Que gane el nosotros

«¿Con quién pasamos esta Nochebuena?»

«¿Cómo ponemos los cubiertos en el lavavajillas?»

«Ha surgido un posible cambio de trabajo que implica mudarse, ¿nos lanzamos?»

Son algunas de las encrucijadas con las que os podéis encontrar durante la vida juntos. Tomas de decisiones pequeñas y cotidianas o grandes y cruciales en las que tal vez  ambos veáis la solución de la misma manera… o no.

Para el segundo escenario hay una palabra clave: consenso. En el blog del Instituto Coincidir, hablando sobre cómo conseguir ser un equipo en el matrimonio, escribí:

«Consensuar no es ceder, es tomar una decisión los dos, después de haber escuchado mutuamente las razones de cada uno, pensando en el bien de ambos y no solo en el bien propio. Y, una vez tomada, la decisión es nuestra, aunque la idea inicial fuera de uno o del otro. Cuando somos capaces de consensuar, somos equipo»

Importante no confundir el consenso con el mero ceder. Fue una de las grandes ideas de nuestro cursillo prematrimonial: «Ceder es como “Yo pierdo esta vez pero me debes una”. Y no se trata de eso. No podéis ser un “matrimonio marcador”: vamos 1 a 0, 2 a 3», nos dijo la doctora Martín Lanas. El consenso no es una negociación en la que cada cual piensa en cada momento qué va a salir ganando, intentando “perder” lo menos posible. No es enrocarse cada cual en su postura sino tender lazos que nos unan más.

Pensar en el bien de los dos no es “salir perdiendo”. Si creo que sí es que no tengo muy claro que la aventura en la que nos hemos metido es un proyecto de dos y que el bien de ambos es por lo tanto mi propio bien. La doctora Martín también señaló: «Si yo tengo la flexibilidad de ponerme en los zapatos de la otra persona y comprenderle, eso no significa que me esté quitando la razón. Además, dar ese paso va a ayudar a que la otra persona nos entienda mejor también”.

Y es que nos suele costar bajarnos del burro, pero si hemos apostado por conjugar el nosotros y queremos ser felices, vale la pena ir practicando.

 

Las situaciones de roce no son dramas, son retos

A nadie le gusta experimentar esa distancia que se siente con la persona amada cuando cada uno tiene una opinión distinta.  Pero esos momentos son oportunidades para conocerse mejor y para ir uniéndose cada vez más. Al casarnos unimos nuestras vidas, y eso debe notarse en el día a día, la unión matrimonial se da en un día concreto pero sus concreciones diarias no son algo automático ni que pasen mágicamente después de la boda.

Cuando hablamos y no nos entendemos, sufrimos. Esto tiene que ver por una parte con las diferentes maneras de comunicarnos que tenemos hombres y mujeres (lo explica muy bien el autor de Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus); pero a veces también es simple y llanamente que queremos tener siempre la razón, salirnos con la nuestra.

En muchas ocasiones, pero sobre todo al comienzo de la vida matrimonial, nos tenemos que ir poniendo de acuerdo en las formas de hacer en nuestro nuevo hogar. Cada uno «llegamos al matrimonio con nuestros en-mi-casa-siempre-se-ha-hecho-así, y está bien que aprendamos a coger lo mejor de cada familia, pero sin olvidar que tu casa ahora es otra, y que juntos iréis formando su propio estilo». Un ejemplo: ¿Cómo guardamos los cubiertos en el lavaplatos? En una casa se guardan hacia arriba y tenedores con tenedores y cuchillos con cuchillos, así se lavan mejor y es más fácil luego recogerlos. En otra casa se guardan los cuchillos boca abajo (no se vayan a cortar niños y no tan niños) y mezclados, porque todo el mundo sabe que cucharas con cucharas se acaban pegando y no se lavan bien. Es una decisión pequeña, ambas posturas están justificadas, ¿qué hacemos? ¡Consensuar! Buscar la manera nuestra de hacerlo, que puede ser la una, la otra, o una mezcla —aunque en este caso concreto no hay mucho espacio para la innovación—.

Las situaciones cotidianas de conflicto en un matrimonio suelen ser así: no es una encrucijada entre el bien y el mal sino entre varias cosas buenas que, en el fondo, da un poco igual hacerlas así o asá. Pero esto precisamente hace que sea más difícil hallar la solución adecuada para la familia. Por eso es tan importante aprender a discutir con un fin, no discutir por discutir, por ver quién es mejor argumentando como si fuera una batalla de oradores romanos, no para ganar, sino para buscar lo mejor para los dos.

No hay que menospreciar cómo llegamos al consenso en temas pequeños porque eso, sin duda, nos prepara para decisiones más gordas, cruciales o conflictivas, como, por ejemplo, la situación de un cambio de ciudad por un asunto laboral de uno de los dos, implicando esto que el otro renuncie al propio trabajo y busque algo nuevo en la ciudad de destino: es una elección complicada que tiene que tomarse después de muchas y buenas conversaciones, desde un consenso muy potente, desde un amor del bueno y desde la libertad. Tomar una decisión así implica mucho y si no se hace bien, luego puede dar lugar a reproches, resentimientos y ese efecto “matrimonio marcador”.

