«No puedo vivir sin ti»: ¿bien o mal?

«Puedo vivir sin ti. Pero no quiero vivir sin ti. Contigo se vive mejor, el cansancio es mejor, las risas son mejores, las preocupaciones son menos preocupaciones…».

Esto le escribí a Pablo en el diario de preboda que le preparé el mes antes de casarnos. Durante nuestro noviazgo aprendí una manera de vivir la dependencia que te da libertad (llámalo interdependencia si prefieres), lejos de las mal entendidas dependencias que se viven (se sufren) en relaciones tóxicas, pero también lejos de la utopía de discursos que ponen altares a la autonomía absoluta y que miran con sospecha (si no con denuncia) letras de canciones que digan cosas como «Te necesito como a la luz del sol» o «Te necesito como el aire para respirar», etc.

Muchos años después de escribir esa frase a Pablo me topé con esto de Erich Fromm en su libro El arte de amar:

«El amor inmaduro dice: “Te amo porque te necesito”.

El amor maduro dice: “Te necesito porque te amo”»

No es que yo hubiera alcanzado el amor maduro en 2015, ni mucho menos, pero había empezado a encaminar mis pasos hacia esa forma de amar.

¿Qué puede haber de fondo en los planteamientos que rechazan de pleno el decir «Te necesito» en una relación? Aparte de la dependencia mal entendida —y relacionado con esto—, creo que en ocasiones se da el miedo a mostrarse vulnerable. Decir «Te necesito», en amplio, no solo pensando en el contexto de una pareja, es asumir que yo no me valgo a mí mismo, que no soy un verso suelto, que vivo en sociedad y necesito de los demás para tantísimas cosas. Pero pensar que podemos existir y desarrollarnos sin necesitar de los demás es una ilusión. Estamos hechos para los vínculos

Mariolina Ceriotti, en Cásate conmigo… de nuevo, habla también del amor necesidad y de su relación con la vulnerabilidad: «Tener necesidad del otro nos pone en una condición de vulnerabilidad y de dependencia, pero al mismo tiempo mantiene vivo el deseo: nada deseamos más que eso que nos falta».

Y a continuación se pregunta: 

«¿Pero qué pasa […] si dejo de sentir esta “necesidad”? ¿Si empiezo a pensar que también podría vivir bien sin el otro? […]  ¿Pero es verdad que la autenticidad del amor es directamente proporcional a la sensación de tener “necesidad” del otro? ¿Es verdad que alcanzar una mayor autonomía afectiva significa que hemos dejado de amar?».

Ella responde así:

«Durante su historia, la relación amorosa conoce muchas fases y muchos pasos. Uno de ellos es precisamente el que permite tener la experiencia de ser indispensables uno a otro, que es diferente de la “necesidad”.

En el matrimonio se construyen muchas áreas de interdependencia recíproca: podríamos decir que “tomamos forma” juntos. […] Lo que yo soy depende también de eso que nosotros hemos sido, somos, y todavía seremos capaces de ser».

Como se ve en esta cita de Ceriotti, este tipo de necesidad, que ella llama “ser indispensables uno a otro”, no tiene que ver con relaciones que asfixian, sino todo lo contrario: son relaciones que te hacen crecer. Yo diría que no solo porque somos amados de determinada manera sino por cómo somos también nosotros capaces de amar, porque en ese amor nos transformamos. De hecho, Ceriotti continúa diciendo:

«La vitalidad de la relación depende de la capacidad que tengamos para mantenernos siempre abiertos al cambio: cultivar el deseo personal de crecer siempre, hasta al final de la vida, y seguir aportando toda la riqueza que uno tiene, también al contexto de la relación de pareja.

En el matrimonio, el otro no es solo nuestro testigo, también es nuestro “compañero de crecimiento”: en efecto, el encuentro con él da comienzo a un proceso de transformación personal que está vinculado específicamente a ese encuentro». 

