzamiento de mi cuarto libro, El arte de no llegar a todo. Una conversación sobre la fragilidad, los sueños grandes y el caos, os dejo el comienzo de la introducción y, al final, el link para leer la introducción al completo.

¡Espero que os guste! Tengo muchas ganas de que conocer vuestras opiniones y poder continuar, así, esta conversación. Ya sabéis lo que siempre digo: lo mejor de escribir es leeros.

«Y tú, ¿cómo haces para llegar a todo?»

Esta pregunta me la han planteado de manera recurrente casi desde que puedo recordar. En mi época universitaria, la respuesta solía ser: «Duermo poco». Pero, como dormir es importante —y la edad no perdona—, la respuesta desde hace unos años es: «No llego a todo». Lo cierto es que nunca lo he hecho, ni con tres horas de sueño ni con diez.

Y ese es el primer punto: «No vas a llegar a todo». Una persona trabajadora (dentro o fuera de casa, o ambas), con inquietudes, con amigos, con tendencia a “dejarse liar” en proyectos apasionantes… no llega a todo. Por definición. Si añades al pack una familia, la emoción aumenta.

El primer paso es asumirlo. Y recordarlo, porque, cuando desaparece esa verdad de nuestra cabeza, nos pueden las tensiones y el estrés. Aceptar que el día tiene veinticuatro horas y que somos seres limitados, y no Superman ni Wonder Woman, no resulta tan fácil de hacer como de decir. Pero es sano y hay que tender hacia ello, y que el «No llego a todo» lo digamos cada vez con menos tristeza-ansiedad-sentimiento-de-culpa-infundado-y-sin-sentido, y cada vez más con paz-alegría-aceptación-serenidad.

En mi primera revisión con el médico de cabecera, a los catorce años, la doctora se preocupó de que fuera una chica con tantas actividades (conservatorio, ballet, mi afición por escribir, mi manera de devorar libros…). Creo que en algún momento pensó que era mi madre la que me hostigaba a un ritmo frenético. Nada más lejos de la realidad.

Obviamente, mi madre siempre me ha animado con todo lo que he querido hacer. Como veía que me pasaba el día bailando, me propuso apuntarme a baile. Al quedarme prendada de cómo Elton John tocaba el piano en el funeral de Lady Di, me preguntó si me interesaba aprender un instrumento. Nadie me ha leído más cuentos que ella en mi infancia. Y, cuando no ganaba ningún concurso de relatos, continuaba animándome a presentarme a los certámenes, año tras año.

No, mi madre no me estaba obligando a nada. Pero creo que la doctora no nos creyó y escribió en un papel el título del libro que nos recomendaba leer a ambas. No le hicimos caso, pero recuerdo que era algo como El arte de no hacer nada. No encajaba con nuestras vidas.

Ahora bien, la médico tenía razón en algo que dijo: que yo era igualmente valiosa tanto si estaba metida en mil extraescolares como si no estaba en ninguna. Mi madre no lo dudaba y yo tampoco, al menos no entonces. El estrés, el caer en el activismo, el cifrar mi valía en lo que conseguía… todo eso vino mucho después.

Puede que El arte de no hacer nada me dijera bien poco para mi vida, pero El arte de hacerlo todo, la milonga que nos han intentado vender de que «Puedes tenerlo todo, solo hay que soñarlo», es veneno concentrado.

El arte de no llegar a todo creo que es el justo medio. Soñar grande, emprender proyectos, comprometerte… sin caer en el agotamiento, la frustración ni el desencanto. No tengo todas las respuestas, pero llevo muchos años reflexionando sobre el tema y ojalá estas páginas le sirvan a algún lector.

Eso sí: no hay que esperar recetas. Pretendo plantear preguntas, incitar reflexiones, que cada cual pueda pensar en qué momento vital se encuentra y comenzar una conversación. Por eso es un arte y no una ciencia exacta. Porque vivir, en el fondo, es un arte también, para el que resulta imprescindible la prudencia, que ayuda a discernir en cada momento cómo armonizar las ansias de más con las limitaciones humanas.

En estas páginas late la búsqueda de una forma de vivir esa tensión, especialmente cuando la balanza se inclina del lado del querer abarcar mucho y acabar apretando poco, perdiendo la paz y la alegría.

A veces será una cuestión de ajustar expectativas. Eso requiere una mirada sin miedo a la realidad (la propia y la que me rodea). Ajustar expectativas no es achicarse. Apuesto por el superávit de sueños, porque, si tengo cien, sé que no voy a llegar a esos cien, pero el anhelo de más me impulsará a conseguir… no sé… ¿veinte? Pero si sueño con veinte, puede que me quede en ¿cuatro?

El realismo no tendría que ir de la mano con el pesimismo, ni con una visión de la prudencia mal entendida como no correr riesgos. Soñamos y trabajamos y seguimos soñando.

