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Mamá por primera tercera vez

Tardé un año, tras el nacimiento de Ignacio, en escribir cómo era ser madre de dos. Fátima está a punto de cumplir tres y aún no había escrito sobre ser mamá por primera tercera vez. Puede que el mismo hecho de no haber escrito aún sobre esto hable por sí solo de cómo es. Menos tiempo disponible, puedes pensar (en parte, con acierto). Pero no es solo eso. Ni mucho menos. Porque, además, para ser justa, lo de que el tiempo se multiplica es verdad. Y al mismo tiempo siento que me faltan horas en el día, pero tampoco es un sentimiento nuevo en mi vida, ¿verdad? 

AMBIVALENCIA

Tiempo que se multiplica y sensación de  “no llego a todo”. ¿Cómo pueden ser ambas afirmaciones reales? Tal vez una de las ideas a la que doy más vueltas últimamente relacionada con la maternidad es precisamente esta: ambivalencia. Creo que es muy humano y muy real experimentar esto y también muy liberador abrazar esa ambivalencia, que al final es abrazar los matices, la imperfección, la vulnerabilidad. En esta sociedad cada vez más polarizada, cuando surge un debate parece que, si opinas diferente, necesariamente opinas lo contrario, y no, no siempre es así. Hay un reel que me hizo reír en el que un padre canta: «Lo que más me gusta del mundo es estar con mis hijos y… estar sin mis hijos». Hace un tiempo no habría sido capaz de reírme con ese vídeo. Uno lleva toda la vida intentando comprenderse, ponerle nombres a las emociones, distinguirlas, aprendiendo qué hacer con ellas, integrando voluntad, cabeza y corazón… y de repente resulta que hay vivencias y sentimientos que parecen colisionar.

Pero no colisionan, porque en la propia vida ves que se dan, que es posible que coexistan, y te preguntas: «¿Pero cómo?». Y te dices que tal vez no seas tan madura como pensabas (que puede que también) y aún te queda un rato largo para seguir conociéndote, y «Cómo me puede estar pasando esto por dentro a mí». Y esto son esas contradicciones, que en el fondo son solo aparentes, pero hasta que descubres que más bien se trata de ambivalencias totalmente compatibles entre sí, sus roces pueden hacer sufrir por dentro. La sensación de «no me hallo».

Así he estado yo bastante tiempo desde que nació Fátima: me ha costado hallarme en mi nuevo papel de madre de familia numerosa y de todo lo demás. Es verdad que ha habido muchos cambios en estos tres años: la pandemia en medio no ha puesto las cosas fáciles, una mudanza internacional ha sido una aventura maravillosa pero con muchos retos y esas crisis que María Álvarez de las Asturias define como “pérdidas del equilibrio”. Ha sido un cambio vital que ha movido muchas cosas —no solo externamente—. 

A entender esta ambivalencia ayuda la idea de Mariolina Ceriotti de que todas las mujeres tenemos dos componentes desde que nacemos: lo “erótico” (no solo referido a la sexualidad y a nuestras relaciones con los demás sino también al cuidado y al amor a una misma); y lo “materno” (que no es solo tener hijos sino que abarca la capacidad de acogida y de entrega). Creo que hoy en día es fácil que una mujer de las de mi generación (hola, millennials) nos sintamos a veces como estiradas por diferentes fuerzas en direcciones opuestas. Las que se sienten presionadas porque la tía de turno no para de preguntarles que para cuándo la boda / o el bebé / o el novio; las que están hasta el moño de miradas que juzgan porque te casas muy pronto / has cogido una excedencia / ¿otro hijo más?… Y entiendo que la reacción natural a veces sea enrocarse, y quedarse quietecita en uno de los extremos, cortando amarras todo lo que puedas con el polo de enfrente, para dejar de sentir esa tensión. Pero uf, qué agotador vivir así. Además de ineficaz. 

Tiene, creo yo, mucho más sentido, asumir que no tengo que elegir entre “erótica o materna”, que son dos facetas mías, que debo conocer qué peso tiene cada una en mi vida, por cuál siento mayor inclinación, cómo puedo equilibrarlas, pero equilibrarlas, ahora, en este momento vital, que la vida es muy dinámica, y aunque hay decisiones que son para siempre (tener un hijo es una de ellas), el cómo vivo yo mi maternidad es bastante flexible… somos seres en proceso de construcción siempre. Nada de enrocarse. Más bien enfrentarse a la realidad (la de afuera y la propia) y cultivar ambos aspectos, ponerlos a dialogar, descubrir cómo realmente ni siquiera son dos compartimentos estancos. 

