Cada mujer somos un mundo. Y cada embarazo en cada una de nosotras aumenta la casuística y las variantes. Y cada parto. Y cada hijo. Desde que nació Jaime tenía ganas de escribir sobre el posparto pero pensaba: ¿Qué hago hablando sobre esto con la experiencia de un único hijo?
Ahora, con la experiencia de dos, me siento aún menos capacitada. No sé si será un poco como la filosofía: cuanto más estudias más sabes que no sabes nada. Pero no quería dejar de escribir sobre esto, porque me parece que hay que hablar más de ello, con realismo, pero sin meter miedo.
Por eso, lo que os cuento aquí no pretende ser una guía ni un «haz estas 10 cosas para un posparto feliz», sino simplemente ideas que me han ayudado a mí en alguno de los pospartos —y a veces en los dos, pero otras veces en uno sí y en otro no—, por si alguna de ellas os puede ser de utilidad.
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Disfrutad. Juntos.
Un hijo es una «pequeña gran revolución», con momentos luminosos y con momentos de «¿en qué lío nos hemos metido?». En este «nos» está la clave: en no olvidar que, aunque el posparto lo vivas en primera persona, no significa que tengas que pasarlo sola. Tu marido está en tu equipo, no te olvides. Vuélvete a enamorar. Reíros juntos —en la medida en que podáis—, echadle humor a los momentos más caóticos, atesorad en el alma y saboread los minutos de contemplación de ese amor que os tenéis que se ha hecho carne y al que ahora cambiáis pañales. Tomad juntos las decisiones que tengan que ver con el bebé.
Y sí, disfrutar de tu maternidad es compatible con llorar, sentirte agotada y sobrepasada, etcétera. Todas esas emociones en apariencia contradictorias pueden experimentarse a la vez.
Aviso a maridos:
En esta etapa necesitamos comprensión máxima, muchísimo cariño, a saco de ternura. El vínculo madre-hijo es tan especial que alguno puede sentir que sobra o que interrumpe algo, pero no es así. Además, en los últimos años se están realizando bastantes investigaciones sobre cómo los hombres experimentan cambios hormonales y cerebrales ante la paternidad, y para ello es importante pasar tiempo con la pequeña nueva incorporación familiar.
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Ten información veraz y justa sobre lo que puedes vivir en un posparto
No es bueno sobrecargarse de información —a veces tendemos a eso, sobre todo las primerizas—, pero sí hay que saber algunas cosas básicas. Me quedé alucinada hace poco cuando escuché a una youtuber confesar que no sabía que durante el posparto estabas 40 días —o más— sangrando, o que a veces podía gotearte leche del pecho. Cosas que se suelen contar en los cursillos de preparación al parto y que es necesario conocer. Si no vas a unos cursillos, pregunta al ginecólogo o a la matrona. Son los que te pueden dar la información más veraz, sin pasarla por filtros de ningún color, sin el acaloramiento y la dramatización que pueden añadirle una amiga o una vecina que te cuentan sus casos que parecen o historias de terror o paseos por el campo. Compensa escuchar y fiarse de los profesionales.
Infórmate no solo sobre cómo tu cuerpo va volviendo a su ser, sino también sobre los cambios hormonales. De los mejores consejos que recibimos nosotros como padres primerizos fue este de la matrona que más nos acompañó los días del hospital:
«Lucía: si quieres llorar, llora; si quieres gritar, grita».
Lo malo es tragártelo y “hacerte la fuerte”. Ahí es cuando puedes romperte. Para completar esta idea, otra matrona muy crack que me encontró llorando desesperada porque el peque no cogía el pecho ni pa’ atrás, me metió en la maleta la caja de clínex —de esas que los puedes ir sacando como toallitas de bebé— con su cariñoso consejo: «Para tu mesilla de noche». Y no gasté el paquete, ¿eh?, pero vinieron bien durante tres semanas.
Saber esto —los dos— nos ahorró complicaciones, comeduras de cabeza, angustias innecesarias. Luego, con el segundo, con la experiencia ya del primero y un posparto con las hormonas mucho menos verbeneras, la caja de clínex ni salió de la despensa, y, cuando acechaba el llanto, lo veía venir y me daba tiempo hasta de avisar: «A lo mejor me pongo a llorar pero todo ok, no preocuparse».
Sobre otras fuentes de información, mi consejo es que no leas demasiado sobre bebés porque acabas con la cabeza como un bombo. Recuerdo pasar horas y horas investigando en webs y en foros de madres sobre cuál era la mejor crema solar para un recién nacido —entre otros temas— y ahora me parece que perdí el tiempo miserablemente.
