«No estamos hechos para ser fieles», «La fidelidad es antinatural», «No se puede forzar el amor», «El “para siempre” está pasado de moda», «El matrimonio mata el amor»…
La infidelidad no es una novedad de este siglo (aunque algunos parece que han descubierto la rueda). Pero me atrevería a decir que lo que ha crecido últimamente es la justificación de la infidelidad o un pintarla de color de rosa que está calando sin mucho filtro.
Cantantes famosos la entronizan en sus temas:
«Si ella supiera lo que hacemos los dos
Si ella supiera lo que hacemos tú y yo
Si ella supiera que estando contigo
Desaparece todo lo prohibido
Si ella supiera que pueden amarse dos desconocidos»
Una amiga me pasó esta canción y la verdad es que no hay por dónde cogerla. Esos «Si ella supiera», que son como un escupitajo en la cara de la engañada. Fui a los comentarios de YouTube esperando encontrar indignación y empatía hacia ella. No encontré ni uno solo (había miles y no leí todos, pero sí una buena muestra). Y había bastantes de «Ay, sí, es mi situación». En un caso como el que describe esta letra, una de las cosas que más me suelo preguntar es: ¿Cómo te fías de alguien que es capaz de engañar y de traicionar así un vínculo y un compromiso? ¿No crees que puedes ser la siguiente en algún momento? ¿Qué mágico encantamiento te hace creerte de verdad que «contigo todo es diferente»? Luego, lo de «que pueden amarse dos desconocidos» ya es de traca marinera. Si cambias «amarse» por «tener sexo», te lo compro. Pero amar es otra cosa. «Y aunque suene injusto y cruel, no sospecha nada»: aclaración, no es que suene, es que es injusto y cruel. Basta pensar qué harías y cómo te sentirías si estuvieras al otro lado.
¿Somos infieles porque nos casamos?
Ante unas estadísticas de infidelidad en la pareja, un lumbreras televisivo pontificó hace unos meses: «Tantos cuernos nos dicen que el invento [refiriéndose al matrimonio con fidelidad] no está funcionando». Esto es de suspender primero de Filosofía. Una cosa no se sigue de la otra. Y aquí me viene otra gran duda: ¿por qué la gente sigue viviendo sus infidelidades como si vivieran en Ana Karenina? En una sociedad donde hay una completa libertad (al menos en el mundo occidental) para casarte con quien te dé la gana (o no casarte con nadie), en una sociedad en la que (tristemente) puedes tener un divorcio exprés rapidito y por un módico precio… ¿qué sentido tiene seguir engañando? ¿Puede haber algo de narcisismo oculto, alguna inmadurez afectiva, un egoísmo supino, una incapacidad para el compromiso, una completa falta de responsabilidad emocional con la otra persona? ¿Puede que la culpa de las infidelidades no sea de que exista el matrimonio sino de que la gente no sepa amar con la fidelidad y la exclusividad que vienen en el pack del matrimonio?
Para seguir con su declaración llena de palabras ampulosas y argumentos falaces, el lumbreras televisivo citaba una idea de no sé qué poeta o amigo suyo (y que yo había escuchado ya a otros “gurús” de las relaciones): «Hay que amar a las personas como se ama a un gato: con su carácter, su independencia, sin intentar domarlo, sin intentar cambiarlo, dejando que se acerque cuando quiera y siendo feliz con su felicidad». Típico ejemplo de frase que suena bien y que te mezcla cosas que sí (amar con su carácter, no intentar domar, siendo feliz con su felicidad…) con cosas que no: ¿qué es eso de «dejando que se acerque cuando quiera»? ¿Y si no coincide que es cuando tú también quieres que se acerque? ¿Qué clase de relación se puede construir sobre esas “ganas”? Claramente una sin compromiso, y por lo tanto sin amor del bueno y, por lo tanto, sin verdadera libertad. Porque si no sabes emplear la libertad en un amor comprometido y solo la enarbolas para «lo que me apetece en cada instante», debo decirte que tu libertad es bien pequeñita.
¿La fidelidad es una prisión?
