El 25 de agosto de 2021 llegamos a un hotelillo a las afueras de Oxford después de una emocionante travesía en ferry Bilbao-Portsmouth. Al día siguiente nos daban las llaves de la casa que habíamos alquilado y empezábamos nuestra aventura oxfordiana.
[Sé que el adjetivo correcto es “oxoniense”, pero como en esta familia somos muy de Marvel y a los de Asgard los llaman asgardianos, pues a los de Oxford, oxfordianos. Fin del momento friki].
En este «Carta desde» para Nuestro Tiempo, conté con más detalle las primeras semanas al poco de llegar, pero en este post contesto a algunas de las preguntas planteadas por Instagram sobre nuestra experiencia viviendo en Inglaterra después de un año aquí.
- ¿Por qué fuisteis?
- ¿Cómo fue la mudanza?
- ¿Cómo se toma una decisión así? ¿Cómo te enfrentas al miedo / pereza de comenzar en un sitio nuevo, encajar y hacer amigos?
- ¿Cómo hacer para que no afecte a la pareja?
- ¿Cómo elegisteis casa? ¿Estaba amueblada o llevasteis vuestros muebles?
- ¿Cómo fue la adaptación de los niños?
- ¿Qué fue lo que más te costó?
¿Por qué fuisteis?
A Pablo le ofrecieron en marzo de 2021 un trabajo en Vicon Motion Systems, la empresa número uno del mundo en desarrollo de sistemas de captura de movimiento. Una de sus aplicaciones más llamativas —y con la que suelo explicar a qué se dedica— es la relacionada con efectos visuales en el cine. Los productos creados por Vicon se han utilizado en películas de Star Wars, la serie The Mandalorian y en videojuegos como Final Fantasy.
Como comprenderéis, en cuanto me contó que le había llegado esta oferta yo ya me puse a llorar de la pena que me daba irme de Pamplona. Porque sabía que sí, lo hablaríamos y lo valoraríamos con calma pero… evidentemente era una de esas oportunidades a las que no se podía decir que no.
¿Cómo fue la mudanza?
La mudanza fueron 3 días y medio de hacer cajas como locos. Con ayuda de mis cuñados (tanto para empaquetar y cerrar cajas como para quedarse con los niños mientras nosotros lo hacíamos). 100 bultos + mi piano.
El primer día conseguimos cerrar 21 cajas. Aún no tenía la sensación de casa vacía, estaban los cuadros y nuestras cositas. Sí me impresionaba ver estantes vacíos. No conseguía terminar un cuarto: empezaba con una estantería de un lado, pasaba al cajón de otro… Iba a coger una cosa de otra estancia y me entretenía vaciando otro armario.
Recuerdo el contraste, cuando cargamos el camión, de ver la casa llena de cajas a verla vacía del todo. Me impresionó pero no me dio pena. Como recuerdo en el artículo de NT: «Home is wherever I’m with you». Y creo que esa certeza me dio mucha paz en todo el proceso. Uno de esos días escribí: «Creo que me da menos pena de lo que sospechaba porque lo que más hace hogar me lo llevo conmigo: mi familia». Aunque también estas líneas de la última noche en Pamplona: «Qué extraña sensación. Ahora sí tengo un poco más de pena y un poco más de vértigo. En plan: esto es ya ya ya. Pero, una vez más, como cuando nos íbamos a casar, miro a los ojos de Pablo y sé que con él puedo todo».
¿Cómo se toma una decisión así? ¿Cómo te enfrentas al miedo / pereza de comenzar en un sitio nuevo, encajar y hacer amigos?
De novios habíamos fantaseado con vivir en el extranjero. Yo tenía muy claro que no me importaba irme a cualquier lado y se lo había dicho a Pablo. Pero nos casamos, fuimos teniendo hijos, los dos con un trabajo fijo… y esas fantasías se quedaron como en el recuerdo, como un tren que pudo haber pasado pero no. Hasta la oferta de Vicon.
Me gusta esta pregunta hecha por stories porque justamente miedo y pereza creo que son dos emociones que describen muy bien esas semanas de deliberación. Miedo por lo desconocido, las incertidumbres, el “¿y si no estamos bien allí?”, por si podía afectar para mal a nuestra familia… Pereza porque después de 6 años de casados, viviendo en el mismo sitio, estábamos muy asentados, en un momento bastante cómodo, con nuestras familias cerca, nuestros amigos, trabajos, rutinas hechas, cole de los niños, dinámicas familiares… Pensar en trasplantarnos al extranjero para mí era como quitarme la red de seguridad en medio de un juego de equilibrios a gran altura.
Para llegar a tomar la decisión en firme tuvimos semanas y semanas de muchas conversaciones de las que guardo un recuerdo buenísimo. No siempre fueron fáciles (por lo del miedo y la pereza, principalmente), pero nos ayudó mucho volcar sobre la mesa todo lo que pasaba por nuestra cabeza y nuestro corazón. Todo, todo, todo. Sin reservarnos nada. Sinceridad salvaje. Inquietudes, expectativas, ilusiones, pros, contras, sueños, futuro.