Luego están los consejos no solicitados. Pesa, no cuentes, como diría Séneca, las mil opiniones que te llegarán, muchas no pedidas, y muchas con toda su buena intención, pero que a veces pueden resultar abrumadoras y/o inútiles —a mí personalmente nunca me sirvió el típico consejo «duerme cuando él duerma»—. Las dudas importantes de verdad, al pediatra. Para todo lo demás…. siguiente punto:
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Hazte con una red de “madres de cabecera” —y amigas coach—
Principalmente en el posparto de Jaime tengo que agradecer la compañía que me hicieron —aunque desde la distancia, pero gracias a whatsapp y a su cariño los kilómetros no se notaban— un par de amigas que habían sido madres por primera vez unos meses antes que yo. Rocío, Helen y Lena siempre tenían un mensaje reconfortante a mis dudas tipo «¿esto que me sucede es frecuente? ¿es normal que me sienta así? ¿qué hago con el niño cuando le pasa que…? ¿tú cómo hacías…?». Desde entonces yo se lo recomiendo a todas mis amigas, especialmente a las primerizas: hazte con un par de “madres de cabecera”, amigas más experimentadas con las que puedas hablar de estas cosas en confianza, que sabes que no te van a juzgar. Unas amigas que sobre todo van a estar a escucharte, a comprender, a animar, no tanto a extender consejos prefabricados.
Además de madres amigas también he tenido la suerte de contar con algunas amigas aún-no-madres pero que me acompañaron esas primeras semanas especialmente, estando pendientes, enviando ánimos, a veces simplemente diciéndote «lo estás haciendo bien» o regalándote un pack de sales de baño «para que te des un pequeño homenaje» o unos pendientes «porque a lo mejor ahora no tienes mucho tiempo de ir a comprar algo para ti» (gracias, Rocío, y muchas más).
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No te compares
No te compares ni con la vecina, ni con una amiga, ni con una hermana, ni con una cuñada, ni con la mamá con la que coincides en el bus. La primera frase de este post es que cada mujer es un mundo, y cada mujer como madre aún más. Compararse no tiene sentido y solo nos hace daño.
También en relación al exceso de información, a veces nos puede dar el brote de empezar a seguir por redes sociales a medio universo de insta-mamis, con todo nuestro afán por aprender. Guay. Pero creo que hay que hacerlo con moderación. Si ver maternidades idílicas en el mundo 2.0 nos hace daño porque nos lleva a comparaciones infructuosas, a resentimientos, a sentirnos mal por lo que sea… pues las dejamos de seguir y nos quedamos con quien realmente aporte. No estamos para sufrir por estas cosas.
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Potencia el glow de la maternidad
Sobre todo las primeras semanas el pijama será tu uniforme. No pasa nada. Invité a comer a las dos semanas de dar a luz a una de mis cuñadas y la recibí con mi albornoz rosa, la comida sin hacer —of course— y Jaime en brazos: «¿Te lo quedas mientras me ducho?».
Pero también es verdad que, con las hormonas de verbena, a mí me ayuda verme guapa, aunque el plan sea estar en casa todo el día dando de mamar y cambiando pañales. Pequeñas cosas como lavarte la cara e hidratártela —y, en mi caso, ponerme las lentillas—, ya te hace otro efecto cuando te mires al espejo. Después del segundo, con un poco más de experiencia, conseguía hasta llegar maquillada a la hora de comer: no se trata de embadurnarse con el eyeliner y los smokey eyes pero sí un maquillaje suave y sencillo —10 minutos y lista— como el que aprendí con Pilar Ruiz-Retegui, algo que resalte el glow de la maternidad, como dice una amiga mía.
Sobre el pijama como uniforme:
Con ropa limpia se puede estar igual de cómoda que en pijama. Lo de la comodidad es importante también de cara a si das de mamar, que cada vez que le toque comer al peque sea lo más sencillo.
Ideas: los leggins que usaste durante el embarazo con unas camisas de tu amante o una camisola bonita tuya; algún vestido suelto con botones por delante; también puedes mirar en tiendas que tienen cosas muy monas de ropa específica para andar por casa —¡es una inversión necesaria!—. Yo solía echarme colonia (aunque fuera la misma que la del bebé) y me ponía pendientes —unos pequeñitos, que no pesaban nada, y que no corría el riesgo de que una manita rebelde me los enganchara—).
Nota recomendable: las manchas de leche y otros fluidos de recién nacido pueden ser frecuentes… prenda manchada, prenda que se va al cubo de la ropa sucia, que a veces nos ponemos a ahorrar en esto… y no compensa.
Más sobre la imagen: vale que tu hijo vaya monísimo y parezca un príncipe, pero siempre que vayáis a salir de casa, para un evento —bautizos, bodas, cenas, visita a familiares— o un simple paseo, el orden de ponerse guapos es este: primero mamá, luego los niños. Los peques van a estar monísimos aunque los saques en pijama. Yo en pijama por la calle mejor que no. 🙂
Ya que hablamos de cómo nos vemos: estos meses después de dar a luz son un momento de reencontrarte con tu cuerpo de mujer y de amar las huellas que ha dejado el maravilloso hecho de haber gestado a una persona en tu interior durante 9 meses.
