Aprender a descansar es una parte imprescindible del arte de no llegar a todo del que hablo aquí y aquí. Y el descanso no es solo para el verano. O metemos descanso y momentos de ocio bien entendidos en nuestro día a día o nos ahogamos. No os puedo dar buen ejemplo en este tema porque aún estoy aprendiendo, pero os comparto mis descubrimientos sobre lo que no es descansar.
1. «Ya descansaré el finde / en las vacaciones»
Hemos relegado el tiempo de ocio totalmente a unos momentos muy concretos: fines de semana y vacaciones. Pero el ocio y los momentos de descanso deberían estar presentes en el día a día. Esto, soy consciente, a veces es materialmente imposible con los horarios laborables, la logística familiar… Pero creo que vale la pena el esfuerzo de incorporar a nuestras rutinas esos ratos (aunque sean pequeños) de coger oxígeno y esponjar el corazón. Si hace falta apuntarlos en el calendario, se apuntan, sin dejarlos en las volátiles manos de la espontaneidad. Son tan importantes como la reunión con tu jefe, recoger a un niño de una extraescolar o llamar a tu madre.
Si no entendemos el ocio como algo de nuestro día a día me parece que es más fácil que nos peguemos “atracones” los fines de semana o en vacaciones: como alguien que lleva una temporada sin tomar chocolate y, cuando lo tiene a mano, lo come con avidez, como si se lo fueran a quitar de las manos… «Ahora que tengo este tiempo libre voy a aprovechar a hacer todo lo que no hago cuando no lo tengo». Y, claro, acabamos agotados.
Nuestra vida está compuesta de semanas de siete días en las que no podemos conformarnos con vivir solo dos de ellos, porque es como si el resto del tiempo nos conformáramos con “ir tirando”, viviendo con resignación esperando los “momentos estrella”. Y, claro, con todas nuestras expectativas por las nubes, esperamos de esos momentos que sean extraordinarios, algo totalmente distinto de lo ordinario de cada día… pero, si nuestras expectativas no se cumplen, aparece fácilmente la frustración.
2. Que el ocio no acabe impregnado de la tengoqueitis
«A nuestra manera de plantearnos el ocio se le ha pegado la lógica de la productividad que impera ahora en la vida laboral; pero justamente el ocio, como lo entendían los clásicos, es lo contrario a “ser productivo”», afirmo en este artículo de Misión.
A esto se suma la oferta gigantesca de ocio y de entretenimiento que hay disponible: hace un par de años leí que para ver todos los millones de minutos de series disponibles en Netflix necesitarías más de cuatro años de visionado ininterrumpido. Lo vivimos también durante el confinamiento: hubo un boom de planes, de webinars, de artículos con miles de ideas sobre recetas para cocinar, ejercicios para hacer dentro de casa, libros por leer… Que levante la mano quien no llegó a apuntarse a dos charlas online que eran a la misma hora.
Nuestros ratos de disfrutar no pueden estar regidos por una lista de to-do’s rígida como si fueran las tareas a completar en un día de trabajo. Si no conseguimos que el ocio sea el reino de la libertad y no del tengo-que, no lo conseguiremos con nada.
Saber descansar es una lección de humildad: en primer lugar porque descubrimos que por estar x días desconectados del trabajo “no se acaba el mundo”, no somos tan imprescindible (donde sí somos imprescindibles y no intercambiables es en nuestra familia, justamente), y en segundo lugar porque el cansancio nos pone frente a nuestras limitaciones: nos encantaría poder ser super productivos 24/7 pero necesitamos parar, dormir, comer, coger aire… y seguramente muchos hayamos tenido experiencias cercanas o propias de qué ha pasado cuando hemos forzado mucho el cuerpo y la mente en este sentido.
No mola reconocernos limitados, pero, a falta de giratiempos estilo Hermione, el reto consiste en emplear el tiempo del que disponemos de la mejor manera posible. “De la mejor manera posible” no quiere decir “lo más eficientemente posible”, sino “con el mayor amor posible”.