En esas semanas justamente di una sesión sobre comunicación matrimonial y el ejemplo que tenía preparado (de las otras decenas de veces que la había dado) al hablar sobre el consenso era, casualmente: “Imaginad un caso en el que a uno de los dos le surge la oportunidad de un trabajo en el extranjero…”. Tuve que contenerme para no compartir con los participantes todo nuestro proceso de discernimiento, jeje.
Durante esas semanas de dudas y vértigo varias personas fueron fundamentales: un amigo en común nos puso en contacto con Marta y Víctor, españoles que llevan en Oxford desde 2016, con hijos de edades parecidas a los nuestros; hicimos varias videollamadas con ellos con miles de preguntas sobre colegios, alquileres, vida familiar, problemas, médicos, retos… Mi amiga Marta Manzarbeitia (otra Marta), con experiencia en mudanzas internacionales, me animó muchísimo con sus audios de tono aventurero y realista al mismo tiempo. Y mi amiga Sole, a la que acudí —como tantas veces durante nuestros seis años de carrera juntas— en busca de palabras sabias: «Mira, Lu, es compatible la pena con la ilusión, y la incertidumbre con ver claro lo que hay que hacer».
¿Cómo hacer para que no afecte a la pareja?
Claro que te va a afectar. Es un cambio grande. Es una crisis, en el sentido de crisis que he aprendido con María Álvarez de las Asturias escribiendo Más que juntos: una pérdida del equilibrio. El punto es conseguir que afecte a mejor. Que la crisis sea de crecimiento. Y para nosotros lo ha sido. Desde el primer momento en que empezamos nuestras conversaciones para decidir.
Ahora, en las sesiones sobre comunicación en la pareja, cuando hablo de consenso, les hablo de nuestros relojes. El reloj que teníamos en la cocina en Pamplona (y que se veía desde el salón) tardamos unos 9 meses en comprarlo después de casarnos. No nos poníamos de acuerdo en el estilo. Uno quería minimalista, otra lo quería bohemio y de colores. Queríamos estar los dos muy contentos con la decisión que tomáramos, porque iba a ser un objeto que miraríamos varias veces al día y nos tenía que recordar que era de los dos, no que uno se había impuesto sobre el otro en su gusto o que otro hubiera cedido cansado de tanto debate… Total… 9 meses (o más) para conseguir el reloj. Al llegar a Oxford, necesitábamos un reloj para el salón porque en esta casa no está comunicado con la cocina. ¿Cuánto tardamos en decidirlo? Creo que no llegó a los 10 minutos. Eso que enseñaba en la teoría de que consensuar en cosas pequeñas nos prepara para consensuar en cosas grandes, de repente lo había vivido. Y resultaba que luego entonces el consenso en cosas pequeñas salía prácticamente solo.
Pero no solo fue el consenso: fruto de esa comunicación tan de con el corazón en la mano creo que los dos adoptamos una actitud renovada de volcarnos con el otro y pensar en su felicidad. A ver, lo que debería ser el matrimonio siempre, pero que este hecho en concreto nos lo hizo redescubrir y ponerlo en primer plano de una manera muy nítida.
Teníamos claro que, si nos íbamos, el plan no era “la aventura profesional de Pablo y el resto vamos detrás arrastrados acompañándole con cara de abnegación” sino “la aventura oxfordiana familiar”.
El resumen de este año es que hemos crecido, como matrimonio y como familia (ya me lo vaticinó Marta M.). Y también que hemos ganado mucho: pasamos más tiempo juntos, entre otras cosas, por los horarios de Pablo y la ubicación de su trabajo y del cole de Jaime.
¿Cómo elegisteis casa? ¿Estaba amueblada o llevasteis vuestros muebles?
Lo de alquilar una casa desde la distancia es una movida. Fiarse solo de las fotos que ves o, como mucho, de algún vídeo que te mandan desde la inmobiliaria… es mucho fiarse. Pero no nos quedaba otra.
Aunque hubo cosas que no nos esperábamos (para mal) cuando llegamos a la casa, también he de decir que ganaba mucho con nuestros muebles (en comparación con los muebles de los propietarios que salían en las fotos, con combinaciones de colores imposibles, estampados horribles, muebles de estilos irreconciliables). Este fue un gran consejo de Marta M: «Llevaros todas vuestras cosas». Eso ayudó, sin duda, a que la adaptación fuera mucho más rápida. Los primeros días, si estaba escribiendo en el portátil sentada en nuestro sofá muy concentrada, al levantar la vista tardaba unos segundos en darme cuenta de que estaba en Oxford y no en Pamplona.
Tal vez la frase más repetida en mis mensajes a amigas las primeras semanas fue: «Ya me estoy acostumbrando a la moqueta». Al menos no toda la casa la tiene.
En stories ya habréis podido ver lo enamorada que estoy de nuestro jardín selvático que no para de sorprendernos. Nunca había vivido antes en una casa con jardín y no me puede gustar más.
