¿Es posible el amor para siempre?

Hace unos meses una amiga vino a tomar café a casa. Hablamos de la vida, de los chicos y del amor. De repente, me preguntó:

—Lucía, ¿tú crees que es posible el amor para siempre?

No sé muy bien por qué, pero me salió una risa enorme y un «¡Anda, pues claro!». A lo que mi compañera contestó muy seria:

—No te rías, lo pregunto de verdad. Dímelo sin reírte y mirándome a los ojos.
—Creo que existe el amor para siempre.

Mi amiga tiene razón. Se trata de un asunto serio. No para poner cara de acelga, pero sí para dedicarle tiempo, cabeza y corazón. Nos va la vida en ello. Si resulta que el amor no es para siempre, todos perdemos, y los que nos hemos embarcado en esta aventura del matrimonio estamos malgastando el tiempo miserablemente. El primer paso para vivir algo así es creer en ello. Y mi amiga tiene razón: no es tan fácil.

Son muchos los agnósticos o no creyentes en esto del «para siempre», también somos muchos los que hemos dudado. Y —sin querer ponerme dementor— con la que está cayendo, es más que normal. No se trata solo de confiar en que dos personas puedan permanecer casadas, sino de que puedan permanecer casadas y que se amen muchísimo hasta que la muerte los separe. Mi amiga Almu me contaba de una conversación entre varios matrimonios, unos acababan de cumplir los 25 años de casados, otra de las parejas, comentó, de broma: «¡Aguantamos unos años más y llegamos a esa cifra!», a lo que uno de los maridos presentes replicó: «Yo no tengo que aguantar. Yo me entregué al casarme». Y es así: no se trata de aguantar, «si amas de verdad, si ya estás entregado, el verbo aguantar no pega», como dice Almu. Ejemplos de esto no abundan. ¿Cómo admitir que pueda ser posible si no lo has visto ni en la sociedad, ni en los padres de tus amigos, ni en tus amigos y, a lo mejor ni siquiera en tu familia?

En primer lugar hay que decir que un ejemplo negativo ya es un tipo de referente: referente de lo que no hay que hacer. Por eso al mirar todas esas historias de amores truncados que conocemos, algo en nuestro interior se rebela y pensamos: «Yo no quiero eso. Yo aspiro a otra cosa. A más. A amar». En nuestro interior hay un anhelo de amor para siempre, como tatuado en el corazón, que no tiene que ver con un autoconvencimiento, ni con la impronta de las pelis de Disney, ni con convencionalismos sociales… Tenemos sed y existe el agua para calmarla. Nuestras ganas de un amor grande apuntan, sin duda, a la existencia de un amor así.

En segundo lugar, creer es justamente eso: tener fe en la existencia de algo que no has visto. La fe es una manera de conocer, solo que, en una sociedad en la que somos unos “amarrones” de cuidado, y que lo queremos tener todo controlado y calculado, un tipo de conocimiento que no podemos palpar ni medir, nos produce inseguridad. Pero, si lo pensamos bien, la mayor parte de lo que sabemos, lo sabemos por fe: ninguna de las personas actualmente vivas ha visto a Julio César, pero creemos que existió porque confiamos en lo que nos han contado; yo no he viajado a Australia, pero creo que existe por lo que dicen los que han estado allí, confío en que no me están engañando y que la imagen de los mapas desde los satélites no es un montaje; cuando estudiaba física en el cole —¡ay, qué sudores me costaba!— creía en las leyes de la física que me enseñaban y las aplicaba a los problemas por resolver sin necesidad de comprobar que las leyes eran correctas….

Es verdad que por el camino nos encontramos con agoreros que nos repiten con voz pastosa: «¡El amor para siempre no existe! ¡Se lo ha inventado El Corte Inglés! ¡Solo existe el amor “a cachos”, el amor “a plazos” y los “amores de barra”!». No les hagáis caso. Son gente que se ha dejado llevar por el resentimiento. Personas que tal vez hace un tiempo creyeron en el amor para siempre pero que, tras experiencias dolorosas y rupturas sangrantes, llegaron a la conclusión de que era imposible. Porque pensar que el amor del bueno existe y que tú no eres capaz de alcanzarlo es muy duro, claro, es mejor pensar que «No he conseguido un amor para siempre, ni amar para siempre a alguien, porque eso no existe, es una fábula». El razonamiento es comprensible. Lo malo es cuando quienes sufren ese reconcome, en vez de intentar salir de ahí, ahondan en ello para justificarse y, peor aún: tratan de imponer su teoría a los demás, «como yo no he podido, realmente nadie puede, y si alguien dice lo contrario, miente».

