Seguramente muchos hemos sido testigos de relaciones que se han roto porque «no éramos compatibles». Puede que incluso nosotros mismos hayamos pronunciado esa frase o una similar. Pero ¿qué queremos expresar cuando decimos eso? ¿Que discutimos demasiado? ¿Que no somos capaces de entendernos? ¿Que hemos descubierto defectos del otro que al principio me hacían gracia pero ya no? Y, la pregunta más importante: ¿existe realmente algo como ser incompatibles?
Le veo varios peligros a afirmar que somos compatibles con unas personas y no con otras:
Refleja por una parte una especie de creencia en algo con un cierto toque mágico. Dos personas nos encontramos y por alguna reacción química o por el destino o por una sintonía que surge sin esfuerzo… resulta que somos compatibles. Se acerca un poco a la postura del mito de la media naranja del que escribí en este post. Y acarrea algunos de los riesgos parecidos que ahí enumeraba, entre ellos: esta mentalidad no te ayuda en tus relaciones.
Me explico: si cada vez que surge un problema, o se suceden unos conflictos que no sabemos cómo resolver, o algo similar, justificamos nuestro abandono de la relación con un «es que no somos compatibles» temo que eso esconda un “echar balones fuera”, no reconocer la parte de culpa que tiene cada cual en que ese amor se haya quedado en caseta cuando podía ser una catedral, que el amor se construye con nuestra voluntad, nuestras decisiones.
Pero ¿la voluntad lo puede todo? ¿Es cuestión solo de voluntad? ¿De querer?
Empecemos por el principio: todos tenemos defectos. Todos defraudamos y herimos en algún momento, incluso a quienes más queremos. Pero, como os contaba en «Nuestras cosillas»:
«Defraudar, o sentirnos decepcionados en algún aspecto por el otro, no quiere decir que se haya acabado el amor. […] no tomes las decepciones como una muestra innegable de que esa relación no funciona: si lo haces, siento decirte que no te funcionará ninguna, nunca. Recuerda: todos defraudamos. Tal vez sea el momento entonces de asumir que una relación no puede estar basada solo en sentirse encantado por el amante, sino en amar, pase lo que pase».
En ese artículo también os decía:
«Cásate con alguien cuyos defectos no te causen un estrés permanente. Nadie quiere pasarse 60 años apretando los dientes. El matrimonio no va de eso, por otra parte. Por eso es importante verle los defectos antes de casarse, para decidir el “para siempre” con el pack completo. No a todo el mundo nos hace gracia lo mismo, ni nos pone nerviosos lo mismo. El punto es descubrirlo y ver si decides acogerlo o no»
Aquí está otro aspecto interesante: no solo es cuestión de voluntad, es cierto, hay que involucrar a todo nuestro ser, porque es así como amamos. Y en una situación como esta cobra importancia también la inteligencia: ser capaz de ver los defectos, y no solo verlos sino “pesarlos”, ¿sus cosillas pueden más que sus cosas buenas? ¿sus cosillas no son cosillas sino cosazas? Conociéndome, sinceramente, ¿creo que soy capaz de querer a la otra persona con “todo el pack”, como se merece ser querida?
«Si cada vez que surge un problema, o se suceden conflictos que no sabemos cómo resolver, o similar, justificamos nuestro abandono de la relación con un «es que no somos compatibles» temo que eso esconda un “echar balones fuera”»
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Como me decía mi amiga María José: «Hay cosas que la voluntad puede cambiar, claro, pero solo si notamos que hay que cambiarlas». Nuestra libertad, nuestro corazón, nuestra cabeza… todo entra en juego en una decisión así para saber si nos queremos implicar en un proyecto personal con esas características o no.
Los motivos que nos hacen no elegir a una persona
Puede ser que de repente se vea muy claro que hay algo que miráis/ vivís/ vibráis de manera distinta. Dependiendo de lo que sea puede dar igual (Real Madrid o Barça) o no igual (¿pensamos en una familia con hijos o sin hijos?). Uno de mis novios pre universidad me dejó porque no quería bautizar a nuestros futuros hijos. Era algo en lo que ninguno de los dos íbamos a ceder. ¿Pero es es incompatibilidad? No. Es conocerse, a uno mismo y al otro, y tomar una decisión consecuente —aunque eso no quiere decir que no duela o no cueste—.