Otro ejemplo de frase que tiene impacto pero que menosprecia la fidelidad, visto en Instagram a un escritor de renombre: «Hay que sustituir el “hasta que la muerte nos separe” con “hasta que el amor permanezca”». Porque, explica: «Cuando las parejas lo dicen en las bodas, ¿no te da la impresión de que están asumiendo una condena? Las personas cambian, y eso hace que las relaciones también cambien, algunas se adaptan y otras no».
Llamadme loca, pero jamás en mi vida esas palabras me han producido sensación de condena, más bien todo lo contrario. Creo que solo lo sentiría como una condena si creyera que quienes las pronuncian están cometiendo un error al casarse (por los motivos que fueran). (Además, ojo, que lo de “hasta que la muerte nos separe” será de las pelis americanas, porque en las bodas, al menos en España, no se oye eso, sino «todos los días de mi vida»).
Las personas cambian: eso lo sabemos. Las relaciones también cambian entonces. Vale, genial, hasta aquí el silogismo va bien. Conclusión: algunas se adaptan y otras no. Y pregunto: ¿y eso de quién es responsabilidad? ¿Del destino? ¿O es que tenemos libertad para lo que queremos pero no libertad para adaptarnos y para ser fieles a un compromiso? ¿Entonces en qué quedan nuestras promesas si las podemos romper en cuanto “algo extraño” se entrometa? Ah, que por eso dice cambiar las promesas por «Hasta que el amor permanezca». Y entonces ¿podría aclararme a qué está llamando “amor” en esta frase? ¿A un ente, tipo Cupido, que tiene una dinámica propia y contra cuyo devenir no podemos hacer nada? Os contaba en uno de los primeros posts del blog:
«Hace un par de años, una cantante famosa hablaba en una entrevista sobre su último éxito, compuesto pensando en su exnovio. El periodista le preguntaba por las causas de la ruptura. La respuesta era algo así: “No fue culpa de ninguno de los dos. Simplemente algo malo apareció entre nosotros y lo fastidió todo”».
Creo que las personas tenemos la libertad para decidir si queremos que el amor crezca y permanezca (y eso no fluye solo). Pensar que el amor es el mero fluir de sentimientos es quedarse en el primer escalón. Para mí el amor es permanencia, es construir juntos (no es pasivo), es sentirse segura, en casa. Es imposible tener eso en una relación basada en «cuando se acaben las mariposas se acaba todo», o «cuando no nos adaptemos bien», o «cuando descubramos que somos incompatibles».
¿La monogamia es natural?
Muchas voces dicen «Ser fiel no es natural», «El ser humano no está hecho para la monogamia»… ¿A qué se refieren con “natural”? Creo que a veces se entiende por natural el seguir los impulsos, como si las personas solo fuéramos unos animalitos un poquitito más evolucionados que los leones que vemos cazando en los documentales… Pero entonces trabajar no sería natural (no siempre fluye), conservar amistades no sería natural, pedir perdón y perdonar no sería natural, construir obras de arte no sería natural…
Pero es que lo natural en el hombre no es lo que dictan los impulsos. Lo natural en el hombre es lo propio de la naturaleza humana: tenemos que preguntarnos cómo somos, cómo estamos diseñados y para qué. Y escuchar esos anhelos que llevamos todos (más o menos enterrados) en el corazón. Creo que cuando empezamos una historia de amor a todos nos gustaría que durara para siempre. Ese anhelo está ahí. Las rupturas duelen. No creo que nadie las desee así de entrada. No me convence este “romantizar” las rupturas con frases que suenan bien y con argumentos tipo «se necesita valentía para romper con la rutina», «estoy siendo sincero conmigo mismo por romper con este compromiso que no me hace feliz»…
Como os contaba en «Poliamor y los amores que no cansan»:
«La realidad es que, cuando nos enamoramos, queremos pasar toda la vida con la otra persona. Las canciones de amor lo gritan a los cuatro vientos, ahora como antes: «I can’t live without you», «Quiero que no exista el tiempo», «I will always love you», «No puedo imaginar mi mundo sin ti»… Es un anhelo universal. Un reciente estudio de una agencia para El País muestra que la mayoría de los encuestados elige vivir un amor exclusivo, monógamo y en convivencia; y «casi tres de cada cuatro creen que están con el amor de su vida». La exclusividad no es un problema, aunque así lo entiendan quienes defienden que la monogamia está obsoleta»
En esta encuesta de Gallup, el 85 % respondió que consideraban incorrecto “tener una aventura” (son datos del 2023, que no han cambiado mucho desde los primeros datos recogidos, en 2001 era el 89%). Un artículo de Aceprensa cita un estudio publicado en 2021: en una muestra de más de 3.000 adultos solteros en EE. UU., se vio que 1 de cada 10 había estado involucrado en una relación con más de una persona, pero solo un 30 % dijo que repetiría la experiencia.
