«Y qué pena que las parejas ya no duran
Rauw Alejandro (o «Raúl», como él ha firmado esta canción)
Duran poquito. Quedan pocos viejitos, que nos digan sus truquitos.
¿De qué manera puedo ver toda la vida contigo el amanecer?
Y, mami, yo no tengo la respuesta para esto.
Pero quise por igual tu ‘cualidade’ y ‘defecto’»
Si hace 24 horas me llegan a decir que voy a comenzar un post del blog con una canción de Rauw Alejandro (y no para rebatirla) no me lo hubiera creído. Pero me he despertado con un mensaje de mi gran Sole enviándome Hayami Hana, la nueva de este cantante, su explicación, desahogo, corazón en mano tras su ruptura con Rosalía, y, como mi amiga sospechaba, varias partes de la letra me han dejado pensando.
Este post ya estaba escrito (a la espera de que mi editor le echara un ojo), pero he añadido alguna cosilla a raíz de la canción.
«¿De qué manera puedo ver toda la vida contigo el amanecer?». Este verso es solo un ejemplo más en canciones, películas, libros, expresiones del amor en la vida cotidiana que muestra que el compromiso, la fidelidad, no es algo extrínseco sino que es una exigencia del propio amor. Estar juntos para siempre, eso lo pide el corazón desde el primer momento del enamoramiento, como le he escuchado a María Álvarez de las Asturias explicar muchas veces —es «un deseo (en el sentido de anhelo de verdad, no de capricho) que está presente en el ser humano»— y a otros autores (por ejemplo, aquí).
Viladrich lo sintetiza con una imagen muy sugerente: «Las manos unidas no tienen un vínculo externo que las una, son ellas mismas “unidas” por actuar la capacidad de estrechamiento que hay en su naturaleza y dinámica de manos».
La libertad es para comprometerla. Pero, al hablar de compromiso a veces lo primero que nos viene a la mente es cadenas, carga, sacrificio, game over, rollazo, esfuerzo…
Comprometerse implica sacrificio, sí; como hemos hablado otras veces, elegir implica renunciar. Pero creo que caemos en un reduccionismo peligroso si en nuestras cabezas, corazones, conversaciones y vidas, estas dos palabras (compromiso y sacrificio) comienzan a ser sinónimos
Podemos llegar a ver, consciente o inconscientemente, el compromiso en una relación, como “el aro por el que hay que pasar”, la parte costosa y no tan agradable del todo que quiero vivir (el matrimonio); una imposición que me viene de fuera, porque alguien ha dicho que “esto tiene que ser así y punto”; una carga que, en las buenas… ni tan mal, pero cuando realmente pesa… ufff…
Justamente andaba dándole vueltas a esta idea cuando Tomás Melendo dedicó varios posts en Instagram a una visión afirmativa de la fidelidad. En este, explica, alertando sobre el peligro de entender la fidelidad desde lugares comunes que pueden acabar distorsionando la mirada:
«Encontrar la afirmación que hay detrás de cada supuesta negación es algo que deberíamos hacer a diario y aplicarlo a todas las realidades de nuestra vida. Pero, de un modo especial, al amor y al matrimonio, tantas veces malentendidos con esquemas muy pobres, que nos llevan también a no disfrutarlos lo suficiente.
[…] todas las realidades que hacen crecer y madurar el amor son afirmativas, aunque a veces estén “disfrazadas” de negaciones».
Esto me ha recordado a lo que cuenta Enrique García-Máiquez: «A cuántas cosas dice sí cada no que, por una vez, hayamos sido capaces de balbucear aunque torpemente. […] Hay que tener muy presentes esos síes implícitos, siempre en el alero, que te conquistará un esforzado no».
¿Por qué no soy feliz si me he entregado?
Dentro de esos “esquemas pobres” que menciona Tomás Melendo, creo que puede estar cuando pensamos que “la felicidad está en el sacrificio”. Es un triple salto mortal que, acompañado de todo un contexto y con mil matices, tal vez pueda tener sentido, pero como axioma aislado, como principio vital sobre el que construir nuestros días… nos lleva más al voluntarismo y a la abnegación que adonde queremos.
