No me encantan las redes sociales. No me encanta WhatsApp.
Más bien, me encanta lo que esas aplicaciones me permiten: estar conectada a las personas que quiero, conocer gente nueva, entablar conversaciones con personas de todas partes del mundo, poder difundir mis escritos.
Obviando los motivos lucrativos que puedan tener los dueños de esas compañías, está claro que toda esta (no tan nueva) tecnología ha contribuido a borrar fronteras, conectar personas, unirnos. Pero, cuando los lazos se vuelven cadenas, cuando ese uso empieza a agobiarnos, a pesarnos… hay que replantearse algunas cosas y tal vez redefinir las reglas del juego.
Una de las ideas de fondo en este escenario es la reconquista de nuestra libertad interior (que va mano a mano con nuestra paz interior, claro). Todas estas apps con sus notificaciones atrayentes nos van creando una sensación de “tengo que”, de demandas pendientes de afrontar, de cosas por hacer, información que consumir, etc. El primer paso es darse cuenta de que no “tienes que” nada. Por no tener, no tienes ni que tener WhatsApp. Cuando hice las encuestas hace unas semanas por stories, alguien comentó que era utópico vivir en esta sociedad sin esta app. Pero existen personas que viven sin mensajería instantánea… y sobreviven. Seguramente yo no seré nunca de ellas, pero esta minoría rebelde creo que nos inspira al resto para reconquistar unas cotas aceptables de esa libertad necesaria para vivir.
Lo que no me gusta de dedicarle tiempo al móvil es el coste de oportunidad: lo que dejo de hacer por tenerlo entre las manos, o lo que deberías estar haciendo (o te gustaría estar haciendo) y no haces por estar scrolleando o contestando mensajes (en la misma línea de lo que os contaba de por qué no quería instagramear como una pro). Nos pasamos la vida quejándonos de que no tenemos tiempo y, de repente, miras el “tiempo de uso” o “bienestar digital” y… oh, sorpresa, horas y horas de pantalla encendida. Miramos a veces a nuestro trabajo o a nuestros hijos como culpables de no tener tiempo de calidad con nuestro marido / nuestra mujer, pero llega la noche y estamos cada uno en una esquina del sofá con nuestro móvil (y, si al menos nos estamos mandando memes y riéndonos juntos, ni tan mal. Ojo, que entiendo perfectamente que con el cansancio del día muchas veces podemos pensar que “no damos para más”, pero aquí, de nuevo, reconquistemos libertad interior y espacios de relación. A veces reírnos juntos de reels será el plan de la noche, pero no puede ser el plan comodín para todas las noches. Os dejo este post con ideas para seguir construyendo el amor en el día a día, incluso a pesar del agote).
Me parece que Teo Peñarroja acierta plenamente con esto que escribe en «Migajas de amigo» sobre WhatsApp:
«Sus vibraciones nos impiden, primero, cultivar un mundo interior —¿qué lectura se puede hacer con el móvil al lado?— y, después, prestar atención a nuestro entorno inmediato. Y he aquí la trampa más diabólica de la cosa: cuando ignoramos nuestra obligación de amar con todo el cuerpo, con toda diligencia, a quien tenemos delante, nos pensamos grandes amigos por estar chateando con otras cinco o seis personas. Migajas»
Así como se habla de que los límites son necesarios en la educación de los hijos, precisamente para que puedan ir desarrollando su libertad de manera sana, los adultos también necesitamos repensar nuestro uso de los smartphones y ponernos unos límites que nos permitan la libertad. Poner nosotros las reglas de juego y que no sean las grandes compañías tecnológicas las que nos marquen el ritmo. Esto se ve muy bien en el documental The Social Dilemma: las redes y semejantes no son meras herramientas inocuas, porque tienen sus reclamos, tiene sus dinámicas para atraparte y sus algoritmos para engancharte. Una mera herramienta (unas tijeras, un cuchillo, un cuaderno) no es así, no te llama. El primer paso es reconocerlo, asumirlo y luego tomar nosotros el control.
Es verdad que no es lo mismo estar viendo vídeos sin parar que estar conversando con gente querida, y en este post sobre todo me centraré en esta segunda casuística, aunque a veces la línea que separa ambos usos es muy fina: uno se mete en la app para contestar un mensaje y… quince minutos después ya va por su décimo reel.
Antes de seguir, por si nos estamos poniendo muy serios, unas risas con este clásico sketch:
Y aquí la versión original de la canción, para que apreciéis mejor la otra (y para que volváis a escuchar o escuchéis por primera vez este precioso clásico).
