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Hablemos de sexo… ¿en los colegios e institutos?

Cuando tenía 13 años (1º de secundaria) en mi colegio empezaron a darnos algunas clases cada trimestre sobre educación sexual. Recuerdo que todos teníamos gran expectación en torno a esas horas pero, al menos para mí, no supusieron gran cosa. 

Usábamos unos cuadernillos que nos explicaban los aparatos reproductores (que ya habíamos estudiado en Conocimiento del Medio 4 años antes), que hablaban de aceptarse y quererse con los cambios que estarías experimentando en esos años (especialmente las chicas, pero para algunas, aquellos mensajes llegaban con un par de años de retraso); había también unos vídeos ridículos (solo recuerdo uno en el que una chica enseñaba a un chico sobre la palma de su mano cómo se ponía una compresa… ¿Pero qué utilidad tenía aquello?). Lo que más me gustó era un cuaderno más pequeño en el que te hacían algunas preguntas que sí iban un poco más dirigidas a ayudarte a reflexionar. Ese hábito de mirarse por dentro y pensar yo ya lo había empezado a desarrollar al comenzar mi diario (a los 11 años) y por eso creo que esa parte fue la que más me gustó.

Durante los siguientes años, las sesiones encaminadas a formarnos en educación sexual no mejoraron mucho. Creo que alcanzaron su peor punto cuando en 3º de secundaria vino una monitora de una organización externa a hacer talleres y soltarnos rollos, con ideas que muchas veces chocaban con las convicciones de algunos de nosotros (y sin opción a réplica; si protestábamos nos decía que “Estáis equivocados”, y nos mandaba callar) y con un enfoque meramente técnico de todo el asunto. Tal vez pensaba que llevar un pene de plástico a una clase de chicos y chicas de 15 años (hormonas al poder) para enseñar cómo se usa un condón iba a ser una acción de prevención de ETS que cambiaría la curva de contagios rápidamente.

Pocos años después, cuando le tocó a mi hermano pequeño (nos llevamos 4 años), por suerte el enfoque había cambiado. Para empezar, lo llamaban “educación afectivo-sexual”, y lo era: no se quedaban en una información puramente técnica, ni en conocimientos de primaria, sino que se abordaba la sexualidad en su integridad. Y, antes de empezar a impartir esas clases, tenían una sesión con todos los padres en las que se les explicaba qué temas se iban a hablar, para que los padres supieran y para que ellos pudieran también ir tratando esos temas con sus hijos. 

No sé cómo será ahora en mi antiguo colegio y no sé cómo ha ido evolucionando este tema en todas las escuelas de todos los países. Pero en este post me gustaría compartir algunas reflexiones sobre la educación sexual en colegios e institutos. 

¿Es necesaria la educación afectivo-sexual en las escuelas?

Muchas veces esta es la primera pregunta. Mi respuesta rápida es “sí”. Pero —hay un pero— no de cualquier forma, ni con cualquier contenido. De eso voy a hablar en este post.

Entiendo a todos aquellos que piensan que este tema debería ser feudo exclusivo de las familias, porque se trata de un asunto delicado e importante, que no solo atañe a unas pautas de comportamiento sino a toda una manera de entender a la persona, y que toca una faceta que es la más íntima que hay: la afectividad y la sexualidad. Entiendo que no queramos injerencias en este sentido y lo entiendo más cuando muchas familias hemos visto cómo pretenden pisotear nuestras libertades y derechos como padres. Pero aquí hay tres cosas que me parece interesante tener en cuenta:

1. Los padres son los primeros educadores de sus hijos.

Y nos lo tenemos que creer de verdad y coger las riendas de esto. [En otro post hablaré sobre cómo hablar de sexo con los hijos]. Pero la realidad es que muchas veces este tema no se trata en las casas. O se trata muy sucintamente. No son pocos, al menos en mi generación, para los que las conversaciones sobre afectividad y sexualidad se redujeron a dos: “cómo vienen los niños al mundo” y “ahora que te ha venido la regla, te enseño un par de cosas”. [Y esto segundo, como dice un amigo mío, solo para las chicas, que a veces los chicos se quedan solo con una conversación]. La tentación de delegar este tema es grande, porque no se sabe cómo hablar de esto, uno se puede ver perdido, poco preparado o lo que sea. Pero algo tan importante no debería dejarse en manos de las instituciones sin más, sin meter cabeza, sin ir por delante. 

