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Por qué la serie «Adolescencia» golpea tan fuerte

Aviso: Este artículo contiene spoilers. 

Adolescencia no te deja indiferente.

Por empezar con lo obvio: la impresionante calidad técnica. No solo por los espectaculares planos secuencia [aquí un breve making of de cómo se grabó cada capítulo en un único plano secuencia real], que también, sino por los actores (ya habréis oído hasta la saciedad que es el primer papel de Owen Cooper, el chaval que hace del protagonista) y el guion.

Y aquí enlazo con el meollo de esta serie: la historia, el contenido, el fondo. Una historia dura, pero también necesaria.

¿De qué va Adolescencia?
El capítulo final: los límites de la culpa
¿Qué hay en la mente de Jamie?
¿Nos puede pasar a cualquiera?
Sobre el poder de la ficción

¿De qué va Adolescencia?

No creo que sea una serie “sobre los incels”. De hecho ni siquiera queda claro (o a mí no me lo parece), que Jamie, el protagonista, pertenezca a la manosfera. Katie, la niña asesinada, se mete con él por este tema, ¿pero está describiendo un hecho o poniendo una etiqueta? El chaval perturbado de la tienda de bricolaje que habla con el padre es un incel que cuenta cómo han tomado a Jamie como estandarte. Pero eso no implica que Jamie lo fuera. Seguramente había “coqueteado” en internet con esos foros, eso sí. Pero no estaba en ese punto de radicalización. Otro asunto distinto es que sí ha sido relevante la serie para poner estos términos (incel, manosfera) y las realidades que nombran en los titulares. Me ha sorprendido comprobar la cantidad de gente que nunca había oído hablar de ellos.

Jamie es un adolescente. El título de la serie está ahí por algo. Un chaval con unas inseguridades fuertes, unos padres cariñosos pero un poco (o un mucho) en Babia. Problemas de bullying en el cole. Unos profesores con falta de autoridad. Demasiado tiempo en internet sin supervisión. Una autoestima justita más bien tirando a baja (“no soy guapo”, “cómo voy a gustar a las chicas”, y estos comentarios ¿no los puede haber hecho cualquier chaval en esa edad en cualquier momento?). Y un temperamento con arranques de violencia, como se le ve cuando es incapaz de controlar su ira.

Queda flotando el interrogante de qué peso tiene cada uno de esos factores en el cóctel molotov que conduce al homicidio. Porque además a todo esto hay que sumarle su libertad, está claro. No es un «Yo soy rebelde porque el mundo me ha hecho así».

No, definitivamente no creo que Adolescencia sea una serie sobre la masculinidad tóxica. Es mucho más. Va mucho más al fondo. No sé ni siquiera si podría decirse que hay un tema o más bien hay una retahíla de preguntas que plantea. Como escribe Alberto N. García: «Su dolorosa grandeza es que nos obliga a mirar de frente… cuando preferiríamos mirar hacia otro lado». 

Además de las cuestiones que ya he planteado antes, añadiría estas otras (seguro que a vosotros se os ocurren muchas más, y me encantará saberlas): 

¿Hasta qué punto el asesinato fue planeado? ¿O llevaba el cuchillo solo para asustar?

¿Cómo ha sido posible?

¿Podía haberse evitado? 

¿Quiénes eran los responsables de evitarlo?

¿Cuánto peso tiene la responsabilidad de cada cual?

El capítulo final: los límites de la culpa

En el diálogo final de la madre y el padre hay muchas claves para entender. Creo que una de las principales preguntas es el nivel de responsabilidad que tienen los padres sobre las acciones de su hijo. O tal vez, como madre, es de las que más me ha apelado a mí. Esa frase de la madre: «Nos dará paz aceptar que podíamos haber hecho más». Pero su responsabilidad de haber hecho más no significa que sean culpables de todo. No podían sustituir a su hijo. «Le hemos hecho a él, pero también la hemos hecho a ella», comentan refiriéndose a su hija mayor. De los mismos padres, dos hijos distintos. Aunque queda claro que sí podían haber hecho más y que ha habido vacíos («Se pasaba en su cuarto desde volver del cole hasta la 1 de la madrugada y pensábamos que estaba a salvo»). 

