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Mirar sin filtros

Cuando nos enamoramos, lo vemos todo con otros ojos, y, en primer lugar, a la persona amada. Es como un descubrimiento que llena el mundo con una luz diferente. Los días lluviosos tienen su encanto, te sale limpiar la casa —casi— sin esfuerzo y, por supuesto, la otra persona es perfecta, lo hace todo bien, no hay nadie que la supere en belleza y bondad. Como solemos compartir lo que nos emociona, hablamos a todo el mundo de ella, exaltamos sus cualidades y no resistimos que nadie sea mejor que ella en nada, porque creemos sinceramente que es imposible y nos ofende que alguien siquiera se atreva a sugerirlo.

Esta etapa de fascinación propia del enamoramiento está bien, entra dentro de lo normal, y es bueno que el amor tenga ese efecto “sacudida” en nuestro interior. Si un amigo estuviera muy enamorado de su novia y no nos hablara nunca de ella nos parecería raro, ¿no?

Pero este tipo de idealización debe evolucionar. Cupido es ciego, pero el amor del bueno no se atasca en la etapa del diosecillo con alas y flechas. Quedarnos enganchados en una visión platónica de alguien con quien queremos construir una relación presenta muchos y variados peligros:

Tener un molde predeterminado puede encorsetar la relación

En tu cabeza está muy clara la idea de cómo esperas que sea tu novio/a perfecto/a. Conoces a alguien que te atrae, te gusta, y empiezas a meter a ese alguien en tu molde de “pareja ideal”. A cualquier cosa que hace o que descubres de ella le encuentras un sitio en tu planteamiento inicial. Hasta que… aparece algo que no te encaja. Y puede que tirando del hilo descubras que muchas otras facetas tampoco encajan, pero que te has empeñado en que así fuera y, con un poco de imaginación, un poco de no querer ver la realidad y un poco de salir ganando en las discusiones, conseguiste forzar para que encajara. Mala pinta. Como comentaba en este post: «Pincha el globo y atrévete a descubrir a la persona real». La realidad siempre es mucho más emocionante. Pero hay que atreverse a vivir en ella. Amar a un dibujo animado o a un personaje construido en tu mente no tiene nada de mérito.

Cuando no se supera la idealización del enamoramiento a tiempo, puede acabar convirtiéndose en un monstruo fagocitador

Se da una dinámica curiosa, una especie de paso “del amor al odio” (pero porque no ha llegado a haber amor de verdad). Es lo que suelo llamar mirada empañada. Realmente no es que de repente a uno se le empañen los ojos y no vea bien, es que siempre ha tenido algún tipo de legañas: al principio era un filtro con tintes rosas, lleno de luz. Pero comienzan a aparecer los defectos —del otro, se entiende— y no se sabe cómo manejarlos.

Nos hemos olvidado de que todos tenemos nuestras “cosillas”, y estamos exigiendo a un ser mortal que sea perfecto, que no nos defraude nunca, que nos llene siempre, que cumpla nuestras expectativas de felicidad, porque así era al comienzo y no entendemos por qué de repente ya no. Y llegan la frustración, los reproches, las exigencias chungas, que volcamos en la persona amada. Al aparecer los contrastes en la imagen de quien amamos se nos ha ido la mano con el filtro y las sombras se muestran forzadas. Tanto que de hecho es como si la persona que tuviéramos enfrente fuera alguien distinto a quien vimos una vez bajo una luz angelical, pero al mismo tiempo sabemos que continúa siendo ella y por eso nos enfadamos más: ¿Por qué no eres como antes? ¿Por qué no me llenas? ¿Por qué haces eso que me pone tan nervioso?

La persona que “padece” el cambio en la mirada del amante realmente sufre

No entiende por qué quien la miraba con un infinito amor, quien la hacía volar y sentirse capaz de conseguir cualquier cosa, quien sacaba lo mejor de ella con solo su presencia… de repente se ha vuelto una especie de enemigo lleno de demandas. Más incomprensible y doloroso cuando sucede que, de pronto, los aspectos que en los primeros meses eran motivo de numerosos elogios de repente son la causa de continuos reproches. Esto es de lo más injusto. Lo que al comienzo era “determinación” ahora es “tozudez”; si antes presumía de que su amada era muy comprometida con diferentes causas sociales y culturales, ahora las discusiones de “siempre estás con tus cosas” son frecuentes; lo que al principio avivaba su mirada luminosa, ahora agudiza los negros de la imagen.