Date el gustazo de comprarte potingues, cremitas, aceites variados. Que si la centella asiática, la rosa de mosqueta, el aceite de almendras, el extracto de aguacate, el ácido hialurónico… Sí, los he probado todos, aunque no tengo manera de saber si son efectivos (estrías tengo, pero ¿cómo estaría si no me hubiera echado nada?), aunque, bueno, hidratar la piel no está nunca de más, y si das con una crema que huela bien puede ser uno de esos pequeños rituales que te ayudan a sentirte bien de los que hablo en el siguiente punto:
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Ten momentos para ti
Busca pequeños momentos para ti cada día: 10 minutos de tomar un rico café en la terraza al solecillo, un buen libro —aunque sea una página cada día—, una ducha sin estar pendiente de lloros de niños… Esos ratitos que te recargan la energía son importantes: mímate, porque para cuidar de un bebé primero tienes que estar tú bien.
Y tener momentos para ti también incluirá tener momentos para los dos. Tal vez pasen semanas hasta que podáis “escaparos” de cena —o no—, pero echadle imaginación a planes apetecibles sin salir de casa en los que disfrutéis, descanséis, y carguéis pilas el uno junto al otro.
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Sal sin miedo
Intentar salir todos los días de casa aunque sea a dar una mini vuelta. Que te dé el aire. Y al bebé también. Sobre todo cuando eres primeriza todas esas “primeras veces” con un recién nacido pueden parecer montañas: primera vez en el bus o en el coche sola con él, primera vez que vamos a un restaurante… y a veces podemos tender a quedarnos paralizadas por esos temores (cómo le voy a dar de comer, cómo le cambio si se hace una caca trepadora, estará tranquilo o extrañará el ambiente…).
Una amiga me dijo que por tener un hijo no había que renunciar a todo lo que antes hacíamos… habrá planes en los que, lógicamente, un bebé no pinte nada, pero existen muchas otras actividades. Mi consejo es probar, y recordar que cada hijo es un mundo: con uno hemos ido a museos, actuaciones, bodas, voluntariados… pero a lo mejor el otro no es igual. Así que a explorar: y si véis que no, pues a otra cosa, pero que el miedo no os paralice.
Después de nacer Jaime me hice una experta en qué sitios, tiendas, restaurantes, etcétera, tenían sala de lactancia. Pero mi gran aliado para poder salir en cualquier momento de casa sin tener que estar pendiente de las tomas fue el delantal de lactancia. Y con Ignacio, lo mismo. También cada vez más puedes encontrar establecimientos que tienen cambiadores —tanto en el baño de chicos como de chicas—, tronas para niños y otras facilidades para familias.
Por otra parte, si eres más bien tirando a motivada: ok, pero con cabeza. Después del segundo me encontraba genial, recuperándome muy rápido —o esa era mi sensación—, la lactancia muy bien asentada a los pocos días… y no paraba, de acá para allá… hasta la mastitis —el dolor más horrible de toda mi vida hasta el momento presente—. Lo interpreté como un aviso de mi cuerpo: «Oye, no te flipes tanto». Algo que, por otra parte, alguna madre más experimentada ya me había aconsejado…
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Delega
Si lo necesitas —y seguramente lo necesites— pide ayuda, delega. No tienes que ser superwoman. Tal vez puedes contar ocasionalmente con tu madre (si la tienes cerca o con posibilidad de desplazarse), o con tu suegra. O fichar a alguien. No eres menos madre ni menos organizada ni menos nada si una persona te ayuda con las cosas de la casa. Tú eres insustituible para muchas cosas, pero planchar, cocinar, limpiar… todo eso podéis “subcontratarlo”. Os liberará carga de trabajo y os dejará con las energías necesarias para vuestra tarea —más importante que preparar coladas y cenas— de ser padres.
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Las rutinas
Hablar de hacerse un horario con un recién nacido en casa puede sonar utópico. Pero no lo es tanto. Una vez más: depende. Con Jaime enseguida pude hacerme uno, con Ignacio hemos tardado más. Pero sea como sea, tener esto en mente a mí me ayudó. Un horario con flexibilidad, que ordene el día sin encorsetar, teniendo en cuenta los distintos ritmos para acompasar. Se trata de que te facilite la vida, no de que sea una fuente de frustración. (Aquí es importante el tema de las expectativas, como hablé en su día con la crack de Jasnagora).
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Disfrutad. Juntos. Cada día
El cansancio, los lloros, los gases, los cólicos… todo eso es temporal. Pasa en unos meses. ¿Qué son unos meses en comparación con toda la vida de la nueva criaturilla que habéis ayudado a traer al mundo? Es una pasada. Una nueva persona con todo su potencial, con todo lo que puede llegar a ser.
Disfrutad del carpe diem de Unamuno y del regalo de ser padres. Porque, claramente, poniendo lo bueno y lo menos bueno en una balanza, no puedes dejar de decir: «sí, pequeño, lo vales todo».
Foto de Zach Lucero en Unsplash
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