Ese último capítulo (el cuarto) es una montaña rusa. Desde el comienzo, que muestra una familia en la que casi no dirías que hay una tragedia oculta, hasta el primer estallido del padre con la pintada de la furgoneta. ¿Es desproporcionada su reacción? No lo creo. Y, como poco, es comprensible. ¿Su reacción luego en la tienda de bricolaje? Obviamente se deja llevar por la ira, pero ¿cómo habríamos reaccionado cada uno de nosotros? Los momentos de felicidad y normalidad familiar en ese capítulo intercalados con sus picos de ira no muestran que sea un Dr. Jekyll y Mr. Hyde sino más bien que es humano, y que es una familia normal, que se quiere, que intenta recomponer sus piezas en medio de la tragedia que viven y que la realidad no para de ponerles frente a los ojos la triste realidad de que nada volverá a ser igual. Esa realidad terca va en escalada alcanzando el clímax en la confesión de Jamie por teléfono, cuando dice que se va a declarar culpable.

Ese momento de toparse de frente con la realidad que no se ha querido terminar de ver… Tremendo en la aparente sencillez de una conversación telefónica. La madre y la hermana no han estado en los interrogatorios, ni visto la cinta. El padre sí, y se ha empeñado en creer a su hijo a pesar de todo. Amor de padre que quiere proteger y que cree antes la palabra de su hijo que unas imágenes bastante claras. ¿Es deseo de protección o es no querer aceptar la realidad? ¿O es una mezcla de ambas?

Otra pregunta que, al ver el capítulo 4 me surgió: ¿Es el padre de Jamie violento? No diría eso. Es un hombre con un temperamento colérico tal vez, y con una ira que le cuesta manejar en situaciones. Pero él mismo cuenta su decisión tan firme de no pegar a sus hijos, como él había sufrido de su padre. y se ha mantenido en esa decisión. Eso dice mucho de él. Luego ha fallado en otras cosas como padre, pero en eso no. Si fuera un hombre violento sin remedio, se le habría escapado el cinturón más de una vez con sus hijos, ¿no?

Hablemos de la escena del final (con la canción de Aurora, esa letra, esa melodía, la inocencia rota). Esa escena final que viene precedida de todo lo anterior, claro, y por eso tiene la carga que tiene: el padre derrumbándose. Pero, sobre todo: el momento en el que mete al oso de peluche en la cama de su hijo y lo arropa, y después le coge la cabecita, con ternura, como si fuera un niño, le besa y le dice: «I’m sorry, son». Una petición de perdón a su hijo, sí, pero también una despedida a la inocencia, a la familia que habían construido, ¿al padre que quería ser? Un duelo.

¿Qué hay en la mente de Jamie?

En toda la serie se plasma un deseo, casi una necesidad de entender el porqué, las motivaciones de Jamie. Que, en realidad, se quedan en la sombra, al menos en un claroscuro. La psicóloga (impresionante capítulo 3) intenta todo el rato buscar algo donde agarrarse, algo que explique la monstruosidad, que la atenúe, que le absuelva. El policía en el capítulo 2 también está buscando los motivos. Desesperadamente. Lógico. Más aún sabiendo que tiene un hijo de la misma edad y en el mismo instituto que el protagonista.

En los capítulos 2 y 3 se ahonda más en el tema de las pantallas y las redes sociales. La hiperconexión y el aislamiento; el bullying y el peligro de radicalización; el sexting, los chantajes y la pornografía; la incapacidad para relacionarse cara a cara. 

Jamie le cuenta a la psicóloga la vez que en un partido falló una jugada y, en ese momento miró a las gradas buscando la mirada de su padre y este estaba mirando hacia otro lado. Luego la versión de los hechos se la cuenta el padre a la madre en el capítulo 4. El padre se acuerda, sabía que tenía que haber aguantado la mirada y que tenía que haber sido una mirada de apoyo y de protección. Pero no pudo. Tuvo miedo que su mirada trasluciera decepción y consideró preferible retirarla. ¿Qué hubiéramos hecho nosotros? Nos encantaría ser tan virtuosos como para que no se nos noten las primeras impresiones en la cara, pero ¿hasta que alcancemos ese grado de virtud? 

Más allá de la anécdota concreta, el tema de la mirada me parece super potente. Del poder de las miradas he escrito ya aquí. Y hay en la miniserie una reflexión sobre esto también. Al final la autoestima la construimos con nuestro autoconocimiento, sí, pero también (y en la adolescencia especialmente) con cómo nos ven los demás. Somos seres sociales. No vivimos aislados. Y en mundo de Instagram y TikTok, cómo nos ven los demás supera las fronteras de familia, amigos, compañeros de clase. El “público” de nuestra vida puede llegar a ser demasiado amplio (como se ve en el documental The Social Dilemma), y no es una audiencia que se muestre propensa a la compasión o a la “mirada buena” que haga crecer y saque lo mejor de ti. 

