¿Vosotros sois de hacer propósitos en Nochevieja o Año Nuevo? Yo sí. Pero el año pasado, por estas fechas, a raíz de una encuesta que realicé en Instagram, descubrí que los que sí suelen hacerlos y los que solían pero ya no —por diversos motivos— estaban casi empatados, y seguidos muy de cerca por los de “nunca”.
Tuvimos una conversación muy interesante en stories, también a raíz de varios posts de gente sabia que habían reflexionado sobre este tema. Y, en mi audio de Buymeacoffee de enero, expuse brevemente mis pensamientos alrededor de esta disyuntiva y prometí un post para la Nochevieja de 2025. Me parece increíble que ya haya pasado un año de eso, casi, y aquí estoy, cumpliendo lo prometido.
Quienes os hayáis adentrado ya en las páginas de El arte de no llegar a todo sabéis que soy una gran defensora de soñar en grande. Y por eso soy fan de los propósitos. Creo que los propósitos ayudan a hacer palpables los sueños grandes, para que esos anhelos no se queden en suspiros ni en meros buenos deseos.
Como escribo en la introducción:
«Apuesto por el superávit de sueños, porque, si tengo cien, sé que no voy a llegar a esos cien, pero el anhelo de más me impulsará a conseguir… no sé… ¿veinte? Pero si sueño con veinte, puede que me quede en ¿cuatro?
El realismo no tendría que ir de la mano con el pesimismo, ni con una visión de la prudencia mal entendida como no correr riesgos. Soñamos y trabajamos y seguimos soñando»
Así que en este post voy a intentar contestar a algunas de las objeciones anti-propósitos de Año Nuevo.
¿QUÉ MAGIA HAY EN EL CAMBIO DE CIFRA?
Una de esas personas sabias que escribió contra los propósitos fue mi admirada Almu C. Domper aquí. Criticaba —y en esto sí le doy la razón—:
«ese fervor colectivo —muy beneficioso, por cierto, para el mercado— de considerar el nuevo año como el momento perfecto para empezar proyectos o hacer borrón y cuenta nueva. Como si cualquier otro instante no fuera el idóneo para dejar de fumar, visitar más a tus padres o aprender alfarería».
Más gente en la conversación por stories comentaba esta idea: ¿qué hay de mágico en un cambio de cifra al que nos agarramos como si fuera a hacer todo posible?
Estoy de acuerdo en no cifrarlo todo en la cifra (valga la redundancia), ya sabéis que soy muy de #makeithappen, hacer que sea. Pero creo que es compatible: ser conscientes de que cada momento es bueno para volver a empezar y hacerlo de manera especial en algunos momentos del año.
¿Por qué hacerlo en Nochevieja? Mi respuesta: ¿Por qué no? Los seres humanos somos seres de ritos. Tenemos tiempos fuertes que nos ayudan a parar, a reflexionar de manera especial. También celebramos los cumpleaños una vez al año, aunque estemos contentos de estar vivos todos los días. Hacer propósitos cotidianos no es incompatible con tener un momento más intenso para hacer propósitos con más calma (lo mismo tras unos ejercicios espirituales o después algún suceso en nuestra vida que nos pide parar y recalcular). Es verdad que en el día a día no deberíamos vivir con el piloto automático, sino tener nuestros momentos de discernimiento, pero eso no es incompatible con los propósitos de Nochevieja. No veo nada dañino en participar colectivamente de ese “hacer propósitos”, ya que, además de ser seres de ritos, somos seres sociales.
Alguien comentó en stories que no se dejaba llevar por la “moda” de hacerlos el 31 de diciembre: creo que puede acabar siendo una moda vacía sin más fundamento, pero no tiene por qué ser necesariamente así. Pensando sobre eso, me acordé de que la Iglesia católica propone desde hace siglos el rezar el himno de acción de gracias del Te Deum justo el 31 de diciembre y no es por subirse al carro de ninguna tendencia. Me parece muy humano ese punto de inflexión que viene con el cambio de año. Para agradecer, para pensar, para soñar.
Por supuesto, el recomenzar es diario, pero encuentro muy útil tener unos sueños grandes, unos propósitos, unas ilusiones de las que luego cuelgan los propósitos más pequeños, concretos y cotidianos.