Otro momento en el que resulta crucial el consenso es en la relación con la familia de  origen, como ya os comentaba en este post:

«En la comunicación con la familia política —sobre todo en caso de toma de decisiones o de conflicto— quien tiene que llevar “la negociación” es el cónyuge que sea el hijo; primero lo habláis entre los dos y se llega a un consenso, y luego el hijo traslada lo que queréis comunicar a sus padres. Válido para avisar de cuándo vais a ir de visita y cuándo no (sabiendo que siempre será demasiado poco para ellos), para momentos de “Cariño, creo que habría que decirle a tu padre que no fume puros en la misma habitación del bebé”, pero también para pedir favores (“¿Podéis quedaros con el peque este finde?”)»

 

El consenso empieza en el noviazgo

Y es uno de los puntos que os puede ayudar a discernir si la persona con la que salís puede ser “la” persona: ¿cómo somos juntos poniéndonos de acuerdo? ¿Lo logramos aunque nos cueste o es una línea roja en la que nos detenemos y cada uno tira para su lado? Y ya no solo en un momento complicado, esto en el noviazgo se puede ver en cosas muy pequeñas como la elección del sitio donde vais a cenar, al escoger la película que vais a ver…

Ojo, tan peligroso como enrocarse cada uno en una postura muy suya es el que uno de los dos nunca dé su opinión y zanje siempre la cuestión con un «Elige tú». Está muy bien dejar al otro elegir, sin lugar a dudas, pero si tu novio o novia es de los de siempre delegar, no dice nunca qué le parece algo y vive en un “lo que tú digas” constante… creo que es para preocuparse. O es alguien sin opiniones y principios propios, o no te los está compartiendo —no sé qué es peor—. Tanto una cosa como la otra deberían mosquearte. Hasta la pareja más sincronizada del mundo tiene algunos puntos en los que debe ponerse de acuerdo, y, como estamos viendo, eso no se improvisa y hay que ejercitarlo.

Suelo contar que los preparativos de una boda son el escenario perfecto para ensayar el consenso de manera intensiva. Vale que uno llevará más la voz cantante en la elección del coche nupcial y otra escogiendo las flores pero ¡qué bonito hacerlo entre los dos!

 

Seguimos aprendiendo…

Tenemos que aprender: aprender a escuchar y acoger la postura del otro —aunque no la compartamos—, debatir sin atacar y con muchísimo respeto, exponer nuestras razones y, finalmente, tomar una decisión entre los dos que no solo no hiera a ninguno sino que sea lo mejor en conjunto.

Para conseguir esto se necesita mucha humildad, no hay otra manera. Incluso cuando queremos mucho y muy bien a la otra persona y queremos lo mejor para ella, no siempre es fácil dar nuestro brazo a torcer y abrirnos a la posibilidad de que tal idea que teníamos tan fijada en nuestra mente no es inamovible y no pasa nada por hacerlo de otro modo. Y se necesita mucha humildad para, si la decisión tomada resulta no ser la correcta y había sido idea del otro, no pronunciar, bajo ningún concepto la dichosa frase de «te lo dije», entre otras cosas porque no sería justo: la decisión fue de los dos, aunque la idea fuera suya, así que la responsabilidad es compartida.

La comunicación está en la base de un buen consenso, cómo somos capaces de exponer lo que pensamos, de transmitirle al otro nuestra manera de ver algo, y muchas veces anticipándonos. Mar Dorrio, de Why not twelve?, en un vídeo de Blessings habla de 10 tips para la Navidad: el número 3, el briefing, me parece buenísimo y muy aplicable a diferentes circunstancias, no solo a esas fechas. Consiste en que antes de una situación que creéis que puede ser de lío, follón, tensión, etc, el matrimonio tiene que realizar un briefing, una pequeña reunión donde hablar sobre ello y definir el protocolo de actuación ante los posibles previstos e imprevistos. A veces se podrán buscar soluciones, otras veces, como cuenta Mar, simplemente servirá para poder intercambiar una mirada de complicidad en medio del fregao, pero eso ya es mucho.

El consenso fue la palabra clave de nuestro cursillo prematrimonial. Nos ha servido para muchísimas situaciones en el tiempo que llevamos casados. El consenso te lleva a hablar, a no dejar de comunicar algo por miedo, porque sabes que, si no resuelves bien una encrucijada, va a ser un foco de preocupaciones y tensiones, por pequeña que sea la decisión. Y no vale la pena.

Ah, y, por cierto: los cubiertos se meten en el lavaplatos hacia arriba, excepto los cuchillos, y mezclados, que se lavan mejor. 😉


Foto de Taylor Grote en Unsplash