Los clásicos cuando hablaban del ocio se referían al tiempo para el estudio, para el conocimiento: pero no desde un afán de acumular títulos, ni de presumir de cuánto sabía cada cual, ni un conocimiento para “hacer algo con eso”, sino por mero amor a la sabiduría. Cuando caemos en el activismo es porque hemos perdido de vista que hay muchas cosas que hacemos en la vida “porque sí”, sin buscar y/o sin obtener un resultado o eficacia, y que puede que muchas de esas sean de las cosas más importantes que hagamos.
El tiempo dedicado a criar y educar a los hijos, por ejemplo: claro que tiene un fin muy concreto (la supervivencia de esos hijos, jeje, y su desarrollo y su educación), pero los resultados no son automáticos: cuánto tarda un niño en aprender a andar, a hablar, a vestirse solito, a ir al baño… y a tomar sus decisiones, a distinguir el bien del mal, a aprender de los errores… Tener y cuidar hijos no es una actividad “eficiente” con los parámetros actuales más generales, o, como decía, con mucha gracia, el periodista Carles Capdevila: «Tener hijos no es práctico. Es apasionante, maravilloso, divertido, aventura fantástica… Pero no es práctico». Y aun así, es una de las tareas más enormes y con más impacto a la que unos padres podemos dedicar nuestro tiempo.
3. Descansar es cambiar de actividad, sí, pero ojo con el activismo
Me gusta mucho la definición de descansar como cambiar de actividad, no sé si por haberla escuchado desde que era pequeña y por haberla tenido siempre tan presente en mi vida. Pero creo que hay que entender bien este “cambiar de actividad” y comprender que no se trata de caer en un activismo frenético que nos lleve a enlazar una actividad detrás de otra.
Un ejemplo: jugar en la alfombra con tus hijos es cambiar de actividad y puede suponer un descanso respecto a la actividad laboral, incluso aunque te pille en un momento cansado y no sea a priori tu plan número 1 de “descanso”: pero ese cambio de actividad puede ayudar a centrar el foco en otros aspectos, a olvidar una preocupación en el trabajo, a desconectar, a activar partes de nosotros (en este caso, la capacidad de jugar) que normalmente no estamos sacando a relucir en el día a día.
4. Si el descanso nos cansa… no es descanso
Si el descanso no nos hace descansar, eso ya debería hacernos replantearnos las cosas. Descansar al menos mentalmente, ojo, que a veces es verdad que un fin de semana ha podido ser cansado físicamente porque hemos hecho una excursión, o nos hemos movido mucho… pero si hemos logrado desconectar del trabajo y conectar con nuestra familia, nuestros amigos, etcétera… ahí ha habido descanso y empezamos la semana con agujetas en las piernas pero con el corazón esponjado.
Si mentalmente estamos agotados porque la multitud de planes que hemos organizado nos ha llevado a ir con prisas, a ir estresados, a no disfrutar de cada momento por estar pensando ya en el siguiente… eso es distinto.
5. El descanso no es un fin en sí mismo
En los momentos de descanso hay que renunciar a tenerlo todo controlado y medido al milímetro, y también ganar en flexibilidad para no sufrir cuando un plan no sale o no sale como estaba previsto o se tuerce por cualquier motivo.
Al final se trata de no perder el foco: el descanso no es el fin último, el fin son las personas, tener momentos de encuentro donde poder disfrutar los unos de los otros, en familia, pasarlo bien con un amigo, conocer gente nueva, conocernos más a los que ya tenemos en nuestra vida, cuidarnos… Todo eso se puede hacer de miles de maneras: visitando museos, haciendo excursiones, montando un picnic en la cocina, preparando una receta juntos, dando un sencillo paseo… Cuando “el plan” acaba siendo más importante que las personas, ahí hay que recalcular.
Cuidar a los amigos me parece una parte importante de nuestro disfrute y nuestro descanso. Escribí más sobre eso en «La otra conciliación: cuidar a los hijos y cuidar a los amigos», también en períodos vitales en los que parece más difícil (por ejemplo, con niños muy pequeños); pero la ganancia que supone el esfuerzo por cultivar esas amistades no solo impacta positivamente en nuestras vidas sino también en las de nuestros hijos, si somos capaces de mostrarles el regalo que supone la amistad, un bien que no se cuida solo.
