«Terminé pronto el boceto a lápiz: los campos de naranjos, las filas de montañas. Y el cielo. ¿Me veía casada a los 25? ¡Ni de coña! A los 25 me veía viajando, trabajando —¿En qué? Ni idea…—, viviendo la vida, a mi aire… ya llegaría el momento de asentarse. No podía decir que mi amiga no estuviera viviendo la vida, pero era su vida. Ella era feliz así… ¿y yo no podría? Me sentía incapaz. Pero ¿cómo iba a ganar algo si no apostaba? Un compromiso así, tan joven, era un riesgo, una locura, pero la felicidad de María parecía directamente proporcional al riesgo asumido»
Por donde entra la luz, página 241
Nos hemos lanzado a pedirle un café, hemos remoloneado un poco (o mucho) durante el tiempo amorfo… ¿por qué no se lanza a pedirme salir? ¿Por qué no me lanzo yo? Tal vez no se trata de llevar mariachis bajo su ventana o de preguntar literalmente «¿Quieres salir conmigo?» (o sí, ¿por qué no?), pero qué menos que poner la cuestión sobre la mesa y, al menos, expresar sinceramente lo que uno lleva dentro sin quedarnos atascados en el lenguaje de los abanicos por los siglos de los siglos, o en la idea de amor platónico no correspondido (o sí correspondido, pero nunca lo sabremos… o correspondido a medias y mareando la perdiz en esa situación que algunas personas utilizan porque les encanta tener alguien cerca que les alabe sin ellos mojarse demasiado…).
El «¿Y qué somos?» ha sido fuente de inspiración para muchos memes, ha causado muchas risas entre amigos —¡Oh, la pregunta temida!—, y eso ha llevado a muchas chicas a dejar de plantearla por miedo a perder… ¿a perder qué? A perder la nada amorfa e indefinida en la que están situadas con el chico que les gusta. Gran “pérdida”. Cuando la realidad es que mejor nos iría a todos con una gestión de expectativas como personas maduras.
—Pero, ¿estáis saliendo entonces?
—No me lo ha pedido, pero vamos, yo creo que sí.
En serio, no se puede construir nada estable ni sano sobre algo así. ¿Cuál es el miedo a llamar las cosas por su nombre? ¿Lo hace demasiado real? (¿Por qué no querría alguien que su amor fuera lo más real posible?). ¿Compromete demasiado? ¿Da miedo?
«El compromiso exige ser coherente, sincero y fiable», dice Alfred Sonnenfeld en Armonía. Y todos merecemos que nos quieran con compromiso, con incondicionalidad, con valentía…
Esa es la grandeza de nuestra libertad: somos limitados pero podemos decirle a alguien «me comprometo a amarte toda la vida». Es muy fuerte, pero no es para perfectos o para un grupo de escogidos. Está al alcance de todos, solo hay que atreverse… Quien no arriesga no gana.
En las preguntas que hice el otro día en stories salió en muchas respuestas el tema de la confianza y la seguridad. Y es lógico. Es más difícil comprometerse con alguien de quien no te fías del todo. Pero, a la vez, cuando vemos que el otro es capaz de comprometerse… eso nos da seguridad, confianza. Una persona que cumple con lo que dice; que si ha dicho que irá a tu fiesta, irá; que en una relación va a las claras y no a las medias tintas… en alguien así es más sencillo confiar.
Mientras escribía el post me he topado con esto de David Cerdá:
«La confianza solidifica el mundo; lo hace predecible, interesante y —en ambos sentidos— amable. En lo inmediato, la confianza es un sentimiento; en lo ampliado, es un estado psicológico y una postura frente a la vida. Por supuesto que la curiosidad y la exploración ensanchan el alma y nos dotan de una adaptabilidad necesaria para un mundo que muta, vibra y se contrae; pero esos son solo caminos, no destinos en los que merezca la pena quedarse. Como, en el fondo, lo sabemos, a pesar de que casi todo empuje y nos exija cambiar y a pesar de que tantos denominen “zona de confort” a nuestras preciosas lealtades seguimos admirando lo duradero, las sagas deportivas, las instituciones centenarias y los roqueros que nunca mueren. Todo lo que vale cuesta y requiere quedarse».