2. La escuela no está solo para “informar”.

La escuela “forma”, incluso aunque no queramos. Porque todas las acciones educativas son formativas. Por eso ahí es clave el derecho de elegir para sus hijos el colegio que más se va a adaptar a su modelo formativo. La responsabilidad de la educación de un niño es de sus padres; y sus padres confían a la escuela partes de la educación a las que ellos no llegan (las asignaturas) y el refuerzo de la educación que dan en casa (virtudes, educación del carácter, sociabilidad… y aquí entraría la educación afectivo-sexual).

3. Teniendo en cuenta que en los colegios se da una formación en muchos otros temas de salud pública (tabaco, drogas, conducción de riesgo…) ¿por qué no hablar de salud sexual?

Como me decía un amigo: la mayoría de los niños puede que no estén recibiendo esta información en casa (aunque así debería ser), ¿qué hacemos con ellos? ¿Les dejamos sin una información necesaria? ¿Que lo aprendan en la vida a base de golpes? Por eso creo que sí, una educación sexual en las escuelas es necesaria, pero teniendo en cuenta el punto 2 y el cómo se imparte esa educación, quién la imparte, cuándo y con qué contenidos en cada etapa de los niños

¿De qué deberíamos hablar en la educación sexual en las escuelas?

Como se está viendo en muchos lugares, alcanzar un consenso en estos puntos no resulta fácil y lo que sucede en la práctica es que se impone por parte de las autoridades y las instituciones un modelo determinado que incluso cuando en muchos países lo llaman “Educación Sexual Integral” (ESI), de integral tiene muy poco al presentar un enfoque antropológico reduccionista. 

Información real, científica, contrastada. Sin mentiras

En primer lugar, creo que, más allá de los contenidos básicos de biología (vistos en primaria), la secundaria puede ser un buen momento para profundizar, por ejemplo, en cómo funciona el ciclo femenino. Como os contaba aquí: «Solo el 3 por ciento de las mujeres saben reconocer signos normales o anormales de su salud reproductiva e identificar cuándo ovulan, según destaca la web Managing Your Fertility. 3 por ciento. ¿Cómo es posible este desconocimiento en pleno siglo XXI, con tanta información a nuestro alcance y con los tabués sobre sexo superados?». ¿Por qué no nos enseñan este reconocimiento de nuestra fertilidad? 

Independientemente de que luego lo usemos como planificación familiar natural o no, creo que es un conocimiento necesario para toda mujer, que, «si cuando a las chicas nos viene la primera regla, además de explicarnos cómo se usa un tampón o una compresa, nos fueran enseñando a conocernos, a identificar los indicadores de fertilidad y conocer nuestro ciclo de manera integral, el aprendizaje sería mucho más sencillo y natural», como explicaba en el post que os decía antes. Es una cuestión de salud.

Otro ejemplo de información que echo en falta: me pareció chocante que la primera vez que oí que los cérvix de chicas jóvenes son mucho más propensos ante las infecciones (debido a la inmadurez de su desarrollo, especialmente en la adolescencia) fue cuando tenía 28 años. Los participantes del encuentro anual de Canavox 2017 comíamos en una sala de conferencias en un hotel de Princeton mientras la psiquiatra Miriam Grossman hablaba y nos pasaba diapositivas tamaño A4 con imágenes en las que se veían ampliados diferentes tipos de cérvix. En una sociedad que enarbola la bandera de la salud de la mujer… ¿cómo puede faltar esta información básica? ¿Nos da miedo decir que las adolescentes son más vulnerables a algunas ETS como el virus del papiloma humano? ¿Nos parece poco “empoderador” proporcionar información científica importante para la salud y nos resulta mejor entonces ocultarla y dar en su lugar un mensaje de «Haz lo que quieras. Mientras uses condón» y quedarnos tan tranquilos?

Por otra parte, la información científica debería ser rigurosa, completa y contrastada. En este vídeo de Family Watch International, denuncian casos de educación sexual sesgada y confusa: por ejemplo, el folleto «Healthy, happy and hot» (de la International Planned Parenthood Federation) para jóvenes con sida, afirma que «no tienes por qué avisar de que tienes VIH a alguien con quien te vayas a acostar» (¿Hola? ¿Qué clase de labor de prevención de un problema de salud pública es esta? Por no hablar de la honradez y el respeto mínimos que una relación personal requeriría). Un ejemplo de cuando la ideología se quiere imponer a la biología. Citando de nuevo a la Dra. Grossman: «Un solo encuentro sexual puede tener consecuencias para toda la vida, especialmente para una mujer. Eso no es sexismo, es biología, tu biología. Ignorar o negar esta realidad solo incrementa el riesgo».