Como dementores hay por todas partes —y, recordemos, nosotros mismos podemos acabar siendo uno de ellos o, al menos, tener episodios transitorios dementoriles— he estado pensando algunos puntos sobre «cómo alimentar la creencia de que el amor para siempre es posible». Si a alguien se le ocurren más, ¡que no dude en compartirlos!

  • Busca ejemplos en la vida. Ya sabemos que los referentes negativos también son un tipo de referente, pero es obvio que necesitamos ver amor del bueno encarnado. Busca en tu familia, en tus primos lejanos, en tus amigos, en tus vecinos… Sí, en tus vecinos. Durante algunos de mis años de universitaria tuve como vecinos un matrimonio muy mayor: ochenta y dos años, sesenta y seis de novios, cincuenta y ocho de esposos. Salían todos los días a pasear, él tenía alguna enfermedad y ella le cogía del brazo con cariño y firmeza para que no se cayera al caminar. Un día me contaron parte de su historia:  él había sido capitán de la Guardia Civil y durante mucho tiempo, durante su noviazgo, le destinaron a otra ciudad. «Yo estuve 30 meses esperándole. Y su madre me decía: “Ha escrito y cuenta esto y esto…”. Porque claro, no había teléfono. Y así 30 meses, por cartas, porque no le daban ni un permiso. Tuve que hacer muchos sacrificios, ¿eh? El día que volvía le fui a buscar a la estación, y nos dimos la mano, así [como un apretón de manos formal]. Bueno, luego ya en casa… nos dimos un beso, ¡claro!». El hombre hizo su aportación al relato de su mujer: «¡Hay que conjugar el verbo amar!». Perfecta síntesis de una vida entera queriéndose tanto.
  • Júntate a gente maja que también crea en el amor para siempre. Así, cuando a alguno le dé un bajón y quiera convertirse en resentido, siempre habrá algún otro que pueda sostenerle. Siempre vas a tener un cenizo en tu grupo de amigos, es inevitable y hay que quererle, mucho, pero la idea es que no te arrastre en su pesimismo amoroso-vital.
  • Estudia. [¿Ein?] Sí, estudia para saber por qué antropológicamente el amor para siempre no solo es deseable sino posible. Es bueno tener argumentos razonados y pensados sobre lo que uno cree y opina —aunque lo que se lleve ahora sea soltar como dogma la primera chorrada que se te cruza en la cabeza producto de una mezcla de realities shows, letras de canciones bailables y profundas (¿?) declaraciones de famosillos—. También es recomendable estudiar para recordarse la teoría a uno mismo cuando estés sufriendo el resquebrajamiento-de-corazón-número-x.
  • Lee buenos libros y ve buenas películas. Que sean ficciones no quiere decir que sean mentira. Aristóteles te diría mucho sobre el poder de la ficción. Los personajes de las grandes historias al final forman parte de ese grupo de amigos majos con el que conviene pertrecharse para la vida. Te dejo algunas sugerencias de libros y algunas de pelis.
  • Si eres cristiano, no te olvides de Dios. Los cristianos creemos en un Dios que es amor. El romántico «moriría por vos» que canta Amaral, Dios lo ha realizado ya por ti y por mí. Porque nos ama con locura. Saber esto y no creer en el amor para siempre no es coherente. Profundizar en esta realidad te lleva a no perder la esperanza nunca. Josefina Bakhita nació en Sudán y cuando tenía nueve años la secuestraron unos traficantes de esclavos. De su tiempo en esclavitud le quedaron 144 cicatrices. Tras convertirse al cristianismo, escribió estas palabras: «Yo soy definitivamente amada, suceda lo que suceda. Este gran Amor me espera. Por eso mi vida es hermosa».