Este año hemos puesto el belén de un modo un poco diferente al año pasado. Pablo ha colocado los troncos de corcho de tal manera que la gruta parece real. Al ángel anunciador lo hemos situado al lado de los pastores. El lago artificial ha sido objeto de una pequeña ampliación. En el Portal, la mula y el buey al fondo, y en primer plano José, el Niño y María.
Miré la composición y había algo que no me terminaba de convencer. Intercambié a José y a María, elevé el pesebre del Niño, eché más para atrás a los animales… no, algo fallaba. Y entonces me fijé en que san José tenía el brazo izquierdo como extendido, como dispuesto a abrazar, a rodear un hombro. Cambié a la Virgen al lado de su esposo. Listo. José abraza a María y los dos miran con ternura al Hijo de Dios. ¿Cómo no me había dado cuenta antes de que esa era la disposición que me pedían las figuras del belén?
En aquella noche fría, tras dar a luz en un establo, seguramente María querría tener cerca a José, y ahí, los dos juntos, contemplar el regalo que había llegado al mundo. Puede que la maternidad me haya dado una luz diferente para ver algunas cosas. Ahora me gusta mucho más este pasaje de una obra de teatro que describe a María y que escuché hace ocho años:
«La Virgen está pálida y mira al niño (…). Y es que Cristo es su hijo, carne de su carne y fruto de sus entrañas. Durante nueve meses lo llevó en su seno, le dará el pecho y su leche se convertirá en sangre divina. De vez en cuando la tentación es tan fuerte que se olvida de que Él es Dios. Le estrecha entre sus brazos y le dice: ¡mi pequeño! (…) Aunque yo pienso que hay también otros momentos, rápidos y resbaladizos, en los que siente, a la vez, que Cristo, su hijo, suyo, es su pequeño, y es Dios. Le mira y piensa: Este Dios es mi hijo. Esta carne divina es mi carne. Está hecha de mí. Tiene mis ojos y la forma de su boca es la de la mía. Se parece a mí. Es Dios y se parece a mí. Y ninguna mujer, jamás, ha tenido así a su Dios para ella sola. Un Dios muy pequeñito al que se puede coger en brazos y cubrir de besos, un Dios caliente que sonríe y que respira, un Dios al que se puede tocar; y que sonríe»
[La obra es Barioná, el hijo del trueno y la escribió —por increíble que pueda resultar— Jean-Paul Sartre. Yo me la leí en noches de insomnio los días antes del nacimiento de Jaime. Muy recomendable]
Y si vivir el Adviento embarazada es especial —tal y como cuenta Olatz, de Blessings—, vivir la Navidad con un hijo, con tu primer hijo… te acerca de un modo incomparable a la primera Navidad. Pienso en aquella muchacha jovencísima de Nazaret y siento que ahora tenemos más cosas en común y que nos entendemos más —sobre todo, que yo la entiendo más—.
Algo que me gustaría aprender de ella —que creo que muchos debemos aprender— es eso que Lucas comenta varias veces en su Evangelio: «María guardaba todas estas cosas en su corazón». Conservar todo en el corazón: los momentos buenos de nuestra vida, el amor de tu amante, el tiempo con los hijos, los pequeños detalles diarios… Tal vez deberíamos sacar menos fotos y contemplar más, atesorar los instantes, paladearlos por dentro… así se graban los recuerdos como tatuajes, como en una botella a la que puedes volver de vez en cuando y destaparla y que su perfume te empape.
En estos días, quiero convertirme en pastora, o en lavandera, que —no sé por qué motivo— siempre ha sido un personaje que me ha encantado del belén, y acercarme al Portalico con mi pastor navarro y nuestro pequeño Jaime, sentarnos al otro lado del pesebre, y charlar de tantas cosas con esa familia tan especial. Cuando el peque se duerma, le pediré permiso a María para acostar a mi “niño Jesús” particular al lado de su Hijo, y se me pasarán las horas contemplándoles a los dos juntos, con sus respiraciones de bebés y sus pequeños corazones palpitando tan rápido.
Hace unos años, al comentar a mi amigo Álvaro la pena que me daba quitar el belén, me dijo: «No hay que quitarlo. Hay que llevarlo siempre. Es más: tienes que serlo siempre». Y tiene razón, porque Belén es novedad, es sorpresa, es ternura, es alegría, es esperanza y es no tener miedo.
Aunque ya llevamos la Navidad un poco avanzada, os dejo esta Receta para vivir la Navidad en familia. Hace once años en un curso de cocina navideña, querían dar a los participantes un detalle especial y me pidieron que escribiera una «receta para la Navidad». Este año la he rescatado y la he «puesto bonita» para regalárosla.
¡Espero que os guste! Tiene calidad para que podáis imprimirla, si queréis 😉

Receta para vivir la Navidad en familia (pincha para ampliar)
2 comentarios en “Navidad, Sartre y lo que aprendo de una Madre”