Sobre las personas que echan pestes con la cuesta de enero cuando llega su final (como si fuera el mes el culpable de sus inconstancias), escribe Ricardo Piñero esta columna, en la que también habla de la importancia de hacer balance antes de mirar al horizonte. De ahí rescato esta idea sobre el tinte simbólico del año nuevo:
«Cuando tenemos esa sensación de que todo empieza de nuevo es como coger aire, como tomar impulso, como sentir que todo renace»
Y a la vez, Piñero, defiende el recomenzar cotidiano:
«Lo mejor para que un velero pueda surcar los mares es estar atentos a largar las velas en el momento oportuno. He aquí la chispa de la vida: estar dispuestos a convertir cualquier instante en un momento oportuno; es decir, aprovechar cada segundo para avanzar, para crecer, para disfrutar. No hay mayor alegría que estar dispuesto a poner empeño en que las cosas funcionen, sabiendo que casi nada cae bajo nuestro dominio»
El post de Almu, por su parte, terminaba con una idea que subrayo con doble fosforito:
«eso he pedido en mi carta a los Reyes Magos: dejar que la imperfección de mis decisiones redima mis planes estupendos. Al fin y al cabo, creo en un Dios que hace nuevas todas las cosas. Cada amanecer, cada segundo, más allá del calendario»
Luego volveré sobre esta idea.
¿BORRÓN Y CUENTA NUEVA?
«Déjate de propósitos y ama», decía en este post Lucía Pérez (@cuentaseloalucia). Y seguía:
«Para, sé consciente de qué es aquello que te ha quitado la paz este año, qué es lo que te provoca ruido mental y qué es lo que te despista de tus verdaderas prioridades»
Una vez más: creo que es compatible el amar con el hacer propósitos, pero entiendo que mi tocaya exponía esta idea para destacar el hecho de que a veces nos enredamos demasiado en propósitos sin ir al corazón de las cosas. Y por eso me gusta mucho esa idea que propone de parar, ser consciente de lo que llevamos por dentro, recordar las prioridades.
Esto me parece clave a la hora de hacer propósitos. No sirve de nada hacerse listas de cosas que queremos hacer, por muy buenas que sean, si no nos conocemos, si no somos conscientes de nuestras limitaciones y nuestras fortalezas, nuestros talentos y nuestros talones (de Aquiles).
Como os contaba en el audio de Buymeacoffee, de hecho, mi hacer propósitos va unido siempre a un hacer balance —lo que en el ámbito espiritual llamaríamos “examen de conciencia”—. Es necesario ver qué cosas no funcionan, qué hay que cambiar, de qué tengo que arrepentirme, con una mirada realista ante mi propia realidad, para a partir de ahí construir. En este post os explicaba una idea muy luminosa de Max Scheler:
«No consiste simplemente en hacer buenos propósitos, porque ¿de dónde obtienes la fuerza para llevarlos a cabo si antes no ha habido una liberación de ese pasado que pesa? Además, Scheler advierte que con esos buenos propósitos “está empedrado el camino del infierno de la manera más seductora”. Porque cuando, con toda tu buena fe, te propones mejorar sin haber curado previamente las heridas, las posibilidades de volver a fallar son muy amplias, y la caída es más grande, y eso te puede acabar llevando a la desesperación —al infierno—. Los buenos propósitos están bien, pero es necesario un paso previo»
El texto de Lucía Pérez me recordó también a lo que dice Fabio Rosini en El arte de la vida sana: no hay que confiar todo a las meras estrategias, planificaciones que van a tapar huecos, cuando no hay una verdadera sanación. Se necesita mirar dónde están las heridas, ir sanándolas. No puedes construir sobre una herida abierta. Los propósitos si son meras estrategias huecas… no sirven. El cambio necesario es más profundo e interior.
Tener un cierto plan puede ser útil, aunque sin obsesionarse y sin fiarlo todo al plan. El problema es si los propósitos se convierten en nuestro ídolo. Ahí es cuando hay que decirse: «Déjate de propósitos y ama».
A raíz de algunas de estas reflexiones @miyoinfluensher escribió su propio post sobre el hacer balance, el agradecimiento y el ilusionarse con el futuro.