Y, por el camino, aprendemos cómo hacer que esos sueños no acaben siendo pesadillas que nos pesen, que nos frustren, que se conviertan en un dedo acusador que diga: «No has logrado esto = no vales».

Esa mirada sin miedo nos ayuda a no sufrir en exceso cuando nos topamos con la realidad de nuestras circunstancias y nuestras limitaciones. «La finitud que se teme a sí misma es la culpable de estar ansiosa», escribe Romano Guardini, pero, según defiende, «existir en la ansiedad» no tiene por qué ser la única posibilidad del ser humano: «también puede existir en el valor y la confianza».

Antes explica que reconocer las propias limitaciones y respetarlas no significa renunciar a la aspiración de ascender, y previene contra el resentimiento: «Esa actitud que delata que no he aceptado realmente […], la actitud que consiste en denigrar lo que he dejado de hacer» (Romano Guardini, Aceptarse a uno mismo).

Cuando los sueños y los planes que borbotean en nuestras cabezas y corazones empiezan a apabullarnos porque colisionan con nuestras fragilidades, con las fronteras del tiempo y del espacio o de nuestra propia capacidad, con los otros deberes ya comprometidos… la solución no es «Dejo de soñar para evitar el desengaño», como quien dice «Dejo de amar para dejar de sufrir».

Por otra parte, la felicidad no está en hacer mil cosas, sino en hacer lo que realmente quieres, lo que es más importante; y hacerlo a conciencia; y disfrutarlo.

Sueños grandes, sueños pequeños

En ocasiones, la insatisfacción nos muerde en el nivel de los proyectos, de lo más concreto y material, pero, otras veces, el regusto agridulce cala más profundo.

Los proyectos que emprendemos son los pasos que damos como respuesta a nuestros anhelos, que son los que nos impulsan en una dirección determinada.

El problema no está en soñar grande. Esa especie de insatisfacción permanente puede ser un problema si conlleva ausencia de compromiso, falta de concentración, ir detrás de lo más nuevo siempre y dejarse llevar por el FOMO (Fear of Missing Out: miedo a perderse algo).

Pero me pregunto si, en el fondo, esa insatisfacción y ese deseo de más no podrían ser un recordatorio de que somos finitos pero también inmortales, hechos para la eternidad. Y si hay una manera de vivir esa tensión de manera serena.

Hay que distinguir los anhelos genuinos de las necesidades creadas, impuestas desde fuera o no, como sueños pequeños. Lo que esa persona tiene… y yo no, lo que veo que todo el mundo en redes está haciendo… y yo no, lo que el otro ha conseguido… y yo no. Hay tantos inputs que recibimos en el día a día que resulta importante cribar nuestros anhelos, distinguir los verdaderos de los heredados y asumidos sin filtro.

Pensaba en todas estas cosas cuando leí una entrevista a Erik Varden en la que explicaba la diferencia entre anhelo y deseo:

«El deseo está arraigado en mí, yo soy su sujeto. Cuando digo: “Deseo una copa de vino”, es porque quiero bebérmela, porque hay algo en mí que lo ansía. Por otro lado, cuando digo: “anhelo ir a casa”, es porque todo lo que considero mi hogar me atrae, me llama. […] El anhelo de una persona nos dice mucho sobre ella; de hecho, nuestro anhelo nos revela a nosotros mismos quiénes somos. Por eso una pregunta que planteo a menudo a las personas que tienen la sensación de estar atrapadas en sus vidas es la siguiente: “¿Qué anhelas?”». Erik Varden: «Siempre recuerdo este consejo: no te dejes fascinar por el mal», Daniel Capó, The Objective, 9/10/2021.

Si esto es así (y creo que es así), ¿cómo vamos a acallar nuestros anhelos?

Cuando era adolescente, el escritor José Ramón Ayllón me preguntó un día: «¿Eres ambiciosa?». De entrada, me sorprendió. Ambiciosa era un adjetivo que me sonaba fatal, a egoísmo, avaricia y presunción. Debió de ver mi cara, porque repitió la pregunta con un añadido: «¿Eres ambiciosa? ¿Quieres cambiar el mundo?». Entonces, sí, se me iluminaron los ojos y asentí sin dudarlo.

Esa pregunta me ha acompañado, de un modo u otro, desde aquel momento. Pasan los años y ya no aspiras a cambiar el mundo, te conformas con cambiar tu país, luego tu ciudad, después piensas en tus amigos, tu familia… Al final acabas convencido de que si logras cambiarte a mejor a ti mismo, aunque sea un poco, ya será mucho. Pensemos en los círculos concéntricos creados por la pequeña piedra tirada en un lago.

