No lo he estudiado empíricamente pero creo que entre un 80 y un 90% de los conflictos en la pareja son problemas de comunicación. Una buena comunicación es esencial para nuestra felicidad en cualquier ámbito, con más razón si hablamos de cómo nos comunicamos con la persona que más queremos en el mundo.
Parece algo básico, pero la EPA nos demuestra que comunicarse no es algo tan sencillo como simplemente hablar. Es algo más —mucho más—. ¿Cómo hablamos? ¿Cómo transmitimos? ¿Qué lenguaje no verbal utilizamos? ¿Estamos en la misma frecuencia? ¿Usamos el mismo idioma? ¿Cómo escuchamos? ¿Cómo somos dando feedback a nuestro compañero de conversación? ¿Cómo retenemos la información que nos ha transmitido en algún momento? ¿Qué tipo de conversadores somos?
1.Hablamos lenguajes distintos
Reconocer que hombres y mujeres somos distintos nos va a ahorrar de entrada muchos problemas de comunicación que surgen sencillamente por estar conversando en lenguajes diferentes, cada uno desde su cerebro masculino o su cerebro femenino.
El libro Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus o el famoso vídeo «La caja de la nada» son algunas de las fuentes donde podemos encontrar una explicación sobre nuestras diferencias que nos ayude a entendernos mejor el uno al otro.
Por ejemplo, ambos hablan de unas realidades que a las chicas nos cuesta asumir como ciertas: los chicos son capaces de pensar en nada (“la caja de la nada”) y, cuando un chico está preocupado o tenso, seguramente, en vez de ponerse a contárselo a todo el mundo, exponiendo todos sus pensamientos, se recluya en su “cueva”. Si no somos conscientes de que esto les pasa, es fácil que desconfiemos si vemos a nuestro amante muy callado y al preguntarle «¿Qué te pasa?» o «¿En qué piensas?» nos responde «Nada» o «En nada». O a «¿Estás enfadado? ¿Te pasa algo?», un «No». Y estará diciendo la verdad: no le pasa nada contigo, no está disgustado, está muy concentrado en su cueva resolviendo una preocupación, y por mucho que le preguntes no vas a conseguir que suelte prenda. Lo mejor es esperar con paciencia a que termine y salga por su propio pie.
Por otro lado, las chicas muchas veces hablamos para desahogarnos, no porque queramos un manual detallado que solucione nuestro problema. A veces sí queremos un consejo, pero otras es simplemente compartir nuestros pensamientos, pensar en voz alta con quien queremos… En un momento así, la falta de empatía, una respuesta cortés y fría con la que sentimos que el otro no se hace cargo de lo que estamos contando, o una frase que, aunque dicha con toda la buena intención con ánimo de aligerar la carga, suene a quitarle relevancia a lo que nos inquieta… no son actitudes que recibamos alegremente.
No hay que caer en estereotipos, ni mucho menos, y sin duda muchos aspectos están relacionados con la educación y la cultura. Pero nuestras diferencias hombre-mujer no son solo culturales, y si nos empeñamos en eso, nos va a costar más entendernos, nos vamos a dar contra una pared tarde o temprano, y nos perderemos la riqueza de la complementariedad.
Más sobre los estereotipos: que el hecho de conocer ciertas diferencias nos ayude no implica que podamos justificar nuestros fallos en la comunicación amparándonos en un simple «es que los hombres/las mujeres somos así». No. Porque ambos sexos podemos mejorar desde la base de la que partimos para comunicar cada vez mejor. Y si uno tiene verborrea, tendrá que frenar para aprender a escuchar más. Y si al otro no se le sacan más de dos palabras seguidas y con desatascador… tendrá que esforzarse un poquito.
Al final se trata de conocer al otro y conocer cómo somos juntos comunicándonos.
Además de las diferencias hombre-mujer cada uno tenemos también nuestros propios «lenguajes del amor» de los que habla Gary Chapman. Son 5: el contacto físico, las palabras de afirmación, tiempo de calidad, los regalos y los actos de servicio. En su web podéis ver una explicación de cada uno y hacer un test para descubrir cuál es el vuestro. Puede ser interesante tener una conversación juntos sobre esto y comentar cuál dirías que es tu propio lenguaje del amor y el del otro y después hacer el test cada uno… a ver si habéis acertado ;).
2.Conversaciones de verdad
«Es que no hablamos». Esta queja, generalmente proferida por la parte femenina del par, suele ser frecuente. Y no quiere decir que no hablen. Puede que se estén contando muchas cosas, que todas las cenas aprovechen a narrarse sus días y “comentar la jugada”. Pero lo que hay detrás de esta afirmación es un deseo de una conversación más profunda, con calma, de esas de no mirar el reloj.