MIEDO A PERDER LA LIBERTAD Y MIEDO AL COMPROMISO
No sé si lo que más nos frena es el miedo al compromiso, pero si no es el factor principal sí que creo que juega un papel en algunos casos. Venimos de un concepto muy limitado de libertad (“haz lo que te brote”) y de mensajes que contraponen libertad y compromiso, y compromiso con felicidad. Compromiso suena a rollo, a rutina, cuando en el fondo, si rascamos en nuestro interior, es a lo que todos tendemos, aunque algunos lo rechacen por ser costoso (estoy preparando otro post para profundizar en esto). Según Sonnenfeld, el “miedo al compromiso”, «supone, en la mayoría de los casos, el temor a las consecuencias de un amor verdadero por considerarlo demasiado exigente y un gran desafío».
Y Juan Ramón García-Morato, en Aprender a querer, saber vivir, afirma que «no es que nos dé miedo emprender las cosas porque son difíciles sino que son difíciles porque nos da miedo emprenderlas. En definitiva, porque nos da miedo el compromiso».
También se rechaza a veces el compromiso por considerarlo frío, voluntarista, como una especie de apisonadora de los sentimientos. Pero el verdadero compromiso no tiene que ver con eso, en este punto hay que recordar lo que os contaba sobre la espontaneidad madura.
García-Morato también dice en su libro: «En cada uno de nuestros actos está en juego la verdad de nuestra vida: la ausencia de compromiso equivale a afirmar la trivialidad de nuestro propio ser, único e irrepetible». Y releerlo me ha recordado a este tuit que dice que «El amor es el antónimo de que te valga cualquiera», lo que a su vez me ha traído la cabeza El principito y su rosa, y ese momento en el que de repente descubre [ojo spoiler] un jardín lleno de rosas, muy similares a la flor que él tiene en su planeta y al principio se queda un poco chof porque pensaba que su rosa era única y especial, y resulta que hay muchas parecidas; pero, poco después, se da cuenta de que su rosa es realmente única y especial porque es la que él ha elegido, la que él ha regado, mimado, conocido, hecho crecer… «No sois en absoluto parecidas a mi rosa, no sois nada aún», les espeta a las otras. Y unas líneas después el zorro le dice: «Eres responsable de tu rosa». Ahí está el quid de la cuestión: tu libertad para comprometerte, y como eres libre, también eres responsable de lo que / de a quien eliges.
Se habla mucho en los últimos años de “responsabilidad afectiva”, y me parece bien que se trate este tema aunque también me da un poco de pena porque me parece sintomático del tipo de relaciones a las que hemos llegado: ¿en qué momento ha dejado de ser de sentido común que uno es responsable de sus relaciones? ¿Qué relaciones de pareja estamos cultivando si tenemos que especificar esto?
Al concepto torcido de libertad se le une el concepto diluido de “amor”. Me sorprendió este párrafo en una noticia que leía el otro día: «Tenemos la idea de que el sexo es sólo sexo pero, aunque no haya amor como tal, sí hay más cosas: intimidad, cariño, vínculo, buen rollo… y eso conlleva cuidados para que salga bien». Y yo me pregunto: ¿y la intimidad y el cariño, el vínculo, el buen rollo, el cuidarse mutuamente… no es todo eso parte del amor? Parece que estamos de nuevo ante un problema de no llamar a las cosas por su nombre.
Sobre el miedo a perder la libertad y la independencia, escribí en «El matrimonio no es “game over”».
MIEDO AL FRACASO
El miedo al fracaso era una de las cosas de las que quería hablar en este post, pero después de ver los porcentajes de la encuesta que hice, me parece aún más importante. A la pregunta «¿Qué te frena más a la hora de dar el siguiente paso al noviazgo o al matrimonio?», el 59 % dijo que “el miedo al fracaso”.
Y es normal, con las estadísticas que vemos, con los contraejemplos que nos rodean, en una sociedad que, además, no solo le quita hierro a las rupturas y normaliza la “poligamia sucesiva” (estás con muchas personas a lo largo del tiempo), sino que hasta trata la quiebra de relaciones como algo romántico, casi como si fuera el ideal a seguir.
Pero, cualquiera que haya pasado por una ruptura, sabe que no es plato de buen gusto (aunque haya sido la decisión más acertada). Las rupturas duelen y es comprensible que también dejen heridas que dificultan atreverse. ¿Y si me vuelvo a equivocar? ¿Y si me la vuelven a jugar? Ante esto solo cabe reconstruirse y volver a confiar. La alternativa (quedarse en la propia cueva en modo ermitaño) no es mejor y no te va a hacer feliz ni a evitar sufrimientos (aunque sean de otro tipo).