Este artículo de Public Discourse afirma que, aunque la investigación por parte de las ciencias sociales sobre las llamadas “relaciones consensuadas no monógamas” está aún en sus comienzos,
«los mejores datos hasta la fecha no son halagadores. Los participantes informan menor felicidad general, y menor satisfacción en la relación en sí y en las relaciones sexuales que las parejas monógamas. Los investigadores plantean la hipótesis de que esto se debe al estrés de las minorías o al estigma social que aún existe hacia las parejas no monógamas. «Si tan solo la sociedad fuera más tolerante», dicen esas voces, “estos grupos experimentarían mejores resultados”. Sin embargo, la sabiduría basada en la experiencia sugiere otras razones relacionadas con la naturaleza del acuerdo en sí (y no con factores sociales externos)».
Y el artículo detalla «algunas de las hipótesis más obvias», de las que solo voy a enumerar unas pocas (pero os recomiendo leerlo entero y que no os perdáis el gráfico que compara de manera muy visual las redes que se forman cuando hay fidelidad y cuando no la hay):
- Un compromiso marital firme engendra profundos beneficios psicológicos.
- La no monogamia consensuada promueve la desconfianza, la inseguridad y el miedo.
- Las parejas no monógamas experimentan más peleas y desencuentros por temas económicos.
- Estas relaciones abiertas «dan primacía a la autorrealización de cada individuo a través de sentimientos subjetivos más que a la unidad conyugal, por lo que es más probable que las tensiones y los desacuerdos conduzcan a enfrentamientos y rupturas que a compromisos».
¿La fidelidad ahoga la relación?
Se habla de que el matrimonio es “game over”, de que la rutina mata la pasión y por eso son necesarias esas infidelidades para reavivar la llama, incluso he escuchado de profesionales que en terapia de pareja aconsejan, en una relación que se está derrumbando, que cada cual viva una “aventura”… Una vez más, pensar esto es desconocer cómo es el ser humano, qué significa amor y, aún más: cómo es la verdadera pasión.
Pelis, libros y series nos venden muchas veces una imagen falsa de cómo es el sexo, y más falsa aún cuando nos muestran esas relaciones entre dos desconocidos. Se nos va quedando la idea de que el mejor sexo es ese pasional, que surge espontáneo en cualquier momento, incontrolable, con una urgencia que no puede esperar a llegar a casa y que no entiende de “convencionalismos sociales” ni de ninguna otra razón. «No quiero tener hijos porque si no ya nunca podríamos hacer el amor en la mesa de la cocina cuando nos apeteciera», le argumenta una chica a su novio en una serie que vi hace unos años.
Para el filósofo Jean-Luc Marion, el verdadero eros supone fidelidad, porque sin esta, al erotismo le falta tiempo. En su libro, El fenómeno erótico, donde explica esta idea, afirma (aviso que hay que leerlo despacio, es muy filosófico, pero vale mucho la pena):
«Amar por un tiempo determinado (y un acuerdo mutuo no cambiaría nada) no significa amar provisoriamente, sino no amar en absoluto, no haber siquiera comenzado alguna vez a amar».
Y en otro momento:
«Contrariamente a la opinión común, resulta menos difícil pensar en la posibilidad de la fidelidad —como condición a priori de la temporalidad del fenómeno erótico— que en la infidelidad, justamente porque esta hace imposible la fenomenalidad erótica. ¿Cómo puedo en efecto ubicarme, y al parecer tan cómodamente, en la infidelidad, y por consiguiente en la imposibilidad erótica? ¿Cómo puedo no ver que mi intención confesa —seguir estando “libre” para nuevos “encuentros”— se contradice? Ya que esa “disponibilidad” implica o bien que nada ha perdurado de los “encuentros” anteriores, o bien que llevo a cabo conjuntamente varios “encuentros” sin ninguna esperanza de que duren, precisamente porque ninguno tiene derecho siquiera a un presente entero. En resumen, quienquiera que erige la infidelidad como principio se impide el acceso, debido a ello, a la más mínima fenomenalidad erótica real y contradice su más mínimo cumplimiento».