Conectar y desconectar: prioridades
Muchas veces me he preguntado: si supuestamente no debo contestar mensajes
- en el trabajo
- cuando estoy con mis hijos
- cuando estoy con mi marido
- cuando estoy con los amigos
… ¿en qué tiempo del día los contesto? Es una pregunta real, no retórica, que aún nadie me ha contestado de manera satisfactoria. Está esa idea de “dedicarle un tiempo fijo al día” (luego hablaré más de eso), pero miro mi google calendar y, como tenga que meter algo más en esa pared compacta de ladrillo, voy a necesitar de verdad el giratiempo de Hermione.
En las encuestas en mis stories, una persona comentó que veía el contestar a los mensajes como «un trabajo de amor a los demás». Me encantó este punto de vista, también porque nos devuelve al origen: los mensajes acumulados que nos pueden agobiar no son simplemente un “to-do”, detrás de esos mensajes hay personas a las que queremos (la mayor parte de las veces, o al menos a las que nos gustaría contestar).
El punto aquí es encontrar el equilibrio, porque no puede pasarnos que, por estar cuidando a los que reclaman nuestra atención online, estemos desatendiendo a los offline. Orden en el amor y amor en el orden. En nuestras relaciones hay prioridades y hay una jerarquía. Si por cuidar a los de lejos dejamos de cuidar a los de cerca, creo que lo estamos haciendo fatal aunque tengamos sensación de «haber cumplido» porque tenemos todos los mensajes contestados.
Cuidar a la gente vs Intentar contentar a todo el mundo
En la encuesta hubo varias respuestas a la pregunta sobre la tardanza en contestar que iban en la línea de “tardar en contestar es una falta de respeto” o “si no les contesto pronto siento que no les estoy cuidando”.
Me parece que es lógico y humano preocuparse por cuidar de los demás.
Mi duda es: ¿tenemos capacidad / tiempo en el día/ energías / fuerza mental para cuidar a este ritmo a la cantidad de gente que se encuentra entre nuestros contactos?
Una respuesta que me gustó mucho decía: «WhatsApp te añade una supuesta capacidad de abarcar más pero en realidad no es así». Es verdad que este tipo de herramientas facilitan la comunicación. Es más barato y más rápido que mandar cartas. Pero que nos faciliten no quiere decir que nos vuelvan omnipotentes. Seguimos siendo seres limitados. Y el día sigue teniendo 24 horas.
Aquí se junta con la exigencia de “llegar a todo”. Porque, además de que seguimos siendo limitados y mortales, también encierran el riesgo de aumentar exponencialmente el número de personas a las que «tienes que» contestar. En mi adolescencia, me escribía cartas con mis amigas del verano. Unas 4 o 5 amigas, un par de cartas al año. La vez que escribí con más frecuencia fue a una amiga del cole que se fue un año a Irlanda. Nos mandábamos cartas todos los meses. Eso era sostenible. Cuando tienes 14 años. ¿Pero es sostenible lo que tenemos ahora?
Otra respuesta, en esta línea, que me gustó mucho por lo visual que es: «Siento que alguien me espera.. como si hubiera alguien en la puerta de mi casa». Me imaginé a un millón de amigos aporreando la puerta. ¡Qué agobio! Pero es verdad que se puede sentir así. Aunque la realidad es que NO es eso. Si apareciera un amigo en la puerta, le abrirías sin problema. Si te pilla en mal momento: si fuera una cosa urgente, dejarías todo y le ayudarías. Si simplemente quisiera charlar y comentar la jugada, reorganizarías el plan para otra ocasión. Si fuera alguien que no conoces nada, le atenderías cortésmente pero tal vez no le invitarías a tomar café una hora contigo en tu salón.
Sea como sea, en la vida no digital nunca vas a tener diez personas a la vez llamando a la puerta de tu casa. Pero con los mensajes de redes y WhatsApp sí podemos tener varios mensajes reclamando nuestra atención a la vez. Y, si en la vida real no podrías atender a esas decenas de personas simultáneamente,… ¿por qué se nos exige que en el mundo digital sí? Que, en el fondo, también es vida real, por cierto. Que a veces tenemos la sensación de que el tiempo se detiene cuando estamos ahí metidos, esa falsa sensación de que podemos llegar a todo, tenerlo todo, hablar con todo el mundo… pero eso es… solo una sensación. Es tiempo real lo que necesitamos para atender a las personas online y offline, y el tiempo real, como ya he dicho, es limitado. Hay que usarlo sabiamente.