Muchas veces se ha comentado que “los jóvenes necesitan más información”. Pero a ver, seamos honestos: ¿qué joven hoy en día no tiene un lugar donde encontrar información, si la quiere? Tal vez lo que necesiten sea información mejor, más fiable, y, sobre todo, criterio. Al final, nuestras decisiones son más libres cuanto más verdadera y completa es la información que tenemos disponible para valorar antes de elegir.

Campañas de información que no te dan toda la información (o te la dan mal)

Es muy llamativo que en algunas campañas de salud sexual la información está sesgada (por no hablar de sus enfoques). Recuerdo uno con el lema de “Si no tomas precauciones, ¿sabes quién actúa?”, imitando el cartel de típico festival de música veraniego con nombres de enfermedades de transmisión sexual en vez de nombres de grupos. Faltaba uno: el virus del papiloma humano. Porque la campaña era para promover el uso del preservativo y el preservativo protege muy parcialmente contra el VPH. Pero nadie te lo está contando en esa campaña. Simplemente lo omiten.

Además, aunque la OMS señala el preservativo (suponiendo un uso correcto) como el método más seguro para evitar ETS, también subraya que no ofrece protección para las ETS que causan úlceras extragenitales (por ejemplo, sífilis y herpes genital, que, oh, sorpresa, son justamente los dos primeros nombres del cartel de la campaña que os acabo de contar. El preservativo solo reduce el contagio en estos casos si recubre las lesiones —pero esta información tampoco salía en el cartel ni en el anuncio—). 

En un prospecto de Durex se puede leer: «Si son empleados correctamente, los preservativos ayudan a reducir el riesgo de transmisión del VIH y de muchas enfermedades de transmisión sexual». Las cursivas las he puesto yo. Por si no quedaba claro, añaden: «Ningún método anticonceptivo puede proporcionar 100% de protección frente al embarazo o la transmisión del VIH y otras ETS». Vayamos a los datos de la OMS sobre su eficacia para evitar embarazos: con un uso común los embarazos por cada 100 mujeres en un año usando preservativos son 13. 

El punto es que esto no se está comunicando: los mensajes de las campañas, medios de comunicación y muchos programas de educación sexual en las escuelas están dando mensajes de que «usando condón, hay riesgo 0». Como si en una campaña de tráfico te dijeran: «Si usas cinturón, riesgo 0». Todos sabemos que el cinturón reduce el riesgo de muerte, pero sabemos que ese peligro no es nulo, y, al menos en este tema, no se atreven a mentirnos a la cara. Estas informaciones incompletas crean una falsa sensación de seguridad y se da lo que se llama “compensación de riesgos”: «Este fenómeno consiste en que hay algunas medidas preventivas que pueden hacer que el usuario se sienta completamente protegido y esto le conduzca a asumir mayores riesgos».

Otra falacia que suelen colar en este tipo de campañas es una especie de “democratización del riesgo”, un “a todos nos puede pasar”. Y no es verdad: porque coger o no una ETS depende mucho de los comportamientos. No todos estamos expuestos de la misma manera, no es una gripe. En la campaña citada, debajo del “¿Sabes quién actúa”, ponía: “Este sábado, domingo o cuando menos te lo esperes”. Como si fuera una maceta que te cae desde un balcón mientras caminas tranquilamente por la calle. En las fiestas de un barrio en el que viví durante mis años universitarios, entre las indicaciones para disfrutar de esos días, estaba la de llevar siempre encima condones, porque «Nunca sabes lo que puede pasar». Una vez más el sexo como algo que “pasa”, “ocurre”… Como si fuera humo de tabaco que inhalas involuntariamente. O como si no tuviéramos libertad, cabeza, voluntad. «Las ETS y las relaciones sexuales que preferirías olvidar son problemas que puedes evitar», afirma Miriam Grossman

En general, si después de décadas de campañas de concienciación y de educación sexual con determinado enfoque los datos no van a mejor… tal vez habría que replantearse cómo lo estamos haciendo. 

Un caso de éxito: Uganda y el ABC

Como ejemplo de éxito en campañas gubernamentales en prevención del VIH fue muy sonado el caso de Uganda y su estrategia ABC que consiguió que la tasa de infección por el VIH de las personas de 15 a 49 años pasara del 30% a principios de los años noventa al 5% en 2004 (Fuente, en otras fuentes he encontrado que era el 15%, en vez del 30%). El método ABC lo conforman: A de abstinence, que se refiere a retrasar todo lo posible la iniciación de las relaciones sexuales, a ser posible hasta encontrar una pareja estable y alcanzar una cierta madurez. B de be faithful, ser fiel, evitar el sexo casual. C de condoms: explicando bien que su efectividad no es de un 100% (y que por eso lo más efectivo es enfocarse en el AB de la estrategia); también se recomendaban los preservativos en casos de riesgo, como por ejemplo personas que ejercen la prostitución. Un artículo en The Lancet subrayó la enorme reducción de VIH en Uganda con esta estrategia y cómo estaba claramente asociada a un cambio de los comportamientos sexuales de la sociedad.