Creo que en el miedo al fracaso a veces también está el miedo al rechazo. El tema de abril de Infinity habla de ambos aspectos:
«Cierto riesgo es inevitable. Si intentas salir con esa persona y no tienes éxito, o si, al intentarlo, ambos os dais cuenta de que no sois el uno para el otro y decidís cortar, afectándose también la amistad, piensa que de todas maneras la experiencia habrá valido la pena, que la vida sigue, que te habrá servido para aumentar tu madurez y que ya tendrás más oportunidades para conocer a otra persona que te corresponda».
Sobre las dudas en el noviazgo escribí aquí (y alguna idea sirve para las dudas de antes del noviazgo): «Te quiero sin dudar… ¿o no?».
NO TENER IDEAS CLARAS
Siempre recomiendo hacerse estas tres preguntas antes de plantearse si salir con alguien (incluso antes de empezar con los cafés):
- ¿A qué tipo de amor aspiro?
- ¿La otra persona querrá lo mismo?
- ¿Estoy preparado para empezar una relación?
Si no sabes muy bien cómo contestar algunas de las cuestiones, tal vez haya que darle una vuelta y profundizar más en el conocimiento propio en primer lugar (en el post enlazado os doy más pistas).
«Prioridades. Cuando tenéis claras las prioridades es mucho más fácil tomar decisiones», se lo escuché hace unos meses a @elshowdebriten y me pareció una verdad como un templo. Desarrollaba esta idea en «Brillar o arder»:
«Puede que en parte por eso nos cueste tanto tomar decisiones. Si no sabemos lo que queremos y cómo lo queremos, qué lugar ocupa cada persona, cada proyecto, cada cosa, cada deseo en nuestro corazón y en nuestra vida… enfrentarse a una decisión se convierte en algo agobiante. Juntemos esto con el FOMO (Fear Of Missing Out- el miedo a perderte algo) y la cantidad tirando a infinito de opciones que se nos presentan en la vida en las diferentes disyuntivas.
Añadámosle el miedo a elegir porque llevan años vendiéndonos la idea de “Puedes tenerlo todo” y no asumimos que elegir implica renunciar. […] Tomar decisiones a veces es un huerto. Pero deberíamos ser capaces de vivirlo con paz, con plena conciencia de lo que supone, con la alegría de ejercer la libertad, sin dejarnos llevar por la parálisis del miedo».
Por el análisis a la parálisis, como decían en este tuit las chicas del pódcast Dos Millennials, en el que abordaban el tema de la búsqueda de la pareja perfecta y el descarte de personas que potencialmente podrían ser adecuadas. Y añadían:
«La percepción del coste de oportunidad es también un problema. Somos más conscientes que otras generaciones de que la persona que estás conociendo compite con otras hipotéticas personas que están ahí fuera que podrían ser mejores. Ese pensamiento nos hace dar menos oportunidades».
Esta precisamente es una de las conclusiones a las que llegó Mark Regnerus después de su encuesta a casi 16.000 estadounidenses: más que el miedo al compromiso, lo que parece darse, según Regnerus, es la paradoja de la elección, propiciada por las citas online: hay tantas posibles parejas para elegir que ¿cómo escoger? Eso disminuye el desarrollo de relaciones estables. Como os contaba en «Otro modo de ligar es posible», según su explicación:
«si la segunda cita no ha resultado como esperabas o si se da una discusión en la tercera… ¿por qué esforzarte en esa relación, invertir tiempo y preocupación, si puedes fácilmente intentar otra opción? Se cuela fácilmente la mentalidad de “hay muchos peces en el mar”, de “puedo encontrar a alguien mejor/ puedo estar perdiéndome a alguien mejor”».
A veces la falta de compromiso no es tanto por miedo al compromiso sino por una imposibilidad de elegir, por falta de voluntad.
No os quiero aturullar con citas, pero es que esto de Sonnenfeld es buenísimo: primero habla de un libro de Eva Illouz en el que la autora comenta que la búsqueda de pareja en internet «afianza la idea de que podemos y debemos mejorar nuestras condiciones amorosas y de que la pareja (real o potencial) es intercambiable». Y Sonnenfeld añade: «Y la pareja es intercambiable porque todos esos valores que se están buscando, y que supuestamente va a tener la persona que internet encuentre para nosotros, no conducen a la plenitud de vida, no son más que ciertos aspectos parciales que deseamos que tenga el otro, pero sin que exista una entrega plena por parte de ambos, sin amar a la pareja en su totalidad, con sus virtudes, defectos e imperfecciones».