Otra respuesta frecuente entre la gente que decía en mis stories que tardaba poco en contestar: «Porque no quiero quedar mal con la gente y quiero atender siempre bien». La segunda parte de la frase es muy comprensible, pero, unida con la primera, se me encienden las alarmas.
Creo que puede ser sano liberarnos del «quedar bien». Hay cosas más importantes en nuestra vida que eso. Entiendo la preocupación y es algo muy humano y a nadie le gusta quedar mal. Pero, como dice el meme: tampoco puedes gustar a todo el mundo, no eres un tarro de Nutella.
Si un amigo o un familiar se disgusta o se enfada o piensa mal de ti por tardar en contestar, tal vez haya que tener una conversación para aclarar algunas cosas. Me estoy refiriendo al caso de gente que tarda en contestar sin mala fe, no a personas que hacen ghosting. En general, ante un retraso en una respuesta compensa activar el modo “piensa bien y acertarás”, intentar ponerse en la situación del otro (si le conocemos, si sospechamos que puede estar con muchas cosas por trabajo, familia o lo que sea) o salvarle la intención como mínimo. A los amigos y seres queridos en general hay que cuidarlos, pero puede que uno y otro tengáis estándares y expectativas distintas sobre cómo concretar ese “cuidarse”. Ahí es donde resulta importante hablar, para impedir que se enquisten agravios.
Mi amiga Sara habla de las “amigas cactus”, esa relación que no necesitas regar todos los días para mantener la amistad. No son amigas de segunda categoría o que las quieras menos, nada que ver. Precisamente algunas de mis mejores amigas son “amigas cactus”: conseguimos vernos o llamarnos de ciento en viento pero, cuando hablamos, es como si hubiéramos dejado la conversación a medias antes de ayer. Y entre quedada y quedada, “regamos el cactus” con mensajes esporádicos, con audios, con envío de posts de Instagram porque “he pensado en ti / me ha recordado a eso que hablamos”. Y, si alguna vez tardamos más de lo normal (“lo normal” en nosotras) en contestar, no nos enfadamos, porque nos conocemos, y estamos seguras de nuestra amistad —que no depende de nuestra rapidez de respuesta—. En concreto, Sara y yo, que vivimos en dos continentes distintos, bromeamos diciendo que, si nos escribiéramos cartas, nuestra comunicación sería incluso más fluida que con nuestro ritmo de respuesta del WhatsApp…
«Voy aprendiendo a no estar siempre disponible para todo el mundo», otra de las respuesta de la encuesta que quería comentar. Creo que, por una parte, está muy relacionado también con el orden de prioridades: no todos los requerimientos que recibimos tienen la misma urgencia, ni la misma importancia. Y esto no es faltar al respeto o cuidar menos a la gente, sino simplemente meter cabeza y ser conscientes de que no llegamos a todo. Con paz. Y donde no podemos fallar es donde no podemos fallar.
Por otra parte, se relaciona con la idea de “querer contentar a todo el mundo”. Cuando estaba hablando de este tema en stories, mi amiga Fernanda me escribió el siguiente mensaje, que creo que lo sintetiza fenomenal:
«Creo que lo que preguntas sobre llevar al día los mensajes tiene que ver con algo más de fondo… Tiene que ver con qué tan complacientes somos con los demás. A mí por ejemplo me cuesta trabajo decir que no cuando me invitan a algún evento social, aunque no me apetezca o tenga que dejar otras cosas para ir. Y detrás de esto hay mucho: pensar que tenemos que estar disponibles siempre, que somos de alguna forma imprescindibles, que nuestra autoestima depende del aprecio de los demás, o simplemente ganas de comerse el mundo sin reconocer que somos limitados. Quizás la pregunta no es cómo conseguir tener los mensajes al día, sino cómo liberarme de la necesidad de responder a todos los mensajes».
Nada más que añadir. Pon una filósofa en tu vida.
La ilusión de la inmediatez
Que sea mensajería instantánea quiere decir que puedes mandar el mensaje al instante, no que te tengan que contestar al instante. Creo que es sano que asumamos del todo que la comunicación por este tipo de apps es, generalmente, asincrónica, no se da simultáneamente. A veces pueden coincidir en el tiempo receptor y emisor, pero no siempre. Y no es una exigencia.