Y, por supuesto, el descanso no solo implica un encuentro con otros sino un encuentro con uno mismo. Tener unos momentos de soledad, de cultivar un hobby, de seguir formándonos en algo que nos gusta, de leer… es necesario, no es un lujo ni ser egoísta. En primer lugar porque nos viene bien a nosotros mismos, en segundo lugar porque si es un descanso bien planteado con las ideas que decía antes, luego tenemos fuerzas renovadas para todo lo demás, nos enfrentamos a las situaciones cotidianas con otra soltura porque hemos podido coger aire y destensarnos. Tenemos que cuidarnos para poder cuidar (me gusta mucho cómo lo explica Lucía Pérez en esta columna).
Bonus: descansar para amar, descansar amando
Me sirvió mucho una conversación que tuve con Jasnagora de Benito (@mamitherapy en Instagram, aunque ya, tristemente, no publica en Instagram): Me preguntaba qué tal con la reorganización familiar tras el nacimiento del segundo hijo. Yo le dije: “Reorganización es la palabra. Sobre todo creo que necesitaba un cambio de mentalidad, de bajar expectativas…”. A lo que ella, con su inmensa sabiduría, me contestó: “Rebajar expectativas es necesario, pero a la larga hay que hacer un cambio completo de mentalidad, dejar de medir la vida en clave de resultados y empezar a medirla como la oportunidad de encontrarte con personas (empezando por los que tienes más cerca)”.
Ya sabéis que soy muy fan de la idea de que el amor se construye y eso hay que hacerlo cada día. En nuestro matrimonio, no hay que esperar simplemente a poder irse un fin de semana fuera solos (que supongo que a la mayoría nos encantaría), ni a conseguir cuadrar los diferentes aspectos para salir un sábado a cenar (que por supuesto viene fenomenal y hay que poner los medios para ello), sino crear oportunidades de descanso, encuentro y disfrute compartido en el día a día. Momentos de ser tú y yo, marido y mujer, y no solo organizadores de logística familiar, médicos y tutorías, listas de la compra y de to-do’s.
En el libro Cásate conmigo… de nuevo, me encanta cómo Mariolina Ceriotti explica esto:
«El cansancio y la presencia de los hijos son los motivos aducidos con más frecuencia para renunciar a estos espacios compartidos. Pero contrastar ideas sobre la paternidad y maternidad (que, en todo caso, es muy importante) no es suficiente para la pareja; una pareja se aviva realmente si tiene varios planos de encuentro, y la condición de progenitores es solo uno de ellos. Tenemos que cultivar también la amistad, que es el nivel de la confidencia, y la conyugalidad, que es el nivel del deseo. Para hacerlo es necesario dedicarle un tiempo.Precisamente por el interés de toda la familia, y por tanto de nuestros hijos, tenemos que recordar que la pareja está antes y que también debe tener cuidado de su propia relación. En efecto, la seguridad básica de cualquier hijo se fundamenta sobre la estabilidad y sobre el amor de sus padres»
El tiempo con los hijos también es necesario para construir la relación con ellos y cimentar la confianza sobre la que se puede educar mejor. Para eso se necesita cantidad de tiempo… no hay calidad de tiempo si no hay algo de cantidad donde anclar esa calidad. Cada familia tendrá que ver cuánto tiempo concreto es esa cantidad, no hay recetas fijas, pero hay que planteárselo y pensar si tal vez otras cosas menos importantes están quitando tiempo necesario en el día a día a nuestro matrimonio y a nuestros hijos. Encontrar el equilibrio no es fácil y además es un equilibrio cambiante, porque habrá épocas en las que uno tenga más disponibilidad y otras menos, y habrá momentos en los que un hijo necesite más atención que otros…
En general, creo que nos viene bien replantearnos nuestros momentos de descanso. Las casuísticas personales y familiares son inmensas, y no existen instrucciones únicas e inamovibles. Pero sí que ayuda parar y repensar nuestros modos de vivir esto. Espero que estas reflexiones os hayan servido. ¡Nos vamos contando nuestros avances en este aprendizaje!
Este post surge de la reflexión de las interesantes preguntas que me planteó José Antonio Méndez para el número 64 de la revista Misión.
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Para pensar sobre el cansancio propio y ajeno me gustó mucho este reel de La Ordenatriz, con ideas prácticas y luminosas.
Foto de Bailey Hall en Unsplash