En el día a día muchas veces tenemos conversaciones de “dar el parte”: qué hemos hecho, incidencias de la jornada, cosas que han ido bien…; o diálogos de tipo organizativo-logístico: este finde tenemos cumpleaños, el niño tiene que llevar una cartulina al cole, qué hacemos con el peque que no quiere ver las frutas ni en pintura… Y todos estos son temas importantes de los que no podemos simplemente pasar, pero el anhelo de conversaciones de verdad, de esas de llegar al corazón, no se sacia así.
Hay que conocer al otro y también darse a conocer, dejar que el otro intime con nosotros, permitir que entre en nuestro mundo interior. Para conocer y darse a conocer debe existir una buena comunicación.
Darse a conocer necesita primero de un buen conocimiento propio para luego aprender a comunicarlo. Y, sobre conocer al otro, me gusta mucho lo que dice Cristian Conen: «Para amar al cónyuge o a los hijos, o a cualquiera, hay que hacerse experto en la identidad de esa persona, en vez de proyectar en ella lo que yo quiero. Ser experto en el otro, en lo grande y en lo chico, implica saber qué le hace feliz y qué le hace sufrir». Y para lograr “ser experto” necesitamos tiempo. Tiempo para esas conversaciones de llegar a lo más hondo, donde tocamos el corazón desnudo.
La importancia de conocerse es clave también si tenemos en cuenta que las personas solemos cambiar y madurar; por eso dicen los entendidos que el reto consiste en no dejar de admirarse por las cualidades del otro y en crecer juntos.
La escucha forma parte crucial de estas conversaciones. Saber escuchar y saber tomar nota mental (o, si eres muy despistado, en una nota del móvil, en un evento de google calendar, etc) de aquellas informaciones interesantes que están compartiendo contigo.
Junto al «Es que no hablamos» otro lamento habitual suele ser «Es que siempre tengo que sacar yo las conversaciones importantes y a él parece que no le importan estos temas». Tres puntos: 1. No juzgar las intenciones del otro sin conocerlas a ciencia cierta. 2. Si se te da bien iniciar conversaciones profundas, ¿por qué no sacarle partido a tu talento? 3. Si te agota ser siempre tú la que dice un «Tendríamos que encontrar el momento para hablar con calma…», ¿por qué no pruebas a decírselo al otro? «Mira, sé que a ti también te encantan nuestras conversaciones de horas, pero necesito que lo demuestres y tengas tú la iniciativa de vez en cuando». No aspirar a que nos lean la mente.
3.Disfrutar juntos
Hay que disfrutar juntos, en cualquier situación, y por supuesto en las conversaciones. Esto no quiere decir que tengamos que acabar siempre partidos de la risa —aunque el humor puede venir muy bien a veces—, sino que lo pasemos bien, se nos esponje el corazón, nos quedemos con ganas de más. Esas conversaciones suelen ser momentos de redescubrirnos y redescubrir al otro, que tienen un regusto a las primeras citas, cuando empezábamos a conocernos, a desvelarnos, y con cada capa nueva que conocíamos del otro nos enamorábamos más y más.
Un enemigo del disfrutar juntos es el aburrimiento. Para evitarlo os di algunos truquillos en el post «Comerse la rutina».
¿Y si se nos acaban los temas de conversación? Realmente es difícil que pase, porque, como decía más arriba, las personas solemos estar en continuo cambio y crecimiento y siempre podemos seguir conociéndonos mejor y dándonos a conocer también mejor. Pero por si acaso sentís que habéis agotado temas, al final del post «Grandes conversaciones» tenéis unos links a más de 300 preguntas. (Y si acabáis con esas, me escribís, que tengo más). 😉
Además, cuando disfrutamos de una actividad, cuesta mucho menos encontrar hueco para ella. El clásico «No tenemos tiempo para hablar» se salta más fácilmente cuando hay ganas por las dos partes: no hay horarios, cansancio o deberes familiares que puedan con ello. Que cueste e implique esfuerzo no quiere decir que sea imposible.
Entre todos esos factores que pueden amenazar una buena comunicación se encuentran las pantallas: no se trata de hacerse ermitaños, pero sí de que los ojos del otro sean siempre lo primero. Tener un “aparca móviles” y unos horarios fijos y limitados para la tele/las series/las pelis son un par de ideas prácticas para mantener a raya a esos ladrones de tiempo. Para que no os roben momentos increíbles con vuestro amante.
En la segunda parte de este tema trato otro aspecto de la comunicación: cómo aprender a hablar para llegar a un consenso, cómo comunicar sentimientos y deseos y qué hacer cuando no nos entendemos: «La comunicación (II): aprender a discutir y a expresar lo que más cuesta».
Foto de Matheus Ferrero en Unsplash
6 comentarios en “La comunicación (I): aprendiendo a disfrutar juntos con lenguajes diferentes”