Los mensajes no suelen llegar en un momento en que uno pueda dejar lo que está haciendo y ponerse a contestar. Volviendo a lo que decía más arriba: si estamos trabajando, estamos trabajando; si estamos con los niños, no estamos desbloqueando el móvil continuamente; etc… Si un mensaje te llega en un momento en el que estás en línea y puedes contestar al instante, fenomenal, claro. Pero, incluso en esa circunstancia, como decía una amiga: puede que estés en línea escribiéndole a tu marido que coja pan bimbo en el supermercado, eso no quiere decir que estés disponible para contarle a tu amiga qué tal el verano o explicarle a tu padre cómo descargarse una app.
No podemos vivir al ritmo de las notificaciones. Algunos expertos hablan de la era de la distracción. También explican que, cuando algo nos saca de la concentración de una actividad aunque sea un mensaje breve o consultar una cosa pequeña…, volver a meternos en el mood de concentración nos lleva unos 30 minutos. Es una barbaridad de tiempo perdido. Ya sea de pérdida de eficiencia en el trabajo, de pérdida de conexión con nuestros seres queridos o pérdida de disfrute de un hobby.
Cuando estaba dándole vueltas a este tema, vi un tuit de @jmolaizola que decía:
«Tenemos que dar permiso a los otros a desconectar de verdad. Hoy, con la excusa de que el móvil siempre va con uno, es fácil asumir que «siempre me puede responder». Y a veces lo que hace falta es cortar un tiempo».
Creo que clava la idea. Pasar de la mentalidad de “es una falta de respeto no contestar pronto” a “en realidad quizá lo que es una falta de respeto es exigir una respuesta casi instantánea”. Y muchas veces incluso dar esa respuesta instantánea es, de hecho, una falta de respeto: para la gente con la que estás hablando y a la que dejas de mirar y de escuchar por “no faltar al respeto” a quien llama a tu puerta digital.
Y a veces, sí, puede pasar, que no es que no pueda contestar en ese momento sino que, como explica este artículo de El País, esa persona «no tiene ganas de dedicar ni un minuto más al móvil». Prioridades.
Algunas ideas que creo que mejorarían nuestra relación con la gestión de mensajes de WhatsApp y redes sociales:
«Modo Jane Austen»
En las pelis de Jane Austen (o de ese estilo) se suele ver a los personajes escribiendo cartas. A veces incluso esta actividad forma parte de su horario diario, su tiempo para la correspondencia. Un modo de organizarse que algunos comentaron en la encuesta y que personas sabias a las que admiro mucho llevan a cabo: ponerse unos tiempos fijos al día (por ejemplo, a primera hora y a última) para ir contestando mensajes. Esto requiere una fuerza de voluntad muy grande para resistir la tentación de meterse en las apps entre ambos tiempos reservados. Aquí habría que hacer una excepción para mensajes breves que puedas contestar en menos de 20 segundos sobre la marcha, creo. Aún no lo he probado diariamente (lo intento hacer una vez a la semana), pero sospecho que me vendría bien algo de este “modo Jane Austen” de contestar la correspondencia guasapera.
Última hora de conexión y el tick azul
Para mí fue una gran liberación quitarme la opción de “ver hora de última conexión”. Parece que no vas a poder vivir sin esa información… pero vives y tan tranquila. En cualquier momento me quitaré también el tick azul (aunque más que por paz propia, que no me muero si veo que alguien lo ha leído y no me ha contestado aún), por la paz ajena.
Hora límite
Ponerse una hora límite en el día a partir de la cual ya no miras mensajes. Cuando llamábamos por teléfono había unas horas a las que ya “no se podía llamar a una casa decente”. Pues esto es similar. Después de cierta hora, proponerse no mirar ni contestar mensajes. A quién no le ha pasado quedarse enganchado en una conversación justo cuando te ibas a dormir, a leer un rato o simplemente comenzaba vuestro tiempo familiar…
Desactivar notificaciones
No tienes que tener todas las notificaciones activadas. Puede dar un poco de FOMO al comienzo, pero luego te acostumbras. Dependerá de personas, circunstancias, trabajos, etc, pero, al menos, vale la pena pararse y realmente pensar y ser consciente de que seguramente la mayor parte de las notificaciones no las necesitas. Creo que prescindir de las notificaciones ayuda mucho a paliar el agobio generado por estas apps y las distracciones. A veces aunque no entremos a leer el mensaje, vemos la previsualización y ya es fácil quedarse con el runrún, con la preocupación, o incluso empezar a contestar mentalmente (y luego no contestarle en verdad porque tienes la sensación de haberle ya respondido). Eso, aunque parezca que no, nos roba tiempo de estar realmente presente porque nuestra cabeza ha empezado con el multitasking. Tal vez también en este sentido el punto es solo leerlos cuando sepas que puedes contestarlos. No sé si sirve para todo tipo de mensajes. Puede que sí. Al menos hay que repensarlo.
