Hacer el amor: el mito de la espontaneidad y cómo construir el deseo

«Se besaron y cinco minutos después estaban en el dormitorio. Para los dos fue como bailar con una música lenta, suave y sedosa, siguiendo unos pasos y giros que se sabían de memoria»

El paso siguiente en el baile. Tim Gautreaux

En «¿La vida es un baile?» os contaba que en nuestro breve periodo aprendiendo salsa, el profesor soltaba perlas de sabiduría que yo apuntaba después de las clases. Siempre repetía que en la salsa no había que seguir una estructura, que bastaba con tener unas líneas generales básicas claras, y de ahí ir combinando, siguiendo el ritmo de la música y coordinándote con tu pareja. Él no quería que aprendiéramos figuras ya “precocinadas” y que las repitiéramos como monos de imitación, sino enseñarnos los básicos que nos permitirían después —poniendo práctica, corazón y cabeza— bailar con un abanico bien amplio de combinaciones posibles con nuestra pareja. «¿No se parece esto a la vida?», me preguntaba entonces. Y ahora añado una cuestión: ¿No se parece esto a hacer el amor? 

El profe continuaba: «El baile es un encuentro, y para que se produzca el encuentro en vez de un choque, los dos tenéis que ser dóciles: dóciles para saber qué es lo que el otro quiere, y para saber cuándo toca dejarse llevar». Un “dejarse llevar” que no es inercia desordenada, sino seguir un ritmo, leer las señales, conocerse y tener en cuenta a la pareja siempre. 

Los mejores bailarines son no solo los que bailan perfectamente coordinados con su pareja sino que, además, parece que esa armonía surge sin esfuerzo. Es lo que os contaba también hablando del virtuosismo a la hora de tocar un instrumento. En este párrafo es importante la palabra parece. Porque, evidentemente, detrás de una actuación espectacular siempre hay muchas muchas horas de preparación, fallos, errores, caídas y vueltas a intentarlo.

Pero esto no es lo que se lleva. Si con el amor esperamos que todo fluya, cuando hablamos del sexo esperamos que todo explosione en miles de fuegos artificiales y, claro, también sin esfuerzo.

EL MITO DE LA ESPONTANEIDAD

En una serie, la novia de uno de los protagonistas le justificaba que no quería tener hijos explicándole que, con niños en casa, si de repente le quería hacer el amor espontáneamente sobre la isla de la cocina, no podría hacerlo porque corrían el riesgo de que el niño apareciera en cualquier momento. Independientemente de la excusa flojita para no tener hijos, creo que es un ejemplo de la creencia de que las mejores relaciones son siempre las más espontáneas.

Las películas nos muestran relaciones sexuales “perfectas” (según ciertos estándares): surgen espontáneamente, a los dos les apetece al mismo tiempo, en general siempre están disponibles y con energías suficientes para ello (por eso es muy fácil que surja en cualquier momento y lugar y que un pestañeo o una leve caricia sea la chispa que prenda todo). Por supuesto, una vez que comienzan, no hay pasos en falso, no hay torpezas: cada uno sabe lo que hacer, sin hablar; cómo colocarse, dónde y cómo acariciar… incluso si es la primera vez con esa persona. Todo fluye en un crescendo que culmina en un orgasmo simultáneo y espectacular. Y así siempre. ¿El truco? Es ficción. Y hay personas cuyo trabajo es coreografiar esas escenas para que quede todo perfecto, milimetrado, coordinado y armonioso.

Vale, ¿entonces fuera de las pantallas estamos abocados a lo contrario?

No. Para nada. Pero:

  1. Supongo que no querrás a nadie entre tu cónyuge y tú coreografiando vuestros momentos íntimos. La buena noticia es que no lo necesitáis: no necesitáis a nadie más que a vosotros dos para que vuestras relaciones sexuales sean grandiosas.
  2. Os podéis deshacer de los supuestos estándares que nos intentan meter por todos lados sobre lo que es tener relaciones sexuales exitosas. Como os contaba aquí: lo más importante de la relación no es alcanzar el máximo placer posible sino expresar el máximo amor posible y la mayor entrega con nuestro cuerpo (y esto, sin menospreciar el placer, como explicaba ya en ese mismo post).
  3. Hacer el amor no se improvisa.

Pero ¿por qué no puede ser todo más sencillo?