Además de todas las preguntas que me bullían por dentro tras terminar de ver la serie, había unas que me acompañaron durante días: ¿Qué va a ser de Jamie? ¿Cómo arreglas a un chaval que ha cometido esa atrocidad? ¿Se le puede ayudar de alguna manera? 

¿Nos puede pasar a cualquiera?

En mi momento obsesión post-serie, cuando me vi varias entrevistas y making of, en uno de esos vídeos escuché a Stephen Graham (uno de los creadores y guionistas de la serie, y el actor que hace de padre, con una interpretación que te encoge el alma) decir que quería que el espectador se preguntara «¿Por qué? ¿Cómo ha pasado esto?» y también «¿Esto me podía haber pasado a mí?». Graham lo deja en pregunta, pero luego este punto, en afirmación («Nos puede pasar a cualquiera»), lo vi en algún que otro artículo comentando la serie. 

Y me interpeló. ¿Eso es verdad? Por una parte pensé: sí, es verdad, nadie puede asegurar que sus hijos jamás serán capaces de cometer una atrocidad así. Lo que hemos hablado sobre la libertad personal.

Por otra parte, algo de mí rechazaba esta idea, y no era solo que me pareciera incómoda, horripilante de imaginar o acusatoria antes de tiempo. Es que también me pareció algo injusta e irreal, o tal vez injusta por no corresponder completamente con la realidad. No me termina de convencer esta «democratización del riesgo». Me recuerda a las campañas de prevención de ETS que “juegan” también con esta «democratización del riesgo». No se trata de negar los riesgos que existen, pero no creo que se pueda decir que todos estamos expuestos a esos riesgos de igual manera. Pensemos en los accidentes de coche: uno puede seguir todas las normas de tráfico, ser prudente al volante, saberse el código de circulación de memoria, y aun así sufrir un accidente. Sí. Pero las probabilidades de accidente son más altas para quien conduce como si estuviera en una película de Fast and Furious. Tampoco tiene las mismas oportunidades de fallecer en un accidente de tráfico quien va con el cinturón que quien va sin él (y por eso hay campañas promoviendo su uso). 

Volviendo a la miniserie, por hacer zoom en uno de los elementos implicados en el cóctel molotov que comentaba antes: ¿podía haber sido diferente la historia de Jamie solo con que sus padres hubieran restringido su uso de pantallas? Y no solo eso: con unos padres que se empanan de lo que hay, que construyen relaciones de confianza y que entablan conversaciones significativas con sus hijos. Es verdad que uno puede restringir el móvil a su adolescente hasta, digamos, los 16 (por poner una edad mayor que la que tiene el protagonista). Por supuesto, eso no te asegura que no acceda a contenido inadecuado por otros medios (móviles de amigos, por ejemplo), pero sí te asegura que no se pasa de 5 pm a 1 am en foros chungos. Con esto no estoy cargando las tintas en la responsabilidad de los padres en las acciones de Jamie, pero sí explorando un poco el océano de ese «Pudimos haber hecho más» que dice la madre. 

Tampoco creo que el objetivo de la serie sea “meter miedo a los padres”. Pero sí espabilarles un poco: «Ey, hay cosas ocurriendo ahí afuera —o ahí dentro, en el cuarto de tu hijo— de las que no te estás enterando. Y deberías. Y deberías hacer algo con eso». 

No puedes llegar al “riesgo cero”, no puedes asegurar que «mi hijo jamás hará esto, porque le he educado de diez», pero sí puedes “comprar papeletas” para que el riesgo se acerque más a cero que a cien.

Y el caso además es que Jamie tampoco tenía “todas las papeletas”. Me encanta cómo lo explica el artículo de Ana Zarzalejos, en el que subraya que Adolescencia no es un documental, sino una serie de ficción. Como señala Zarzalejos, Jamie no es el prototipo de adolescente asesino. Su personaje no está basado en hechos reales. Los autores se inspiraron para construir la historia en diferentes casos de asesinatos de chicas por parte de uno de sus compañeros de instituto, pero esta miniserie no habla de ninguno de ellos en particular. 