Despedirse
Intentar avisar a la gente con la que tienes conversaciones activas en ese momento si vas a dejar de contestar, por ejemplo: “Perdona, estoy llegando al cole” / “Luego te leo con calma, estoy trabajando” / “Estoy yéndome a dormir, mañana seguimos” / “Estoy viendo una peli”/ “Ahora voy a cenar”.
Si es «modo carta», que sea recíproco
Me gusta que la gente se acuerde de mí y me escriba, pero no me gustan los mensajes que simplemente son “Hola, ¿qué tal?”, en plan “Cuéntame algo, me aburro”. Si escribimos para interesarnos por alguien sin ningún motivo (cosa que en sí es fenomenal, qué maravilla esos mensajes desinteresados), creo que es mejor aportar también algo de información. Como cuando nos escribíamos cartas: preguntábamos, pero también contábamos algo de nuestra vida. En este tipo de mensajes, por supuesto, no esperes rapidez en la respuesta.
Por unas notas de voz mejores
Los audios deberían tener un titular. Y deberíamos dejar de decir “te lo cuento en audio porque así es más corto”. Es más fácil grabar un audio que escribirlo, eso sí, pero generalmente nos enrollamos más en audio. Y no siempre es más cómodo escuchar un audio que ver un mensaje escrito. Por mucho x2 que le pongas. No estoy en contra de los audios, me encantan, yo mando muchos, sobre todo cuando aprovecho a contestar mensajes caminando por la calle. Pero al pan pan y al vino vino.
Los teléfonos sirven para llamar también
Si realmente quieres respuesta rápida, llama. No hay manera de distinguir a simple vista un mensaje urgente de uno de “cuéntame tu vida”.
- Si llamas y no te cogen el teléfono, puedes dejar un aviso por WhatsApp. Pero ¿soy la única a la que un mensaje de “Llámame cuando puedas” le suena terrorífico? Para estos casos, se puede adelantar el tema en el propio mensaje: «Quiero comentarte una cosa de tu padre», «Quiero hacerte una pregunta sobre el trabajo», «Me gustaría hablar de lo que pasó el otro día»…
Más vale tarde que nunca
Mejor contestar tarde que nunca. Hace dos años hice un buen barrido por e-mails pendientes y descubrí que el correo más antiguo que tenía sin contestar era de hacía una década. Me moría de vergüenza. Pero decidí contestar. Y mirad qué cosa tan bonita escribió luego el remitente. Claramente, valió la pena responder, aunque fuera media vida después.
Para escribir más rápido y ordenar mejor mis ideas
Me ayuda contestar los mensajes desde el ordenador. Escribo más rápido tecleando que con el móvil. Me ayuda también en mi intento de contestar correspondencia “modo Jane Austen”.
Una regla básica
Si no te contestan por WhatsApp, no ataques por otra red social (y viceversa).
Los límites entre lo profesional y lo personal
En general, no escribas para cosas de trabajo por redes sociales o WhatsApp a no ser que hayas pactado de alguna forma con la otra persona que estáis cómodos con esa vía de comunicación para temas profesionales.
Atajos de teclado
Cuando tenía bebés, me configuré un atajo de teclado que al poner “mmmmm” salía automáticamente el texto: «Ahora no puedo contestarte, estoy dando de mamar». Creo que tener un atajo así para contestar algo rápido cuando una conversación sincrónica se ve interrumpida es útil para darle información al otro y no desaparecer sin más. Y sí, me pasa que a veces quiero decir “mmmm” como sinónimo de “mmm qué rico” o “mmmm lo estoy pensando” y de repente me sale el mensaje automático que programé hace mil años.
Todas estas ideas, por si os ayudan, con la flexibilidad de la vida y con la libertad interior que todos vamos queriendo conquistar o reconquistar en nuestro día a día. Habrá excepciones, habrá que apagar fuegos, habrá emergencias, habrá días, habrá épocas… Pero lo primordial es querer a la gente, teniendo en cuenta nuestras limitaciones y prioridades; no fallar donde no puedes fallar, y vivir con paz que no somos un tarro de Nutella; que las herramientas que sirven para unir y comunicarse sean cada vez más meras herramientas bajo nuestro control y cada vez menos redes que nos atrapen. Por una comunicación sostenible y feliz.
Foto de Ant Rozetsky en Unsplash
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