En los temas esenciales, esos que tocan las convicciones más profundas, creo que es más fácil verlo claro. ¿Pero en temas que admiten más “zonas grises”? Yo siempre pienso que con lo ordenado que es Pablo y lo desordenada que soy (era) yo, eso podía haber sido una incompatibilidad… pero decidimos que no lo era, que pondríamos en juego nuestro amor y nuestras ganas para ir acercando posturas y querernos con todo el pack. Por otra parte, ante una persona desordenada no todos los ordenados del mundo estarían dispuestos a decir: «Te quiero así, aunque no cambies».
¿Es una mala persona quien decide que no puede seguir adelante con una relación por los defectos que ve en el otro, por las diferentes maneras de mirar el mundo que ha ido descubriendo en su pareja, etcétera? Yo soy muy de «el amor se construye», y si algo no funciona, haz que funcione (#makeithappen), no te dejes caer en el «que todo fluya». Pero a veces puedes ver claro que lo mejor es no seguir intentando que esa relación funcione, que has decidido que por ciertas cosas “no puedes pasar”, o que hay otras en las que no puedes acercar más posturas de lo que estás haciendo sin sentir que dejas de ser tú mismo. Y, realmente, a eso no lo llamaría tampoco incompatibilidad… sino conocerse y ser conscientes de que se han tomado caminos diversos. En sí no es malo elegir soltar, elegir no luchar.
Como suelo decir: el “malo de la peli” no es necesariamente quien toma la decisión de la ruptura. A veces dar ese paso es lo más costoso, pero es lo más valiente si se ha dado cuenta de que no puede seguir. Sería mucho peor caer en un autoengaño y seguir como si nada cuando realmente no tienes intención de arreglar lo que no funciona, o de acercar posturas, o de cambiar lo que sea necesario.
¡OJO! Sí que podría ser preocupante si una persona invariablemente, noviazgo tras noviazgo, va dejando todas sus relaciones en la cuneta porque a todas les ve fallos, en todo ve algo que “no funciona”. No es lo mismo ser sincero con lo que uno puede o no puede asumir que ser un tiquismiquis que aspira a una relación perfecta, sin escollos, donde todo salga bien a la primera. Lo que puede tener de fondo es una búsqueda de la compatibilidad que esconde la propia incapacidad para luchar por lo que uno quiere, para comprometerse, para querer con un amor incondicional.
La compatibilidad, en todo caso, es una meta, no un punto de partida
Cuando ya llevaba un tiempo dándole vueltas a este tema, mi amiga Almu me recomendó un artículo del New York Times de título provocador: «No hay nada de malo en casarse con la persona equivocada». El autor explica:
«La buena noticia es que no importa si nos damos cuenta de que nos casamos con la persona equivocada. No debemos abandonar a esa persona, pero sí la idea romántica en la que se ha basado la comprensión occidental del matrimonio durante los últimos 250 años: existe un ser perfecto que puede satisfacer todas nuestras necesidades y cada uno de nuestros anhelos».
Una idea luminosa y muy similar a esta de Amoris Laetitia que comentaba en un post:
«El problema es cuando exigimos que las relaciones sean celestiales o que las personas sean perfectas, o cuando nos colocamos en el centro y esperamos que sólo se cumpla la propia voluntad. Entonces todo nos impacienta, todo nos lleva a reaccionar con agresividad»
Os copio otro párrafo del artículo del NYT que creo que da en el clavo:
«La mejor persona para nosotros no es la persona que comparte todos nuestros gustos (esa persona no existe), sino la persona que puede negociar las diferencias en los gustos con inteligencia, esa que es buena para disentir. En lugar de esa idea imaginada del complemento perfecto, es precisamente la capacidad de tolerar las diferencias con generosidad la que indica verdaderamente quién es la persona “menos tajantemente incorrecta”. La compatibilidad es un logro del amor; no debe ser su condición previa»
Esta frase en negrita me parece fundamental. Mi amiga Maria José lo expresaba así: «Creo que la incompatibilidad es una excusa. La compatibilidad se hace, se trabaja. Queda mejor decir “somos incompatibles” que confesar “no quiero que seamos compatibles”».
La misma idea se la leí hace años a Augusto Sarmiento en Vademécum para matrimonios, y os la comentaba en «Cómo conseguir ser un equipo en el matrimonio»:
«El verdadero amor se manifiesta no tanto en encontrar una especie de sintonía perpetua lograda sin esfuerzo, como en una lucha por superar los obstáculos que se interpongan para conseguir la concordia y aumentar más la unión»
Foto de John Schnobrich en Unsplash
Gracias por este post tan brillante y esclarecedor. Qué enriquecedor es leerte.
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¡Muchísimas gracias a ti, Celia, por tu comentario!
Me alegro mucho de que te haya gustado.
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Excelente artículo .Dulio de Argentina
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Muchas gracias, Carlos Dulio
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