«¿Qué tal con dos?», «¿Qué tal de madre segundiza?», «¿Cómo llevas la bimaternidad?».
Preguntas que se han repetido desde el 18 de mayo de 2019 de una manera u otra y a las que he podido ir dando respuesta a poquitos, en el resguardo de la intimidad de una conversación con una buena amiga, en desahogos en un cuaderno —realmente, en un google doc, pero cuaderno suena más poético—, en cenas con mi amante comentando la jugada, en momentos de risas y de crisis. Y ha tenido que pasar casi un año para sentirme capaz de escribir sobre esto. Y sin quitarme esa sensación de encima que os comentaba en este post de que cuanto más vivo esto de la maternidad más consciente soy de lo que no sé.
Hay una frase que resume muy bien lo que siento. Me la dijo mi amiga Sara que no es madre, pero que perdió a la suya demasiado pronto, y creo que por eso —y porque es una artista— pudo poner en palabras y condensar de manera tan verdadera y bella esta realidad: «Ser madre te abre rincones del alma».
Tal cual. Lo sentí con Jaime. Pero creo que la apertura de rincones ha sido aún mayor con Ignacio.
Cada niño es un mundo. Tú eres una madre distinta en cada uno
Con Ignacio he sentido que volvía a ser madre por primera vez. Y eso ha sido un descoloque inicial. Cada niño es un mundo y una cosa es saberlo en teoría y otra vivirlo, asumirlo y asumir que hay que reaprender. O, en muchas cosas, aprender de cero. La sensación socrática de «solo sé que no sé nada» multiplicada por cien. No sé si es que el paso de 1 a 2 es más potente que el de 0 a 1 (hay teorías para todos los gustos), pero creo que en mi caso así ha sido.
Por otro lado, del primero al segundo han pasado tres años, y algo habré cambiado yo —a mejor, espero— en ese tiempo. Soy una mujer distinta y eso añade variables al conjunto.
La emoción aumenta porque no es que digievoluciones a una madre 2.0 y ahí te quedes (hasta posibles nuevas actualizaciones): no, te das cuenta de que eres una madre distinta para cada hijo. No me lo esperaba así pero está siendo bonito: descubres que puedes ampliar tu manera de querer, de ser, mucho más allá de lo que te creías capaz. Con luchas y fallos, ¿eh? A montones. Cuántas veces les habré pedido perdón a los peques por no saber ser madre para ellos…
Con los hijos hay que dejarse sorprender: al final cada niño es un mundo y a veces te lo pueden pintar muy, muy oscuro y no es para tanto… O creer que lo tienes controlado porque ya llevas experiencia en tus espaldas y… pegarte el susto. Con Jaime nos metían mucho miedo con lo de «no vais a poder volver a salir a cenar juntos ya hasta….ufffff», y a los dos meses ya estábamos de plan de cena y cine… Luego con Ignacio no lo hemos podido hacer hasta sus 7 meses. Pues ya está. Nos montamos planes alternativos. Al final, lo importante es lo importante, ¿no?
Con el embarazo de Ignacio también nos intentaban inquietar con los celos que iba a tener Jaime… y al final nada de nada. Lo peor: la gente que aun así te sigue insistiendo en sus vaticinios terribles: «Bueno, eso es porque aún no anda, ya veréis luego…». [Que ya anda, a todo esto, y todo ok]. ¿Alguien entiende esa manía de ir fastidiando al personal profetizándoles todos los males posibles sobre la maternidad/paternidad?
Los momentos malillos existen pero son pasajeros
No hay que meter miedo y creo que tampoco necesitamos ninguna tendencia de “desmitificar la maternidad” para saber que los niños lloran, manchan pañales y bodies, a veces tienen problemas de gases, son muy dependientes de sus padres durante años, etcétera, etcétera.
En la vida hacemos sacrificios por muchos motivos y dejamos de dormir por exámenes, fiestas, una buena conversación… ¿y de repente dejar de hacerlo por un hijo se nos hace bola?
Siendo realista, enlazar meses de noches sin dormir es arduo. Pero ¿a eso se reduce un bebé, eso es lo primero que diremos si nos mandan describir a nuestro hijo? En la paternidad puede haber momentos duros, pero estas cosas cotidianas son momentos malillos. Un mes antes de incorporarme a trabajar después del permiso de maternidad de Ignacio miraba hacia atrás, con toda esa paciencia perdida tantas veces, días agotadores, noches ídem… y lo que pensaba es que iba a echar mucho de menos las dinámicas y rutinas con el bebote. Mi recuerdo de esos meses, poniéndolo todo en una balanza y dando a cada cosa su peso adecuado, era luminoso, de felicidad, de agradecimiento por haber podido vivir todo eso y, sobre todo, agradecimiento por el hecho maravilloso de tener a nuestro segundo hijo con nosotros.