Mujeres y hombres tenemos unas curvas de excitación muy distintas… y no pasa nada por vivir el placer de forma diferente, no es ni mejor ni peor tardar más en llegar al orgasmo o tardar menos, somos complementarios y estamos hechos para eso. Estamos acostumbrados a ver lo diferente como enemigo, como conflictivo necesariamente, pero ¿y si le damos la vuelta? El mismo hecho de que tengamos que hacer un esfuerzo por conocernos y aprender a hacer el amor juntos ¿no puede ser justamente una ocasión para que construyamos más lazos entre nosotros, para que nos acerquemos más? A los animales les vale el impulso sexual, pero las personas no somos animales. ¿No estará hablando esta falta de sincronización automática de que la sexualidad en las personas involucra más que el cuerpo y es necesario que impliquemos también corazón, cabeza y libertad?

Ya sabéis que me gusta mucho la idea del sexo como un lenguaje. En concreto, el lenguaje sexual es el lenguaje propio y distintivo del matrimonio,  no es “un aspecto más” a tener en cuenta. Esa intimidad compartida, si se vive bien, va acompañada de una intimidad también psicológica y espiritual en un grado que no tienes con ninguna otra persona en el mundo que no sea tu cónyuge. Por eso es un lenguaje que hay que aprender como si fuera nuestra lengua materna. No sirve chapurrearlo e “ir tirando”. 

Como adelantaba al comienzo: esto se aprende por el camino, juntos. Dice Mariolina Ceriotti, en Masculino: «El lenguaje sexual se construye juntos: queriéndose, expresando los propios deseos y temores, dándose todo el tiempo necesario para un conocimiento que debe adquirir profundidad con el tiempo. (…) A ambos se les pide una adaptación, un paso que avanza hacia el otro, más allá de sí mismo y de la propia y espontánea modalidad de funcionamiento».

EL SEXO MEJORA CON EL TIEMPO

Pensar que las mejores relaciones sexuales se viven cuando se es joven es otro de los mitos que sobrevuelan este tema. Las energías y la pasión de los primeros años no podrían compararse con el lastre que van sumando las obligaciones profesionales y familiares, los roces cotidianos, la rutina que hace que todo se vuelva más cuesta arriba, el cansancio acumulado

Si estamos convencidos de que el amor es construir y que, por tanto, siempre se puede aprender a amar más y mejor, ¿cómo vamos a pensar que con las relaciones sexuales la dinámica es a la inversa? Si las relaciones son precisamente la manera de expresar con el cuerpo ese amor que os ha llevado a entregaros la vida… Si hay una buena comunicación, si el matrimonio mejora, crece y madura en los diferentes aspectos de la vida, pasará lo mismo con la vivencia de la sexualidad. Según se va construyendo la relación se gana en confianza, en conocimiento propio y mutuo… El sexo mejora con el tiempo, pero esto no quiere decir que suceda automáticamente: el deseo también se construye.  

CONSTRUIR EL DESEO 

Conocer el significado del sexo, sus dinámicas, cómo somos cada uno y cómo es el otro… nos ayudan a entender el deseo y a vivir mejor la sexualidad. Para esto puede ayudar desentrañar otros dos mitos:

1. “Al hombre siempre le apetece más que a la mujer”

Me pareció muy revelador leer en este texto de Canavox que “en 1 de cada 4 matrimonios ella lo busca más que él y también hay matrimonios en los que el deseo sexual está bastante sincronizado”. Creo que conocer esto abre la puerta a conversaciones interesantes en la pareja. Como explico cuando hablo de comunicación en la pareja: conocer nuestras diferencias tiene que servir para, desde ahí, crecer y unirnos más; no puede ser el escudo para justificar actitudes perezosas o de falta de amor. Además, siguiendo con el texto antes citado, la mujer, aunque suela llegar al placer de forma distinta que el hombre, también está físicamente diseñada para disfrutar del acto sexual. Y, por otro lado, el hombre también se involucra emocionalmente en las relaciones: «Para un hombre, ser rechazado sexualmente es mucho más que no satisfacer su deseo biológico, es sentirse emocionalmente herido y apartado».
«Unas buenas relaciones sexuales en las que los dos disfrutamos de ellas, cada uno a su ritmo, son una auténtica fuente de unión que cada vez se hará más fuerte», afirman en Sexo para inconformistas, Alberto Baselga y Trini Puente.

2. “Si no hay deseo, no hay sexo”. Falso. El deseo no siempre es lo primero que sucede en una relación sexual

Esto lo aprendí de la charla TEDx de Michele Weiner-Davis (terapeuta familiar y matrimonial): «Las etapas del deseo sexual son: 1) Deseo. 2) Excitación. 3) Orgasmo. 4) Resolución. Pero en millones de personas la etapa 2 debe preceder a la etapa 1, la excitación despierta el deseo; el deseo está ahí pero no tiene suficiente fuerza para empezar la relación sexual. Para mucha gente, el deseo no es la chispa que inicia la relación sino que viene una vez comenzada».