Alguien podría pensar: bien, has llegado al punto realista de la madurez. Pero cada vez que oigo esas voces en mi cabeza, me rebelo. No pretendo vivir en una juventud eterna y solo volvería a mis veinte si pudiera mantener, en ese viaje en el tiempo, todo lo aprendido. Lo que no me gusta es «hacerme mayor» al estilo de los adultos retratados en El principito. Ser tan adulta, tan práctica, tan organizada… que me olvide de que «lo esencial es invisible a los ojos» y de que lo más importante que puedo hacer en esta vida, donde puedo dejar más huella, es en la elección de la rosa del jardín entre mil rosas y en la creación de lazos.

¿Cómo se logra crecer sin cinismo, sin tibieza, sin conformismo, sin manías, sin pesadumbre, manteniendo los sueños grandes, los anhelos fuertes? Hablaba de esto con mi hermano Álvaro, una mañana de verano, en el jardín, con el sol de agosto despuntando, las rosas blancas que cubrían parte del muro en su esplendor, y el olor a lavanda que iba y volvía según soplaba el viento. Con creatividad, dijo él. Y yo redondeé: Y el amor es creativo, así que… con creatividad y amor. Aunque lo primero y más a mano que puedo cambiar es a mí mismo, eso no implica renunciar a querer cambiar el mundo. Y asumir que eso traerá sus tensiones, pero, la postura contraria —acomodarse en los sueños pequeños—, conduce al reuma interior.

El psiquiatra Viktor Frankl declara:

«Lo que el hombre realmente necesita no es vivir sin tensiones, sino esforzarse y luchar por una meta que le merezca la pena. Lo que precisa no es eliminar la tensión a toda costa, sino sentir la llamada de un sentido potencial que está esperando que él lo cumpla». Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 1979, p. 148.

La meta no es vivir tranquilo. La paz que busca nuestro interior no es el silencio ni la rigidez de la tumba, sino la flexibilidad de bailar la vida, que siempre está en movimiento.

Comprométete… si te atreves

En la balanza, a veces el equilibrio se pierde por el lado de no querer complicarse en exceso. Necesitaremos entonces que nos recuerden que la vida es más que el lugar existencial donde estamos instalados cómodamente, que no podemos conformarnos con ir tirando, que hemos recibido muchos talentos y hay que preguntarse qué vamos a hacer con ellos.

Entre esos talentos, quizá el primero sea el tiempo. ¿En qué se nos van los días? En ocasiones nos puede el lamento y es muy fácil caer en la queja de «No tengo tiempo». Pero repetir, como si fuera un mantra, que nos faltan las horas, no va a sumar ni un segundo a la vida. Esto siempre me recuerda a la frase del escritor norteamericano H. Jackson Brown Jr.: «No digas que te falta tiempo. Tienes exactamente el mismo número de horas al día que las que recibieron Helen Keller, Pasteur, Miguel Ángel, la Madre Teresa de Calcuta, Leonardo Da Vinci y Albert Einstein».

Muy a menudo, en lo que dejamos de hacer bajo la razón de «No tengo tiempo» sería más acertado decir: «No tengo tiempo para eso». Lo que nos importa encuentra un espacio en nuestras veinticuatro horas de cada día. Y, es cierto, puede ocurrir que, en la teoría, tengamos muy claro que ciertos aspectos son esenciales, pero luego eso no se plasma en la agenda. Tal vez haya que recordar las prioridades (ver capítulo 1 y 4) y pensar con realismo cómo darle el espacio necesario a lo verdaderamente significativo para nosotros. Las prioridades no son para tenerlas en una lista, sino para vivirlas.

La cuestión es, como diría Gandalf, «decidir qué hacer con el tiempo que nos han dado». Podemos dedicarlo a sueños pequeños o a sueños grandes.

….


Podéis leer la introducción completa aquí.


¿Qué os ha parecido este comienzo? 🙂


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2 comentarios en “El arte de no llegar a todo (Introducción)

  1. missvero dijo:
    Avatar de missvero

    Este texto llega en un momento de mi vida ideal (aunque creo que en cualquier otro también lo hubiera sido). Tanto en lo personal como en lo profesional, necesito aprender ajustar expectativas, redescubrir mis anhelos genuinos como tan bien explicas…

    En fin, me da que terminaré subrayando y tomando apuntes para reflexionar mucho sobre mi organización vital.

    Estas páginas son un aperitivo maravilloso. Se palpa un esfuerzo y un cariño detrás que, creo, van a ser los ingredientes de una conversación muy productiva (y necesaria).

    Gracias por escribirlo. Un abrazo!

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    • Luzmaral dijo:
      Avatar de Luzmaral

      ¡Vero! Qué ilusión tu comentario. Ojalá disfrutes mucho con el libro y sea un poquito de luz en tu vida. Espero con ganas comentar tus subrayados. Un abrazo grande

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