Y al final esas épocas más complicadas, para bien o para mal, pasan. Por una parte quería que Ignacio creciera rápido, para que su estómago madurase, para que pudiera aprender a divertirse solo o con Jaime y no dependiera tanto de bracitos, para que llegara cuanto antes el momento de quitar el pañal y comer sólido por su cuenta… —¡anda que no queda para esto, jeje!—. También por verle pasar todas esas etapas que hemos visto en Jaime: sus primeros gateos, sus primeros pasos, las primeras palabras, ser testigo en primera línea de esos aprendizajes y descubrimientos. Por otra parte, me invadían las ganas de congelar esas semanas, su mirada mientras comía en mitad de la noche, y embotellar su olor a bebé.
Y cuando le miro, cuando les observo a él y a Jaime jugar juntos y reírse, o a Pablo con los dos, tirándoles por el aire, cuidándoles… Es una pasada. Y en momentos así te das cuenta de que esos días más intensos, cansados o agotadores son muy pocas horas a lo largo de una vida. Lo pienso también al mirar ahora a Jaime, ya tan mayor, los amigos que hace, lo que aprende en el cole, cómo va aflorando su carácter…
Verles jugar juntos a los dos me reafirma en lo bueno que es tener hermanos. Creo que este aspecto es una de las mejores cosas de mi primera segunda maternidad: haber introducido en nuestra familia esa nueva realidad de «hermanos».
Los hijos y su maravillosa potencialidad: todo lo que pueden hacer, todo lo que pueden aportar a la vida. El día que nació Ignacio, cuando nos quedamos solos en la habitación Pablo, el bebé y yo, Pablo con él en brazos, le dijo: «Hola, Ignacio. Bienvenido. Tienes toda una vida por delante. ¿Qué vas a hacer con ella?». Pura potencia. Un nuevo nacimiento, un nuevo comienzo, que diría Hannah Arendt.
Creo que a veces estamos tan con el boom de todo tan centrado en los bebés que perdemos esa perspectiva temporal. Se nos va la vida —y los ahorros— comprándoles mil gadgets, leemos cientos de blogs, montamos bautizos y cumpleaños que parecen bodas… pero luego no toleramos que lloren o que no duerman como un adulto, o que tarden en aprender a comer. Es curioso. Y contradictorio. Está como descompensado.
El ritmo cambia
Reorganización, cambio de chip, hacerse a un nuevo ritmo… Sí, todo eso sucede con el primero, y en mi experiencia personal, más con el segundo. Viva el salir de la zona de confort. Viva la aventura. Lo decía Carles Capdevilla: «Eso de querer ser padres pero la resistencia a que cambie tu vida me sorprende, porque es imposible y porque cambiar está bien. Esta obsesión por lo práctico… No tener hijos es muy práctico. Tener hijos no es práctico, es apasionante, maravilloso, divertido, aventura fantástica…».
Ya os contaba en «Expectativas en su punto» que la gran Jasnagora me ayudó mucho en este proceso de mi primera segunda maternidad con este tema:
«Me preguntaba qué tal con la reorganización familiar tras el nacimiento del segundo hijo. Yo le dije: “Reorganización es la palabra. Sobre todo creo que necesitaba un cambio de mentalidad, de bajar expectativas…”. A lo que ella, con su inmensa sabiduría, me contestó: “Rebajar expectativas es necesario, pero a la larga hay que hacer un cambio completo de mentalidad, dejar de medir la vida en clave de resultados y empezar a medirla como la oportunidad de encontrarte con personas (empezando por los que tienes más cerca)”»
Como descubrí con Jaime en sus primeros meses de vida, con Ignacio he vuelto a aprender «la belleza de lo aparentemente poco efectivo. Que una buena vida no se mide en éxitos, en logros, en objetivos, en check-lists completadas». Mis hijos son mis grandes maestros para que mi «activismo» no me devore, y se lo agradezco: al final un bebé te hace parar, centrarte en lo esencial, descubrir una manera nueva y mucho más profunda de «ser productiva»… Y sí, el tiempo te acaba cundiendo, de una manera distinta a como estaba en tus esquemas mentales, pero no por ello peor. Algún día os contaré todo lo que he hecho en mis permisos de maternidad.
Las incertidumbres no se van, pero…
Pensaba que eso de ser madre y tener miedos se pasaba con la experiencia. De momento no ha sido así. Es verdad que la experiencia —aunque sea poca— ayuda y en muchos aspectos he estado más relajada que con el primero. Pero otras incertidumbres permanecen intactas. Como os contaba en este post, hay que vivir con ellas, y no permitir que sean más fuertes que el amor.
«Ser madre te abre rincones del alma», dice mi amiga Sara. Una de las grandes verdades de esta vida. Una verdad luminosa y llena de oportunidades, de aventuras y maravillas. De esfuerzos, luchas, miedos y dudas. Una realidad que no puedo parar de agradecer. En estas líneas, especialmente, a quien me hizo mamá por primera segunda vez.
Espero poder contaros, en unos meses —aunque tal vez tarde también un año—, mi experiencia siendo madre de tres 😉
Foto de Benjamin Manley en Unsplash
Muy buen post, muchas gracias… Acabo de ver este vídeo https://www.youtube.com/watch?v=wGivGHeqr_o y me he acordado de tu post…
Me gustaLe gusta a 1 persona
Gracias. ¡Me guardo el vídeo para verlo con calma!
Me gustaMe gusta