He hablado en el blog ya en otros artículos sobre el mito de la media naranja y el mito de la incompatibilidad.
En una sociedad en la que predomina la mentalidad del “yo primero” y de la satisfacción emocional al instante, se piensa que, si el otro es «el adecuado», el amor tiene que surgir casi sin esfuerzo y se espera que las emociones prevalezcan en todo momento. Pero esto, como os contaba en los posts enlazados arriba, implica varios problemas para una relación que quiera durar para siempre.
Y no es una mentalidad de minorías: el 88 % de los jóvenes no casados que respondieron una encuesta del National Marriage Project dirigida por el investigador Brad Wilcox, afirmaron creer que hay un alma gemela, alguien especial esperando por ellos en algún lado.
Teniendo en cuenta esos datos, Wilcox desarrolla la conexión entre este modo de pensar y las tasas de divorcio. La State of Our Unions Survey, realizada en EE. UU. en 2022, mostró que los maridos y las mujeres en Estados Unidos que se decantaban por una visión del matrimonio basada simplemente en la conexión emocional tenían el doble de probabilidades de contestar que se estaban divorciando o que era probable que se divorciaran en un futuro cercano, en comparación con aquellos que seguían el modelo de family-first (que, según explica Wilcox, incluye el romance, pero expande la comprensión del matrimonio entendido no como algo para satisfacer unas necesidades personales sino como proyecto en común).
Ya en 1956, Erich Fromm, en El arte de amar, argumentaba que el amor no es una emoción, sino una facultad que requiere aprendizaje, esfuerzo y práctica. Muchas de las ideas expresadas en su libro han influido de manera notable en los estudios posteriores sobre el amor.
Según Fromm, una relación duradera no es posible desde una mentalidad del amor como algo que te sucede, sino algo en lo que te involucras activamente. Subrayaba asimismo que el amor no implica que haya ausencia de conflicto, sino que más bien el amor es un desafío constante. Esto me recuerda siempre a esa frase de El taller del orfebre: «El amor es un continuo desafío que nos lanza Dios, y lo hace, tal vez, para que nosotros desafiemos también el destino» (K. Wojtyla). La humildad es uno de los elementos básicos de cualquier forma de amor que recoge Fromm en su libro, junto con la capacidad de darse, el cuidado, la responsabilidad, el respeto y el conocimiento.
Prevenir mejor que romper: ser maestros y no desastres
En 1986, el psicólogo John Gottman abrió su «laboratorio del amor», en la Universidad de Washington, para estudiar cuáles eran los factores que hacían que unas parejas fracasaran y otras tuvieran relaciones felices. Fruto de sus investigaciones, clasificó a las parejas en dos tipos: los maestros y los desastres. Los maestros no eran solo los que duraban juntos sino los que tenían un matrimonio de alta calidad. Algunas de las actitudes que Gottman vio en estas parejas fue su capacidad para conectar y mostrar interés cuando el otro le decía algo, la manera de prestar atención; y también la regla del 5:1: esas parejas tenían al menos cinco interacciones positivas entre ellos por cada una negativa.
Podríamos decir que los maestros son aquellos que se dan cuenta de que el amor se construye, y que no todo está hecho simplemente por pensar que has encontrado a tu «persona adecuada», y de ahí te dejas simplemente fluir. Tampoco se trata de resignarse con una fidelidad voluntarista: como os contaba aquí, la meta no es durar por durar, sino que sea para siempre y que sea siempre amor.
«Las parejas comprometidas se esfuerzan cada día por lograr una unión más perfecta, enfocándose en la colaboración diaria, el entendimiento mutuo, la paciencia, cediendo, soportando con paciencia las faltas del otro, mostrando buen humor y haciendo sacrificios creativos para sumar alegría a la rutina diaria», explica la filósofa Ana Samuel en un artículo en Public Discourse.
Y yo añadiría que los maestros también son los que piden ayuda cuando es necesario —para prevenir las crisis o para afrontarlas (aquí podéis leer un testimonio sobre esto)—. Hay veces que no podemos solos, y la sabiduría está en acudir a quien puede guiarnos en esos momentos.
Ser intencionales: si el otro es lo más importante en nuestra vida, que realmente lo sea
En su libro Get Married, Wilcox refuerza con datos la importancia de dedicarse tiempo de calidad en el matrimonio de manera intencional: quienes implementan esto en sus vidas tienen casi el doble de probabilidad de ser muy felices en sus matrimonios, en comparación con quienes no tienen citas frecuentes. Y, en una de las encuestas que analiza en su libro, figura como uno de los predictores de felicidad conyugal más fuertes.
Otro informe muestra que la probabilidad de divorcio para quienes se reservan un “tiempo de pareja” al menos una vez a la semana era alrededor de un 25 % menor que en el caso de los que no lo hacían. Si bien Wilcox puntualiza que no se puede saber en qué medida esta relación es causal, añade que «no hay duda de que los maridos y las mujeres que realizan un esfuerzo activo por mantener viva la llama de su matrimonio con citas disfrutan de matrimonios de mayor calidad». [No encontré en su estudio que se estuviera refiriendo necesariamente solo a citas tipo “salir a cenar fuera”].
Las citas frecuentes también fortalecen otro de los grandes predictores de la calidad y estabilidad matrimonial: la intimidad de la pareja en el plano físico. Los datos muestran una clara relación entre estas y la frecuencia y la satisfacción en las relaciones sexuales, que, como señala el experto, no solo se ven reforzadas por salir a cenar con frecuencia sino también por las distintas manifestaciones de una visión del matrimonio que pone el nosotros antes que el yo, que se identifican con una mentalidad de equipo más que dejarse llevar por las olas del individualismo y en la que ambas partes de la pareja son capaces de sacrificarse el uno por el otro.
No se trata solo de un consejo fácil tipo «Salid a cenar una vez al mes como mínimo» (cuando, muchas veces, resulta más fácil decirlo que hacerlo), sino de la actitud, el ser intencionales en la relación, el construir el amor y la alegría en el matrimonio en el día a día (sin esperar las grandes ocasiones o que lleguen “tiempos más calmados”), convertirse en maestros de nuestro matrimonio, desechando la mentalidad de “alma gemela” que nos hace creer que si la otra persona es la adecuada, ningún esfuerzo debería ser necesario.
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Foto deMeghan Schiereck enUnsplash
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