He leído una idea parecida a otras grandes mentes, con sus distintos acentos: Karol Wojtyla, Gregorio Luri («No hay mayor fuente de erotismo que la fidelidad», como le citaba Almucdomper), Javier Vidal-Quadras, Tomás Melendo.
Lo que sí ahoga el amor
Vivir siempre de chute de emociones en chute de emociones es un poco no haber superado la adolescencia. «La vida es mucho más parecida a subir el K2 que a estar permanentemente de fiesta. El mundo contemporáneo se guía por la chorrada de que la vida son experiencias y, por lo tanto, lo que necesitas a tu lado es una persona con la que irte al parque de atracciones. No, lo que necesitas es alguien con la suficiente fortaleza moral como para afrontar una subida al K2», afirma Pedro Herrero en esta entrevista.
El emotivismo galopante con el individualismo que arrasa con todo. Mariolina Ceriotti, en La familia imperfecta, hace este análisis tan certero:
«En el interior de este clima cultural, cada uno se otorga a sí mismo valor absoluto y autorreferencial, reivindica el derecho indiscutido al propio placer, y cada uno es punto de partida y de llegada de cada cosa. En realidad, la consecuencia inevitable es que cada uno de nosotros es esencial a sí mismo, pero totalmente innecesario para el otro. Así, cada uno de nosotros queda a expensas de la soledad más absoluta. Cada uno se vuelve importante para el otro solo en la medida de la utilidad (afectiva, sexual, etc.) que le proporciona, y solo hasta que se agote esa utilidad: “Mientras estemos bien juntos”, se dice
¿Cómo es posible, entonces, la confianza? ¿Para qué entregarse, inerme, a otro que de un momento a otro podría desaparecer en busca de algo mejor, menos frágil que yo, o más satisfactorio?».
Y David Cerdá, en un artículo de La Iberia, habla precisamente de cómo este proceso de exaltación del individuo sobredimensiona «un aspecto de la libertad, el negativo (“que nadie me oprima”), a expensas del positivo, basado en la responsabilidad y la ob-ligación, el vínculo con los demás». Y continúa:
«De ahí que a los matrimonios asfixiantes y a las convenciones sociales que asesinan amores —que haberlos, los hubo— no haya seguido la proliferación de amores triunfantes y arrojados, sino la exaltación del poliamor como “la opción moralmente superior a todas” y la sologamia, el delirio de casarse con uno mismo. Del escepticismo sano que nutre el espíritu crítico, hemos pasado al ultrarrelativismo que hace de la verdad una posesión individual indiscutible. Y de la presión prejuiciosa que aplastaba a las minorías no hemos llegado al escrupuloso respeto de las opciones personales, sino al orgullo identitario que socava derechos femeninos conquistados, a la disforia encumbrada como nueva normalidad y al atropello de la infancia»
Como decía antes, hoy en día nadie está obligado a casarse si no quiere. El matrimonio es lo que es. No te comprometas a una relación fiel si no es lo que quieres, si no es lo que estás dispuesto a vivir: al menos sé sincero contigo mismo y con tu pareja. No te justifiques con que la naturaleza nos ha hecho poliamorosos, o que hay que amar como aman los gatos, o que la culpa de que haya infieles es del matrimonio o que el verdadero amor es «te quiero mientras tenga ganas» (pero dicho con palabras que suenen más cuchis). Llamemos a las cosas por su nombre. Eres libre de conformarte con poco, pero estás hecho para algo más.
Tal vez sí quieras vivir un amor así de completo (solo con esa persona, siempre con esa persona) pero no sabes muy bien por dónde empezar. Las heridas de otras relaciones a veces pesan mucho. El ambiente en ocasiones tira para abajo con fuerza. Pero es posible superar todo eso. Y si no puedes solo, pide ayuda a quien, como tú, crea que es posible amar así, al completo, sin letra pequeña.
Foto sacada del vídeo de nuestra boda ☺️.
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