Repasando los libros de Mariolina he encontrado que ella habla también de una “sana ambivalencia”: «Es natural tener sentimientos contrastados hacia las personas que amamos. […] Sin duda, esto no impide que les queramos. ¿Acaso no vivimos sentimientos ambivalentes también hacia nosotros mismos? ¿No querríamos muchas veces ser diferentes a como somos?». La cuestión, continúa la neuropsiquiatra, es «aceptar a la persona elegida, también con los aspectos que nos gustan menos, y sobre todo aprender a contextualizarlos, a darles su dimensión y su importancia justas». Esto, que lo dice sobre todo hablando de la pareja (en su libro Cásate conmigo… de nuevo), creo que es aplicable en la maternidad (y con cualquier tipo de relación, de hecho).

SEGUIMOS CON LAS EXPECTATIVAS…

Mi amiga Alicia cuenta en su Instagram lo siguiente:

 «Entrevistando al psiquiatra Fernando Sarráis le comentaba […] que hoy en día queremos tener hijos pero también queremos estar al día de las noticias, tener presencia en las redes sociales, hablar con todos y de todo, realizar grandes proyectos laborales y, al final, no hay horas en el día. 
Entonces, ¿qué hago? “Lo primero —me decía él— es saber realmente lo que quieres”.
¿Quieres criar bien a tus hijos? Dedícales tiempo, ese que tienes cuando acabas de trabajar y estás reventado. Porque esa obligación de estar con ellos se convierte en querer estar con ellos».

Esta idea me parece clave y enlaza con lo anterior: lo que te hace libre no es tener todas las opciones abiertas y disponibles, sino saber lo que realmente quieres y dirigir tus pasos en esa dirección.

A la vez, no os miento, sigo sin terminar de aprender el gran consejo de mi amiga Jasnagora que, casi siempre que hablo de maternidad, acaba saliendo de un modo u otro:

«Me preguntaba qué tal con la reorganización familiar tras el nacimiento del segundo hijo. Yo le dije: “Reorganización es la palabra. Sobre todo creo que necesitaba un cambio de mentalidad, de bajar expectativas…”. A lo que ella, con su inmensa sabiduría, me contestó: “Rebajar expectativas es necesario, pero a la larga hay que hacer un cambio completo de mentalidad, dejar de medir la vida en clave de resultados y empezar a medirla como la oportunidad de encontrarte con personas (empezando por los que tienes más cerca)”»

La vida cambia mucho (tampoco sé deciros si más de 0 a 1, de 1 a 2 o de 2 a 3, la verdad) y no es malo, pero no aceptarlo te lleva a la frustración. Hay que ir soltando la faceta controller e ir ganando puntos en la faceta aventurera. Un poco en esa línea ha ido uno de mis descubrimientos de este verano (os lo contaba aquí). O re-descubrimientos, porque se ve que necesito descubrir varias veces lo mismo para irme empapando y empanando. 

Siendo madre de tres es cuando he descubierto con más fuerza ese paso del “tener que” al “quiero” pasar tiempo con ellos: tardes de innovar en actividades, de disfrutar con sus cosas, tardes en las que “no hay nada que hacer” salvo estar con ellos. Esas tardes saben a fin de semana. Tardes de leer, cada uno su libro, y sí, el entorno de concentración no es el ideal de mis sueños, pero leo más ahora que hace tres años y más que hace 6 (cuando solo tenía un hijo) (Para comprobarlo: Goodreads). Maravillosos momentos de lectura que nos llenan el alma a todos, antes de dormir. Como dice Buenaventura del Charco: hay que quitar a los niños de nuestra lista de to-do, porque son mucho más, disfrutar con ellos, olvidarnos de recetas, no aplicar la mirada de eficacia a la educación porque la educación tiene otra lógica.

He aprendido que con ellos funciona parecido como con Pablo: en la medida en que estamos más conectados, más en sintonía… menos choques, menos conflictos. Al final es lógico: es el amor. Pasarlo bien, disfrutar, querernos con hechos… eso crea lazos. Es más fácil ser señorita Rottenmeier con un océano en medio.

IMPERFECTA, ¿Y QUÉ?

Tras el nacimiento de Ignacio empecé a toparme seriamente con mis limitaciones como madre, y ahora, con tres, mis limitaciones (o mi percepción de ellas) se han triplicado. Es una experiencia que puede ser muy humillante pero que, bien enfocada, aporta una riqueza brutal. Porque te ancla en la realidad, en tu realidad, que a veces somos cutres, qué se le va a hacer. Pero hay que aprender a mirar esta cutrez con cariño y comprensión y desde ahí ampliamos la mirada incondicional a los demás. Una maravilla. Y una tarea para cada instante. 