¿Por qué un caso de éxito así no se ha replicado en otros países? ¿Por qué si a alguien se le ocurre siquiera mencionar la abstinencia (aunque sea temporal, entendida más como retrasar la edad de iniciación sexual) y la fidelidad como estrategias efectivas enseguida se le tacha de oscuras intenciones o de imposiciones moralistas? Pero el ABC no habla de moral, es una estrategia de prevención que funcionó. No hace falta haber estudiado Medicina para concluir que si retrasamos la edad de comenzar a tener relaciones sexuales (recordemos el cérvix más inmaduro y vulnerable de las adolescentes) y apostamos por relaciones monógamas con una pareja que no está infectada (recordemos en el otro extremo el sexo casual y la compensación de riesgos, entre otras cosas)… es normal que una epidemia como el sida acabe frenándose. 

Pero, en cambio, como dice Jokin de Irala: «El argumento que impera en la calle para justificar la exclusividad del mensaje del preservativo es fundamentalmente que “no es posible, realista, pedir a los jóvenes que se abstengan”». ¿Y por eso damos la batalla de la salud por perdida? [Relacionado con esto, es interesante el capítulo 13 «Sus teorías son imposibles», del libro Solo quiero que me quieran, de Micaela Menárguez]. 

En cierto sentido entiendo que muchos no estén dispuestos aceptar estas evidencias científicas, cuando sus directrices y su ideología más que un plan de educación sexual parece un plan de “fomento de la actividad sexual”. En Navarra, hace un par de años, el gobierno empezó a implantar su plan de educación sexual (llamado Skolae). Su contenido es criticable por muchos motivos. Pero lo que me sorprendió es descubrir que no estaba nada lejos de los contenidos planteados en un documento de 2010: «Estándares para educación sexual en Europa», de la Oficina Regional de la OMS para Europa.

[En el link lo tenéis completo, pero os dejo algunas “perlas”: de 0 a 4 años: aportar información sobre el goce y el placer cuando tocamos nuestro propio cuerpo; la masturbación de la primera infancia; de 6 a 9: aportar información sobre relaciones sexuales (con penetración); de 9 a 12: aportar información sobre primera experiencia sexual, el comportamiento sexual de la juventud (la variabilidad del comportamiento sexual), el placer, la masturbación, el orgasmo…].

No solo somos cuerpo

Conocer todo lo anterior me parece clave. Esto no quiere decir que la educación sexual tenga que limitarse a hablar de enfermedades de transmisión sexual y cómo prevenirlas, y, ni mucho menos, que la educación tenga que basarse en “meter miedo”. Como decía más arriba: información adecuada y necesaria, conociendo los riesgos reales, para tomar las decisiones con verdadera libertad.

Además de los riesgos físicos de ciertas conductas sexuales, en la educación en este tema falta un enfoque que vaya más allá del cuerpo o que no esté tan obsesionado con el cuerpo y el placer.

Otro de los recursos que dejan mucho que desear, mencionado en el vídeo de Family Watch, es «It’s All One Curriculum» donde “placer sexual” aparece 62 veces y “orgasmo” 37, frente a “amor”, que aparece 50. Y, más allá de los datos, que pueden parecer anecdóticos, pero que a mí me parecen muy representativos de lo que ciertas corrientes quieren promover, este cuadernillo, entre otras “perlas”, afirma: «El amor no siempre es parte del sexo. Incluso en ausencia de amor, las parejas sexuales pueden compartir confianza, respeto, cuidado y placer». 

Ante enseñanzas así, me acuerdo de una idea de la Dra. Grossman: «no hay vacuna [ni preservativo, añadiría yo] que proteja contra un corazón destrozado». No podemos estar promoviendo la búsqueda del placer como lo prioritario en el ámbito de la sexualidad, por encima de la persona que tengo enfrente y por encima de la salud. Vender la moto a un montón de jóvenes diciéndoles que pueden tener el sexo que quieran, cuando quieran, como quieran, que lo único importante es que usen condón… y después de haberles llenado la cabeza de “déjate llevar” y “da rienda suelta a tus impulsos, no te reprimas”… hablarles de respeto, de límites, de la importancia del consentimiento de la otra persona…  Soplar y sorber a la vez no parece buena estrategia. 