Elegir necesitar. No necesitar necesitar

Decidimos ser indispensables el uno al otro desde el momento en que nos casamos sabiendo que el matrimonio implica “solo contigo, siempre contigo”. No es una cosa que pasa como por acostumbramiento o lo que sea, y se acaba dando así, en plan «Ah, mira, pues al final resulta que esto es lo que hay y una cosa ha llevado a la otra». Sino que cuando te casas, y no con mentalidad de “soltero-casado”, lo haces sabiendo que es ir construyendo juntos, que nuestras vidas no discurren en paralelo, sino imbricadas. De todos modos, debo confesar que, aunque ya era consciente de todo lo que Pablo me hacía crecer y me “tiraba para arriba”, aunque ya mi “necesidad de él” había evolucionado desde un momento más de “tú para mí, por lo que me das” hacia un “construimos el nosotros, y elijo necesitarte”, tuvo algo de descubrimiento, en mi caso, comprobar hasta qué punto ese construir juntos no era solo construir nuestra relación sino esculpirnos a nosotros mismos.

En una conversación con Pablo hace dos años, hablábamos de cómo habíamos mejorado cada uno en tantas cosas. Yo comenté que no es que hubiéramos cedido o renunciado a un modo de ser propio. Que lo sentía más como un progreso, una maduración. Fruto de decisiones pequeñas que se toman ante la pregunta «¿Qué hace falta para construir este nosotros. Nos arremangamos y vamos a ello. 

Y como respuesta a esa pregunta uno es más flexible, otra más ordenada, etc etc etc. Y no es que estemos negando nuestras personalidades, sino que se han mejorado y expandido por amor. De hecho, al menos hablo por mí, creo que puedo decir que soy mejor persona por amor. Y que la Lucía hipotética de 36 años sin haber compartido estos últimos diez con Pablo sería muy diferente, y no me gusta esa versión hipotética de cómo habría podido ser sin él. Y no es que «Tienes que cambiar para que esto funcione». No. No es un condicional amenazante, en plan «Si no cambias, no funciona». Y además, no queremos que simplemente funcione.

Al recordar esta conversación, veo claro que en mi vida sucede lo que explican Ceriotti y Fromm, y lo que yo ya intuí hace diez años: Pablo es indispensable en mi vida, le necesito, porque le amo. Porque yo no sería como soy ahora sin él a mi lado. Podría vivir sin él, sí. Pero no quiero. No quiero ni imaginármelo. 

Y esto, una vez más, no va de diluirse el uno en el otro, ni de perder personalidad, ni de “ser menos yo”, sino lo contrario. Ceriotti escribe también, para quienes piensan que los compromisos nos restringen, que no hay contraposición entre “ser cada vez más uno mismo” y ser dos que cultivan un vínculo.

El paso al amor-alianza

«El otro nos es necesario, aunque ya no tengamos propiamente “necesidad” de él», dice Ceriotti. Y explica lo que ella llama el paso del amor-necesidad (ese “tener necesidad del otro”, que no es el “ser necesario, ser indispensable”) al amor-alianza

«En una buena alianza, el otro puede ser serenamente él mismo, porque hemos dejado de vincularlo al deber de dar satisfacción a nuestras necesidades», dice la psicoterapeuta italiana. Otras características de este tipo de amor: la libertad de ser uno mismo, sin miedo a las diferencias, la paz para decirse abiertamente lo que cada uno lleva en el corazón…

En este amor-alianza, maduro, «aprendemos a reconocer de verdad hasta qué punto la persona con la que nos hemos casado es insustituible para nosotros, precisamente en esas cosas pequeñas que constituyen la trama impalpable de nuestras jornadas». 

Ceriotti añade que, ser consciente de esto, nos lleva a no desaprovechar ningún momento juntos, porque nos damos cuenta de que cada día con el otro es un verdadero regalo. Y, como suelo decir, los regalos se agradecen, no solo de palabra, sino también con la vida.


Foto de Priscilla Du Preez 🇨🇦 en Unsplash


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