«SI LUEGO NO SE CUMPLEN»
Leía en un artículo en Ethic: «Hacer propósitos de Año Nuevo es tan habitual como luego no cumplirlos. Un estudio de la consultora OnePoll señala que el 68% de las personas reconoce no haber conseguido jamás realizarlos. Y, según datos de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), el 66% tira la toalla ya en el primer mes. Un estudio británico afirma que solo el 35% de las personas consigue cumplir con su lista».
Sinceramente, no me parecen cifras tan malas. Al leerlo pensé: ok, ¿qué nos impide ser de ese 35% que sí cumple con su lista? Y, aunque no cumplamos con toooooda la lista (viva el arte de no llegar a todo), recuerdo lo que comentaba antes del superávit de sueños. Ese 35% e incluso ese 66% ¿habrían conseguido hacer lo que llegaron a hacer si no se hubieran propuesto nada de nada?
El mismo artículo plantea una duda razonable: «Cabe preguntarse si en una época obsesionada con la productividad y con la mejora personal los propósitos de Año Nuevo no son un icono de esas problemáticas». Creo que, efectivamente, puede suceder. Todos podemos caer en la tentación de convertir el propósito en ídolo, el que vaya antes el propósito que el amor y las personas, olvidando que estamos más para arder que para brillar. Pero, como estoy intentando defender en este texto, hay una manera de hacer y vivir los propósitos sin caer en sus peligros.
HACER PROPÓSITOS CON DIOS
No creo que hacer propósitos sea algo exclusivo para personas creyentes, ni mucho menos. Lo he comentado antes: pienso que hay algo muy humano en ello. Pero, en mi caso, como os decía más arriba, van de la mano de un balance que hago en conversación con Dios. Entre otros motivos, me ayuda mirar el año con los ojos de un Padre que me quiere y no simplemente con mi propia mirada (no somos buenos jueces en causa propia, o porque nos pasamos de exigencia o de indulgencia).
En la conversación en stories alguien que no hacía propósitos comentaba este famoso dicho: «Si quieres hacer a Dios reír, cuéntale tus planes». Y yo contestaba que por eso los hago, para hacerle reír. Y porque intento (no siempre me sale) que no se conviertan, como decía antes, en ídolos.
Sobre este tema, rescato lo que escribía en uno de los primeros posts del blog:
«Pienso que es bonito —y certero— que el nuevo año se enmarque dentro de la Navidad. En la Navidad celebramos el nacimiento del Niño que nos salvó a todos. Gracias a esa redención es posible cambiar el mundo —y no un mero deseo bienintencionado—, cambiando primero nosotros. Amando más. Cada día.
Año Nuevo es un momento en el que salen más fácil los propósitos, los proyectos cargados de ilusión, las ganas de ser mejores y más felices. Quienes tenemos el regalo de la fe podemos además anclar todo eso en una base sólida: en estas fechas es solo un Niño, pero nos escucha, y hace suyos nuestros deseos y nuestras ganas de comernos el mundo. Además, tenemos la suertaza de que esa misma ilusión especial del año nuevo podemos revivirla no solo cada día, sino a cada instante: se puede resumir en una expresión latina que complementa muy bien el carpe diem: «nunc coepi!”, “ahora comienzo”. Cada instante es año nuevo. Si caigo, si me equivoco, si no me salen las cosas, si me he alejado de la meta, si me he olvidado de todo… siempre puedo empezar de nuevo. En cada momento, pero especialmente haciendo un Reset de los buenos (y auténticos, eficacia comprobada)»
Al final, la pregunta puede que no sea si hacer propósitos sí o no, sino cómo y por qué (y, como decía Marieta, de 3gether, en un post el año pasado «para quién»). El contenido, el fondo y el sentido.
¿Podemos hacer que el 2026 sea un gran año? ¡Hagamos que sea! #makeithappen
¿Qué pensáis?
¿Vais a hacer propósitos este año?
¿En qué otros momentos del año o de la vida soléis hacer propósitos?
¿Tenéis alguna forma concreta de hacerlo cada año?
Foto de Tim Mossholder en Unsplash
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