Nuestra preboda

Nos casamos el 20 de junio de 2015, en Burgos.

Viajé desde Pamplona a mi ciudad la tarde del 18. No quería pasar mucho tiempo lejos de Pablo antes de la boda. Al despedirnos, le regalé un “diario preboda” que había estado haciendo desde el 18 de mayo en el que había ido escribiendo pensamientos, ilusiones, lo que habíamos hecho ese día, de qué habíamos hablado…

Tampoco había mucho más que organizar y también mi idea era pasar esa última mañana en mi piso de soltera recogiendo y ordenando, y con mi compañera Lu, que ese día libraba (aunque al final me abandonó por un planazo con su fiche, a lo que le contesté con un «Espero que vuelvas con un buen hombre». Cosa que sucedió. Aquella cita culminó en el inicio de un noviazgo que es ya matrimonio).

En el tren, de pie al lado de mi maleta, a punto de llegar a la estación, una señora me preguntó si era de Burgos, y que si volvía después de las clases de la universidad. «Vuelvo para casarme», dije con una sonrisa que se me desbordaba. Y decirlo en voz alta me pareció una pasada.

Ese día le pedí a mi madre que me acompañara a algunos últimos recados: quería comprar cositas para preparar unas cestas en los baños de la celebración con un kit básico de higiene, maquillaje, tiritas, etcétera. Mi madre se rió comentó que qué poco romántico el plan madre-hija de Mercadona y todoacien dos días antes de la boda. Pero he de decir que lo recuerdo con cariño y que también me acompañó a comprar un camisón para la luna de miel.

El 19 por la mañana estuve con la chica que me hacía la permanente de las uñas y que me maquillaría al día siguiente. De la prueba de maquillaje ya se había quedado un poco intrigada por mi corto noviazgo con Pablo, nuestra manera de conocernos y el hecho de que no viviéramos juntos antes de casarnos, así que esa mañana aprovechó a lanzarme una batería de preguntas sobre cualquier tema relacionado con el amor, el matrimonio y la sexualidad. Vamos, un curso #makelovehappen intensivo de unas dos horas.

Pablo y su familia llegaban a mediodía. Comimos todos en Covarrubias, un pueblo precioso de la provincia. Después de la sobremesa y un paseíto, nos despedimos y mi hermana Teresa y yo fuimos a recoger mi vestido a Rosa Clará. Lo dejamos en su casa porque en casa de mis padres no cabía (y, además, al día siguiente yo me iba a vestir y preparar en el hotel).

Pasó Pablo a buscarme y fuimos a Misa. A la salida, un matrimonio veterano nos dio un consejo súper bonito sobre aprovechar nuestra primera comunión como marido y mujer.

Después, estuvimos escribiendo los mensajes de agradecimiento personalizados que pondríamos a los invitados en las mesas. Quedamos con algunos de nuestros hermanos para un picoteo de cena y unas copas rápidas por el centro de Burgos. Por esas calles nos empezamos a encontrar invitados que ya habían llegado. Todo tenía ambiente de fiesta.

Pablo y yo nos despedimos en el paso de cebra frente al Arco de Santa María. Última vez que nos veíamos antes del Día B. Bromeamos con que a esas horas estaban metiendo el segundo plato de nuestra cena en el horno (el chef nos había comentado que tenían el lechazo haciéndose como 18 horas).

Me acosté emocionada. Dormí genial. Me desperté feliz. Me quedé sentada en la cama antes de salir de la habitación para aprovechar a rezar un ratito con calma antes de que empezara el torbellino de preparativos. Apareció Pablo, mi hermano pequeño, y sin decir mucho se tumbó a mi lado. Estuvimos charlando un buen rato antes de ir a desayunar.

Llegué a la pelu (no recuerdo sobre qué hora). Mientras me lavaban el pelo, una de las chicas comentó: «¡No estás nerviosa!». Y yo: «¡Por qué iba a estarlo!». Aunque en mi casa algunos ya habían consumido un par de infusiones, jeje. Mi madre trajo pasteles para las peluqueras.

Terminé de la pelu tarde y se me habían pasado un poco ya las ganas de comer, pero al llegar a casa y oler el riquísimo revuelto de queso, tomate y jamón que me había preparado mi hermano Álvaro (el chef de la familia), se me abrió el apetito. El revuelto más rico de toda mi vida.

Mi hermana y mi madre me ayudaron a vestirme en el hotel (el momento de casi asfixiarme mientras me ponían el vestido os lo cuento otro día). En la habitación había unas flores que no identifiqué como nuestras (mis hermanos se encargaban de las del coche, de mi ramo y del prendido de Pablo): me las habían enviado mis amigas del Club Universitario Artaiz , de Pamplona.

Mi padre y el coche esperaban. El chófer me dio el tip sobre cómo entrar en el coche de la mejor manera para no arrugar el vestido. Íbamos súper puntuales.

Rumbo a San Cosme y San Damián. Rumbo al momento en que Pablo y yo nos daríamos un sí grande y para siempre.


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