Weiner-Davis cuenta cómo ha visto esto en las parejas que iban a su consulta: muchas de ellas le confesaban que algunas de sus mejores relaciones sexuales habían surgido tras un momento inicial en el que una de las partes no tenía el menor deseo ni el menor interés de hacer el amor en ese momento. Ella lo llama el Just do it (simplemente hazlo). Puede parecer que una actitud así está en las antípodas del sexo espontáneo que parece que es el “ideal” pero Weiner-Davis explica que justamente implicarte en una relación sexual con tu pareja, aunque no sea lo que más te apetece en ese momento, es una manera de mostrar el amor y concretar la importancia del cuidado mutuo. Es también una muestra de amor maduro, que no se deja llevar simplemente por las emociones o los sentimientos.

En su experiencia, además, ha visto recurrentemente el daño que hace el rechazo, en especial el rechazo en el plano sexual de la persona a quien más amas. Cuenta la historia de Mary y John, que tras 15 años casados, empiezan a ir a terapia y al escuchar Mary cómo se siente John al verse rechazado frecuentemente en el plano sexual, Mary confiesa: «Nunca me había parado a pensar en cómo te sentías tú. Solo pensaba en si yo estaba de humor o no para el sexo». Si el amor es mirar por el bien del otro, ese «Nunca me había parado a pensar en cómo te sentías tú» va en la otra dirección, estemos hablando de la intimidad o de cualquier otro aspecto de la vida matrimonial.

Weiner-Davis propone fomentar la capacidad de recibir al otro en su momento más vulnerable (la vulnerabilidad, sin duda, es un ingrediente presente en las relaciones sexuales, por la intimidad que supone) porque si en vez de recibir, rechazas, eso produce un daño grave y crea un círculo vicioso. Advierte de que «la persona con bajo deseo sexual controla las relaciones sexuales»; aunque no lo haga intencionalmente, es así. Y si esta persona (sea el hombre o la mujer) no tiene en cuenta que cada rechazo en este plano crea una herida y agranda una brecha, los problemas que pueden venir son importantes. «Cuando la intimidad sexual acaba, los otros tipos de intimidad se escapan por la puerta», afirma. 

Como os contaba en el post sobre la ternura, me gusta mucho la idea que leí en una entrevista sobre que «el acto conyugal es una catarata en continuo» y que por eso «la disposición para que salga bien no comienza cuando el marido llega a casa y guiña el ojo a su mujer». 

Seguramente hemos oído muchas veces lo de que tener relaciones sexuales empieza a primera hora de la mañana, pero esta idea de “catarata en continuo” creo que va un paso más allá. También lo que dice Lucas Fennell en este vídeo de Project Manhood: «Como hombres, podemos tender a tener una mayor necesidad física de sexo que las mujeres. Debemos usar esto como un recordatorio para motivarnos para satisfacer sus necesidades emocionales y de cualquier tipo». «Trato de que mi mujer tenga un buen día, que sienta que nos estamos comunicando muy bien, que estamos en sintonía mostrándonos que nos amamos de muchas maneras diferentes, entonces la intimidad sexual ocurre de manera más natural», explica Lucas, y puntualiza que no se trata de una estrategia ni de manipular a la mujer, sino de un conjunto, una manera de querer.

Creo, además, que la “catarata en continuo” tiene forma de círculo virtuoso: porque la EPA (Experiencia Propia y Ajena) afirma que las relaciones sexuales vividas en este entorno que estoy describiendo, con este amor, este cuidado… llevan a su vez a una mejor conexión y a un mayor amor y cuidado en los otros momentos del día a día. [No solo la EPA, también hay una explicación fisiológica. Es un tema que da para mucho, pero de momento os dejo este enlace con algunas explicaciones]

Para esto, ser expertos el uno en el otro es básico. Como decía nuestro profesor de salsa: «Hay que conocerse y compenetrarse en el balanceo para saber cuándo tiene el otro el peso dónde. Y conforme a eso saber cuál es el siguiente paso». El paso siguiente en este baile que es hacer el amor.


Próximos posts:

Hacer el amor: cantidad o calidad, falta de tiempo y fijación por el placer
Hacer el amor: conversaciones para uniros más


Muchas de las ideas de este post surgen como motivo de la reflexión en y tras las sesiones con mis grupos de lectura de Canavox en las que hemos hablado de esto.


Foto de Jakob Owens en Unsplash

4 comentarios en “Hacer el amor: el mito de la espontaneidad y cómo construir el deseo

Lo que aprendemos por el camino, muchas veces lo aprendemos con los demás... ¿Qué te ha parecido este texto?

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