Con esto no quiero decir que las redes y las apps de citas sean el mal y totalmente dañinas, pero sí hay que tener en cuenta qué tipo de dinámicas crean y contribuyen a hacer más frecuentes. [Escribí más sobre esto en «Enamorar sin pantallas»].
A veces faltan ideas claras sobre cómo dar los siguientes pasos en la relación, el reto de la gestión de expectativas, si será demasiado pronto para lanzarse o no… Ay, ¿tal vez incluso el lenguaje de los abanicos era más claro que esta cosa difusa que tenemos hoy? No sé si los abanicos, pero al menos cuando había una especie de guion social sobre los pasos a ir siguiendo en el arte de ligar uno sabía a qué atenerse (en esta línea, me ha parecido curioso lo que cuenta mi amiga Mariona en este hilo sobre la costumbre en México, y me siguen pareciendo muy prácticas las recomendaciones de The Dating Project). La buena noticia es que tenemos a nuestro alcance la mejor herramienta contra la ambigüedad: la comunicación. Es más: la comunicación cara a cara.
EN CAMBIO… NO NOS IMPORTA ARRIESGAR EN LO FÍSICO
El mundo está un poco descolocado cuando resulta menos arriesgado acostarse con alguien que tomar un café juntos para conocerse más; cuando no te importa avanzar en el ámbito sexual lo que sea pero tardas en decirle al otro cuál es tu apellido; cuando te parece más íntimo pasear de la mano que compartir una noche de sexo…
Estamos fragmentados cuando lo interior no va sintonizado con lo exterior. Y sufrimos, con razón. Cuando nuestras manifestaciones físicas no son expresión sincera y verdadera de lo que realmente sentimos, pensamos y queremos.
Nos han vendido que no hay que darle tanta importancia y trascendencia al sexo, pero el sexo sin amor no nos está haciendo más felices ni está construyendo relaciones más sanas. He leído hace poco unas declaraciones de una sexóloga que me ha parecido que da en el clavo: «Este desfase entre lo emocional y lo físico se está dando porque pretendemos protegernos a nivel emocional, y lo hacemos olvidándonos que lo físico también va unido y que son dos cosas que no se pueden separar». Y la noticia añade: «La sexóloga también aporta que, en este nuevo entorno más individualista, muchas personas no están listas para el compromiso y responsabilidad que implica tener una relación. Por eso, “buscan la forma de seguirse vinculando y disfrutando de las relaciones humanas, pero eludiendo la responsabilidad afectiva”».
En el artículo se preguntan si esto implica un cambio a mejor. La sexóloga responde: «Cada vez vienen más personas a la consulta aquejadas de las dificultades para crear conexiones reales, dolidas tras una temporada de citas Tinder o angustiadas por las pocas expectativas de encontrar pareja».
En el post de «El tiempo amorfo» comentaba que me parece importante en esta fase que
«tu cuerpo también sea sincero y no diga con sus gestos lo que no quiere decir. Es normal que quieras comerte a besos al otro. Estáis en una etapa muy bonita de descubrimiento mutuo, de emociones, de deseos más o menos manifiestos… Pero dejar la pasión desbordada no ayuda a ver las cosas claras, ni a tomar decisiones, ni nah. Seguro que conocéis casos tipo ‘Como la otra noche nos besamos, pues ya somos novios’. ¡Error! La gente madura toma las decisiones con la cabeza y el corazón, no llevada por la emoción del momento. No os penséis que estoy en contra de los besos. ¡Me encantan los besos! Pero creo que tienen un significado que no es justo confundir».
Sobre este tema de «Nos hemos besado, ¿somos novios?», os recomiendo estos tres posts de Jokin de Irala: parte 1, parte 2, parte 3.
Y termino con otra frase de Jokin que me ha encantado y que creo que es una buena síntesis de todo este artículo: «No hay amor sin compromiso; si no aprendes a comprometerte no serás capaz de amar cuando quieras hacerlo».
A por ello, mis valientes.
Foto de Levi Meir Clancy en Unsplash