Porque, una vez más, sí: el amor implica sacrificios, pero lo que proporciona la felicidad es amar, no los sacrificios. Podemos hacer mucho por quien amamos, pero hacerlo de mala gana, hacerlo con resentimiento, hacerlo con poco amor, con el morro torcido, esperando constantemente recompensa… Y seguimos haciendo y haciendo, y solo nos sentimos de peor humor, y nos preguntamos por qué no se cumple la promesa de “La felicidad está en el sacrificio”. No se cumple porque era una promesa falsa.
La felicidad no está en la entrega, está en el amor. Luego por amor te entregas, pero el fundamento es el amor, no el sacrificio. La entrega está ahí, por supuesto: no te cases si no estás dispuesto a entregarte, a tope, del todo.
Pero no desde una visión negativa, no desde los repiqueteantes y manidos «Si me entrego, me pierdo», «Si me caso, dejaré de ser yo», «Me quieres libre, pero, al entregarme, perderé mi esencia»… que pueden sonar muy epic en películas y canciones, pero que son falsos, por no entender bien ni la libertad, ni la entrega ni el matrimonio.
No dejas de ser tú al entregarte porque la persona es don. Stéphane Seminckx lo explica genial: «El matrimonio no consiste en una transferencia de propiedad, sino en la afirmación de una identidad personal: ser don». Y, ante la objeción típica de «Al darnos ¿no corremos el riesgo de perdernos?», contesta:
«La característica más clara del hombre es su libertad, pero esta libertad es para el amor, para el don de sí, de lo contrario se atrofia. El don confirma la libertad, pues es prueba de la posesión de sí: no se puede dar sino lo que se posee. Al dar el yo que somos, decimos sí a lo que somos, un sí consciente, deliberado, a nuestra identidad, que es la de ser un don. Al mismo tiempo, cada acto de entrega estimula la posesión de sí, pues hay que tomar cada vez el propio ser para darlo».
Fidelidad: tiempo para construir el amor
«Todo se vuelve más difícil con el tiempo / Pero no to’ las personas están preparadas pa’ esto». En el primer verso de esta parte hay una de esas medias verdades, lugares comunes, que nos llevan a no entender bien el amor: es un hecho bien conocido que en las primeras fases del enamoramiento las dificultades, los defectos y los problemas son casi inexistentes (me encanta cómo lo explica Mariolina Ceriotti), y por eso parece que «todo se vuelve más difícil con el tiempo», cuando llega la mirada empañada, las crisis, los choques… Pero, y esto lo aprendí también de María Álvarez de las Asturias: el tiempo es un aliado del amor, no su enemigo.
De ahí, creo que la consecuencia lógica es que la libertad comprometida, la fidelidad, nos asegura que tenemos todo el tiempo de nuestras vidas para construir el amor y aprender cada día a amar mejor.
En su enfoque luminoso, Melendo resalta que «suele plantearse de una manera negativa: como no-infidelidad, es decir, como evitar la infidelidad. Pero es absurdo definir una virtud de forma negativa. La virtud es siempre capacitación, libertad. […] Es una afirmación: la de hacer crecer el amor vivo (que, por ser vivo, no puede “conservarse” como tal: o lo hago crecer o lo estoy matando). Se trata, precisamente, de prolongar y concretar ese gran sí de la boda».
El compromiso nos da tiempo para esta tarea y también da sentido al esfuerzo. No es esforzarse por esforzarse, sacrificio sin más: es que quiero quererte siempre, sé que quiero, y lo sé incluso cuando no lo siento, incluso cuando siento lo contrario (porque me he enfadado, porque tengo la hormona pa allá o yo qué sé…)… y por eso voy a luchar: para seguir construyendo este amor que tenemos, y que creo que es lo mejor del mundo.
¿Cómo voy a ser capaz si doy para lo que doy?