La cocina en las fotos era lo que menos me motivaba. Los muebles tienen un color verde pistacho que no sé a quién le pareció buena idea pintarlas así en su momento. Pero el caso es que con un par de arreglillos de Pablo, con nuestra mesa y sillas y un par de cosas más, ha acabado siendo una de mis estancias favoritas. La cocina ha albergado todo lo que nos habíamos traído de comida, limpieza, etc y esos productos españoles se fueron mezclando con los “autóctonos” en sus armarios. Puede que sea una tontería pero ha sido como la imagen gráfica de nuestra adaptación a UK. Eso sí, aún nos quedan tarros de especias de Mercadona, latas de aceitunas y algún producto inmortal más. Es luminosa, con un ventanal que da al jardín. Y es amplia. Podemos bailar todo lo que queramos en ella. [Pep Borrell, estoy esperando ya tu cartel de “This Kitchen is for Dancing”, ;-)] . Es curioso cómo unos espacios físicos pueden facilitar o no ciertas dinámicas. Y no lo digo solo por el baile. Aquí, por ejemplo, tenemos unos cajones donde guardamos los platos y cubiertos de los niños que están situados perfectamente a su altura, así que desde que llegamos, ellos se encargan de poner la mesa (al menos sus cosas).
¿Cómo fue la adaptación de los niños? (la pregunta más repetida, y lo entiendo porque era lo que más me preocupaba)
En líneas generales: muy bien. Los dos peques no van al cole aún así que para ellos no ha supuesto un gran cambio. Una semana después de llegar ya decían: «Nos vamos a casa». Ellos pillan el «Home is wherever I’m with you» a la primera.
El que más se ha tenido que adaptar de todos nosotros ha sido el gran Jaime: cambio de cole, cambio de amigos, cambio de idioma, comida diferente en el comedor (hola, brócoli y pollo al curry). Las primeras semanas no fueron fáciles (normal), pero a comienzos de octubre ya estaba feliz en el colegio, comunicándose sin problema con sus compañeros, aprendiendo a leer en inglés. Ahora habla English con un acento British de película. Me encanta verle jugar y hablar con sus amigos. Supimos que ya estaba 100% integrado cuando en una tutoría la profesora nos dijo: «Ya estoy viendo al verdadero Jimmy. Es un niño muy sociable y hablador». Además de estar aprendiendo un inglés envidiable, la propia experiencia creo que le ha hecho crecer aún más. Siempre ha sido eso, un niño muy social y amigable, pero ahora, al verle interaccionar en diferentes situaciones, parece que se ha potenciado.
Un detalle que me llamó la atención que me parece que ilustra esto: estábamos a finales de julio en vacaciones en París y en los Jardines de Luxemburgo vio a un niño jugando al fútbol. «Mamá, ¿cómo se dice “¿Puedo jugar al fútbol contigo?” en francés?». Creo que en su cabeza pensó que si había aprendido inglés tan rápido, aprender francés podía ser igual de natural. [Al final el niño era estadounidense así que se entendieron muy bien en inglés].
¿Qué ha sido lo que más te ha costado?
Pongo esta pregunta a continuación de la anterior porque lo que más me costó de la adaptación fue la adaptación de Jaime al cole. A ningún padre le gusta ver a su hijo pasarlo mal. Al mismo tiempo nos dábamos cuenta de que no le podíamos ahorrar ese trago. Había que pasarlo, y acompañarle mientras tanto. Para mí, como madre, fue un claro ejemplo de esas situaciones que oyes en charlas o lees en libros sobre las complicaciones que no puedes evitar a tu hijo si quieres que vaya aprendiendo, creciendo y madurando. Ahora, a toro pasado, se ve claramente que esas semanillas más complicadas valieron la pena.
El otro aspecto que ha sido difícil para mí fue que tardamos varios meses en encontrar a alguien que se quedara con los dos peques mientras trabajábamos (aquí no es tan fácil, ni de lejos, como en España). Teletrabajar con niños alrededor me recordaba demasiado dolorosamente al escenario del confinamiento que no quería volver a vivir. Adaptamos los horarios familiares e hicimos malabarismos para conseguir que fuera posible, pero supuso una carrera de obstáculos constante y acabé agotada. Afortunadamente, desde enero tenemos una chica que nos ayuda unas horas por la mañana y con eso hemos conseguido el equilibrio que necesitábamos en este punto.
Me quedan varias preguntas por contestar, pero para no hacerlo más largo las dejo para el siguiente post sobre la aventura oxfordiana:
- ¿Habéis sido bien acogidos? ¿Os ayudaron otras personas?
- ¿Qué planes hacéis?
- ¿Cómo vivís la fe?
- ¿Qué tal el inglés?
- ¿Qué tal el choque cultural?
- ¿Qué tal el clima?
- ¿Cómo se lleva tener a la familia lejos?
- ¿Cómo haces para llevar los momentos más nostálgicos?
Un comentario en “Aventura oxfordiana: decisión, mudanza, cambios, casa, adaptación, lo que más costó”