Con palabras también de Grossman: «Cuando la libertad sexual es lo primordial, la salud sexual va a sufrir». Y, una vez más, no solo la salud: los corazones, las vidas de muchas personas.

¿Sexo sin amor o enseñar a amar?

Recuerdo, en mi adolescencia, que a las madres de algunas de mis amigas parecía que les daba igual lo que hicieran sus hijas mientras no llegaran embarazadas a casa o con una ETS. ¿En serio no te importa con quién esté tu hija? ¿Si tiene una relación tóxica o no? ¿Si está teniendo relaciones coaccionada o no? ¿Si tiene 16 años y está ya desencantada del sexo? ¿Si tiene 18 y los chicos solo la llaman para acostarse con ella —cada vez uno diferente—? ¿En serio todo eso nos da igual?

Como ya conté en un post: «No creo en el sexo sin amor». «Sé que existe, claro. Pero no creo en ello. No creo que nos haga felices. No creo que sea lo mejor para nuestras vidas. Ni para la sociedad. Ni para nada. […] Que sea muy frecuente ¿quiere decir que es como debería ser?, ¿que es lo mejor?, ¿que no hay otra manera? No, tampoco lo creo». 

Las personas estamos hechas para ser amadas, no usadas como mero instrumento de placer, de un buen rato (por mucho “respeto” y “confianza” que haya en ese intercambio de sexo sin amor que algunos proponen). El anhelo de amar y ser amados lo llevamos todos en lo más profundo de nuestro ser —aunque algunos lo tengan enterrado—. Karol Wojtyla habla de la norma personalista: «La persona es un bien tal que solo el amor puede dictar la actitud apropiada y valedera respecto de ella». El amor, no el uso, no el placer, no el interés.

Pero ¿quién enseña a amar? El primer lugar debe ser la familia, no solo con conversaciones sino mostrando ese amor del bueno con la propia vida. Ojo, no un amor perfecto, sin fallos, sino un amor real, que lucha contra sus defectos por amar cada día más y mejor. Ambas facetas (formar criterio y plasmar en nuestra vida esas ideas que transmitimos) nos exigen a nosotros mismos formarnos, para poder vivir cada vez mejor lo que decimos y explicar cada vez mejor lo que creemos (y lo que queremos para nuestros hijos).

Y en segundo lugar, los colegios, los institutos, las campañas gubernamentales… Lo mínimo que se les puede pedir es que no destrocen la labor formativa que se hace en las familias. Como he señalado antes, no se trata solo de que ciertas formaciones vayan en contra del querer y de los valores de los padres sino que van contra el bien social y la salud pública. Ya, de nota, sería que realmente apostaran por una educación sexual integral, con información científica rigurosa y no sesgada ideológicamente; con información que vaya más allá de lo meramente técnico; si es “integral” que su enfoque sea integral, entendiendo a la persona con todas sus facetas y no como un ser que, principalmente, busca el placer a toda costa y que en alcanzar ese placer sexual reside mayoritariamente su bienestar y felicidad. Una educación sexual y afectiva que hable claramente de esas heridas del corazón de las que ninguna vacuna ni ningún condón te puede proteger, y aporte información útil para prevenirlas.

Una educación afectivo-sexual desde las instituciones que refuerce la labor de los padres acompañando a sus hijos en unos años cruciales de su vida, llenos de cambios, retos, confusiones y preguntas, y llenos también de oportunidades para aprender a amar con todo el ser.


Muchas de las ideas que recojo en este artículo las he aprendido en los grupos de lectura de Canavox en los que hemos conversado sobre la Educación sexual en las escuelas (sesión número 16 del programa de lecturas). Gracias tanto a los textos y vídeos que sirven de base para el diálogo como a las aportaciones interesantísimas de los participantes de los diferentes grupos de lectura que he organizado desde 2017.


Me apunto que os debo un post sobre educación sexual en la familia. Mientras tanto os dejo algunos recursos que os pueden ayudar:

  • Consejos para hablar de sexo con los hijos (libro breve pero muy completo, disponible en Amazon). 
  • Cursos en abierto sobre cómo tener con nuestros hijos conversaciones sobre temas relacionados con la ideología de género. Están divididos en tres etapas: los años de Primaria, de Secundaria y preuniversitarios. Son de Canavox y los tenéis aquí.
  • Los cursos de Aprendamos a amar, de la Universidad Francisco de Vitoria. No he hecho ninguno de estos (aún), pero después de haber estado en otros cursos y congresos online con los formadores que llevan este proyecto, me parecen totalmente recomendables.

3 comentarios en “Hablemos de sexo… ¿en los colegios e institutos?

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