«Si de verdad queremos entender el fenómeno de la violencia entre menores, es bueno conocer que ser criado en el seno de una familia unida es uno de los predictores más fiables de éxito para la vida de un niño. Los padres de Jamie en la serie se adoran y llevan juntos desde la adolescencia. Por supuesto que hasta los peores males ocurren en las mejores familias, pero quizá no se podría decir que eso es el paradigma de un fenómeno», dice la autora del artículo. También menciona que «el crimen más conocido asociado a la manosfera es el de Jake Davison, un joven de 22 años que disparó a su madre y a otras cuatro personas antes de suicidarse».

La investigación mostró que había estado consumiendo contenido sobre la cultura incel. Pero, como explica más detalladamente el artículo, Davison no era nada de lo que Jamie es. 

Sobre el poder de la ficción

Antes de leer a Zarzalejos había leído a Alberto N. García este otro artículo sobre la serie, en el que critica su politización y habla del poder de la ficción. Es un tema sobre el que llevo pensando mucho tiempo (os dejé una primera reflexión en uno de mis minipódcasts para los miembros de Buymeacoffee, por ejemplo), y que seguiré investigando. Pero de momento os dejo unas líneas de Alberto, que me parecieron geniales: 

«La serie no opera como un tratado sociológico ni como un panfleto de alarma moral. Su relación con la realidad no es la de un informe que busca diagnosticar causas y consecuencias, sino la de una historia que destila preocupaciones contemporáneas sin someterlas a una tesis cerrada. Una obra de arte no es una llave inglesa. No pretende ilustrar un problema con cifras ni ofrecer soluciones, sino encarnar sensaciones, conflictos y miedos que, aunque existan en el mundo real, aquí operan con la lógica de la ficción: la del temblor emotivo, la incertidumbre y la experiencia subjetiva. Su fuerza reside en el territorio de la emoción, en la incomodidad que genera y en su capacidad para transmitir el desgarro sin ofrecer respuestas absolutas
Si Adolescencia despierta tantas interpretaciones es porque no impone un discurso, sino que plantea preguntas. Y ahí radica su mayor valor: en recordarnos que la ficción no es una tesis, sino un espacio en el que explorar. […] Porque la buena ficción, al fin y al cabo, no debería estar para confirmar certezas, sino para agitarlas. Nos permite tocar el miedo, la violencia o la culpa sin quemarnos del todo. Y en ese roce con lo insoportable es donde mejor entendemos quiénes somos… y quiénes no queremos ser».


Foto de cabecera: Imagen del tráiler promocional de la miniserie «Adolescencia». Fuente: Netflix / Warp Films / Plan B Entertainment. La imagen utilizada en esta entrada tiene fines exclusivamente ilustrativos y educativos. No se pretende vulnerar los derechos de autor. Todos los derechos pertenecen a sus respectivos propietarios.


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3 comentarios en “Por qué la serie «Adolescencia» golpea tan fuerte

  1. tmelendo dijo:
    Avatar de tmelendo

    ¡Me ha gustado mucho, mucho!

    Me ha parecido muy equilibrado y pertinente.

    Estupendas también las referencias y los enlaces.

    Muchas gracias, un fuerte abrazo… ¡y a seguir trabajando tan bien como hasta ahora!

    Tomás Melendo

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    • Luzmaral dijo:
      Avatar de Luzmaral

      Qué ilusión, Tomás. Muchísimas gracias por leerlo con tanto cariño y por tu comentario. Es un honor que alguien de tu altura intelectual piense esto de mi artículo. Muchas gracias de corazón. Un abrazo grande

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      • tmelendo dijo:
        Avatar de tmelendo

        Muy querida Lucía:
        No me alargo, porque no sé si este correo te llega.
        En cualquier caso, ha sido un gustazo enorme.
        Procuraré seguirte leyendo, con cariño creciente.
        Un abrazo fuerte y sincero para toda la familia (¿cómo sigue el embarazo?: ayer me cancelaron el vuelo en el que iba a ver a María José, que da a luz, Dios mediante, para el 25 de junio… y con la que hace ya unos días está Lourdes: ¡puf!),

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        Tomás Melendo Granados
        Catedrático de filosofía (metafísica) / Universidad de Málaga (Spain)
        Presidente de Edufamilia
        Paseo Marítimo Pablo Ruiz Picasso 16, 5º-1
        29016 – Málaga (Spain)
        Tfno.: +34 952 21 02 83 / +34 676 950 130

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