«Amor es que estés insoportable y que él te diga “No te vayas”»
Por donde entra la luz
Todos merecemos que nos quieran con compromiso, con incondicionalidad, con valentía… Esa es la grandeza de nuestra libertad: somos limitados pero podemos decirle a alguien «Me comprometo a amarte toda la vida». Y esto no es solo para perfectos o para algunos “elegidos”. Está al alcance de todos, porque, además, todos llevamos ese anhelo dentro. Pero hay que atreverse, aprender, apostar. «Pero no to’ las personas están preparadas pa’ esto», dice Rauw, y antes: «Yo no tengo la respuesta para esto [para cómo durar para siempre]». Pues tiene razón: muchas veces no sabemos cómo se hace, o lo sabemos en teoría pero somos incapaces de ponernos a ello. Creo que esos versos son el grito de una generación (o varias) que ve frustrado una y otra vez su anhelo de un amor para siempre porque nadie nos ha formado, ni nos han entrenado para esto. Lejos de mí el pesimismo antropológico: la solución está a la mano, poniendo en juego libertad, cabeza y corazón.
A lo largo de cada día nos topamos con muchísimas ocasiones en las que podemos ir actualizando ese sí de la boda (con afirmaciones o con los síes disfrazados de noes, que decía Melendo): por ejemplo, en una disyuntiva sencilla y cotidiana, como «¿Perdono esto rápido o guardo rencor el resto del día?», tomar la decisión correcta es importante, porque nos acerca o nos aleja del amor que queremos construir. Además, si optamos por perdonar rápido, eso nos capacita para la siguiente vez volver a hacerlo, y cada vez con menos esfuerzo (lo que es la virtud de toda la vida). Con síes así se construye la fidelidad y se construye el amor.
Decía antes que esto del amor para siempre es para todos. Como señala Sonnenfeld en Armonía: «El matrimonio no es un certificado de amor, sino el compromiso de amarse, el intento, renovado cada día, de un ser imperfecto, débil y limitado por adaptarse a otro, al que también descubre imperfecto, débil y limitado… No se ama de una vez para siempre. Se comienza a amar cada día». Lo escribimos María y yo también en Más que juntos: casarse es un punto de partida, no el clímax de una historia de amor. Entender bien esto es clave también para cómo enfocamos el compromiso que supone el matrimonio.
Del mismo modo, en un matrimonio en el que ambos son conscientes del compromiso adquirido, las diferencias, las fragilidades, las crisis que no van a lo esencial… pueden hacer daño, claro, se sufre, se pasa mal en las discusiones, pero cada desencuentro, cada roce, cada crisis se da en un marco de confianza y seguridad: estamos los dos a lo mismo, a hacer crecer este amor, ninguno de los dos tiene la mano en la manilla de la puerta, incluso si ahora sentimos que el abismo de Moria se abre entre nosotros.
El compromiso, además de ser el escenario donde nuestras diferencias y limitaciones no van a provocar un derrumbe, es, como cuenta Lucía Pérez, la manera de responder adecuadamente ante nuestras inevitables limitaciones: «No puedo prometerte que estaré siempre disponible, ni que me daré cuenta de cuándo necesitas un abrazo, ni que te escucharé con la atención que mereces, ni que mostraré comprensión infinita. A veces perderé los nervios, me enfadaré, estaré sumergida en mis cosas, a veces no te miraré con ternura. Sin embargo, sí puedo prometerte que querré estar a ahí, que me levantaré después de cada fallo, que mi objetivo último siempre será hacerte feliz. Te querré imperfectamente, pero siempre querré quererte, incluso cuando haya olvidado que te quiero. Y ese compromiso es lo mejor que puedo ofrecerte».
No podemos prometer perfección, pero podemos prometer esto. Y hacer esta promesa es lo propio del amor del bueno.
Bonus: entre las cosas que fui leyendo y recopilando mientras le daba vueltas a este tema me gustó mucho esta breve pero profunda explicación de @pablogarna sobre la fidelidad (que se planteaba unas preguntas similares a Rauw hace unos meses, pero encontraba mejores respuestas 😉 ). Vale la pena verlo entero, pero os dejo dos joyitas:
«¿Por qué duramos tan poco? Porque empezamos la casa por el tejado y no nos preparamos. Hay que preparar el corazón»
«¿Por qué dura el amor tan poco? Es una consecuencia de no valorar, proteger y cuidar lo que se tiene. Y esto empieza por cosas pequeñas»
AY, UN MOMENTO, SE ME OLVIDABA:
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2 comentarios en “Lo que necesitas es compromiso (y lo anhelas)”