La buena noticia es que mis hijos no necesitan unos padres perfectos sino unos padres que les quieran. El perfeccionismo, el deseo de control (y de casi querer programar a los niños), la autoexigencia dañina que acaba salpicando a los demás… nada de eso suma. En cambio, que los padres tengan fallos muestran a sus hijos que no tienen que ser perfectos para ser queridos y que se puede trabajar por mejorar: «La vulnerabilidad forma parte del ser humano y la familia debería ser el mejor lugar donde aprender a querer desde la incondicionalidad» (como os contaba aquí).

No es fácil acoger nuestra vulnerabilidad, de eso escribí en este post del que ahora destaco una cita de las autoras de Theology of Home II

«Negar nuestra vulnerabilidad no borra nuestra vulnerabilidad. Simplemente nos aísla entre nosotros, dejándonos solos y sin ancla […] La ternura es una virtud que nos permite tratar con delicadeza lo delicado. Pero primero tenemos que conocer nuestra propia vulnerabilidad para saber responder con ese cuidado a la vulnerabilidad de los demás».

Cuando estaba terminando este post, leí esto a Chiti Hoyos: «Ser padres de una familia numerosa es un trabajo abrumador en el que todas nuestras debilidades salen a la luz, pero nuestras debilidades no nos definen como buenos o malos padres. Lo que nos define es lo que hacemos a pesar de ellas».

CADA UNO, TAN ÚNICO

Este verano, caminando sola por la calle con los tres, una señora que nos vio chascó la lengua y comentó: «Madre mía, 3 bocas». ¿Tres son muchos? A mí no me lo parece (aunque a veces “cundan” como 300, pero eso es otro tema). Señora, ¿de quién me desprendo? ¿De la ternura de Jaime? ¿De las risas de Ignacio? ¿De las conversaciones con Fátima?

Aunque esto de que cada uno es único es una verdad de Perogrullo, hay veces que lo percibes, lo palpas, con una intensidad nueva, especial. En noviembre del año pasado lo vivimos con nuestro cuarto hijo, que no llegó a nacer. Pero antes de eso lo había experimentado de un modo muy sorprendente cuando nació Fátima. Puesto en palabras lo expresaba con un «cómo hemos podido vivir tanto tiempo sin ti».

No he sentido que me faltan manos más que cuando me quedo sola con ellos porque Pablo viaja por trabajo. Sí he sentido, como decía mi amiga Sara, que ser madre te abre rincones del alma

Con el nacimiento de Fátima (aunque no solo por ella) siento que he entrado en otra fase de ser madre. Más consciente, más cariñosa, más entregada. Estoy en ello. Los tres años de Fátima han coincidido también con años de muchas cosas nuevas, también en los otros dos; ellos también me han ido enseñando y ampliando mi corazón y mi mirada. 

Pasado el agobio de «No tengo ni idea de cómo ser madre, voy a leerme todos los libros que pueda», ahora, aunque sigo formándome (solo que siendo muy selectiva con los autores que hablan sobre educación), me agobio menos. Más sentido común, más profundizar en el amor, más hacer equipo con Pablo, más pedir perdón por los errores (antes que intentar que el día haya sido perfecto, sin discusiones, sin una voz más alta que la otra, sin una orden mal dada…). «Se necesitan corazones grandes para formar las pequeñas mentes», dice un corazón de madera que nos tocó en una rifa solidaria en el cole. Así que tal vez sea eso lo primero: ensanchar el propio corazón, aumentar nuestra capacidad de amar (como explica Tomás Melendo). No puedes hacer que te crezcan más manos, pero siempre puedes ensanchar el corazón, que es lo que realmente necesitas.

Además de gente sabia a la que leer y de un lifelong learning con Pablo constante, en los últimos años estoy aprendiendo a ser madre gracias a mi tribu: las amigas de Oxford que tanto me han enseñado en estos dos años, gracias a grandes conversaciones a la salida del cole y gracias a su ejemplo. (Esto se merece un post entero. Próximamente…).

El factor multiplicador, más bien, exponencial, que ha supuesto Fátima en la familia es maravilloso. Su relación de mayor-pequeña con Jaime. Jaime y sus cuadernos del cole donde le mandan escribir: «Alguien a quien quieras», y pone: «My sister». Su relación amor-no-amor con Ignacio. Los tres en conjunto. Lo que ella aprende de ellos. El color único que aporta en casa. 

Qué fuerte saber que seríamos tan distintos sin nuestros hermanos… Qué fuerte pensar que nuestra familia sería tan distinta sin ella. 

5 comentarios en “Mamá por primera tercera vez

Lo que aprendemos por el camino, muchas veces lo aprendemos con los demás... ¿Qué te ha parecido este texto?