Ante esta situación, la persona que sufre el cambio de mirada de su pareja, se encuentra ante un peligro —partimos del hecho de que no ha habido un cambio real en ella (eso sería otro tema), sino que se trata solo de los ojos empañados del otro—: empezar a creerse la mierda que el otro le echa encima con sus reproches. Sobre todo si ella misma no ha hecho su propio paso de desidealización. Si para ella el otro es aún perfecto y los conflictos son frecuentes… ¿quién tiene la culpa? El razonamiento parece lógico pero es el comienzo de la pendiente resbaladiza de irse anulando, de pensar que la relación mejorará “si yo cambio”, de cargar con un peso que corresponde a dos. Esto es muy resbaladizo y da para mucho —para profundizar, está el manifiesto de la Liga de Liberación de la Novia Oprimida—.

Pero existe otro tipo de idealización, otro tipo de mirada

Porque el verdadero amor no es ciego, es más: tiene una vista perfecta, tan perfecta que, en cierto modo, ve el futuro. Ve el ideal al que está llamada la otra persona. Me gusta cómo habla de ello la autora de Erótica y materna:

«Es la capacidad del ver-soñar-imaginar-esperar todo lo positivo que la vida del otro tiene aún en germen, algo que no está en acto todavía, que no se ve aún, pero que logrará florecer precisamente gracias a la presencia de esta mirada buena. (…) Es la mirada de la posibilidad, que mantiene abierta la esperanza en el futuro, y por eso mismo lo hace posible»

Para este tipo de idealización buena se requiere madurez:

La madurez de quien es capaz de amar incondicionalmente a la persona entera, con todos sus defectos. No se trata de “hacer como que no los veo”, o pasarlos por alto, sin más. No: consiste en verlos, en conocerlos, en descubrirlos sin escandalizarse e irlos acogiendo todos como acogemos las cosas buenas que descubrimos del otro, con el convencimiento de que todo lo que conocemos de la otra persona nos ayuda a quererla más y mejor. La idealización buena requiere una mirada de benevolencia.

A veces esto sucede con una (o varias) crisis de idealización, no vamos a engañarnos, pero esas crisis pueden ayudar a avanzar en la relación: «Esa sensación de “demoler este muro torcido ha costado un huevo, pero gracias a eso ahora te conozco más y te puedo querer mejor”. Como de ir quitando velos al rostro de la otra persona, y sentirte y saberte así cada vez más cerca, que puedes amarla más porque conoces su yo más real».

Todos merecemos una mirada de estas características por parte de quienes nos quieren

Y todos deberíamos aprender y esforzarnos por mirar así, en cada instante. Una mirada que no juzga, que acoge, que ve la realidad, que “tira hacia arriba”, que conduce a un futuro esperanzador. Todo lo contrario a una mirada que dice «contigo no hay nada que hacer», unos ojos que cortan alas, una actitud que hunde en el abismo, una mirada que, al negarte el futuro luminoso, te lleva fácilmente a sumergirte en la desesperación de un presente que ella misma te ha pintado de oscuro.

La mirada de amor del bueno no solo ve en cierto modo el futuro sino que también hace que sea (#makeithappen). Viktor Frankl lo explica mil veces mejor que yo, en El hombre en busca de sentido:

«El amor es el único camino para arribar a lo más profundo de la personalidad de un hombre. Nadie es conocedor de la esencia de otro ser humano si no lo ama. Por el acto espiritual del amor se es capaz de contemplar los rasgos y trazos esenciales de la persona amada: hasta contemplar también lo que aún es potencialidad, lo que aún está por desvelarse y mostrarse. Todavía hay más: mediante el amor, la persona que ama posibilita al amado la actualización de sus potencialidades ocultas. El que ama ve más allá y urge al otro a consumar sus inadvertidas capacidades personales»


Foto de Timothy Paul Smith en Unsplash

9 comentarios en “Mirar sin filtros

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