Nuestras «cosillas». Una reflexión sobre los defectos

Todos cometemos errores, todos fallamos, todos hacemos cosas mal, todos tenemos defectos.

«Lucía, gracias, ponte un pin». Vale, lo sabemos, pero ¿lo tenemos interiorizado? Si fuera así, no nos enfadaríamos con nosotros mismos cuando la liamos, ni nos sentiríamos tan agraviados cuando alguien nos falla —como si nosotros fuéramos impecables—, y seríamos mucho más comprensivos con los defectos ajenos, porque sabemos lo que cuesta luchar contra los propios.

Hay cientos de canciones que cantan «Baby, I’ll never let you down», que sí, suena muy bonito, pero… no es real. Todos defraudamos. Y decir lo contrario es mentir, o ser un ingenuo, o ambas cosas. Todos somos imperfectos y contradictorios. Nos gustaría que ese «Nunca te decepcionaré, baby» fuera real, claro que sí, pero nos perdemos por el camino, fallamos, nos despistamos. El primer paso es reconocerlo. «Everybody hurts… sometimes», canta R.E.M. desde un punto de vista más realista. Incluso a veces podemos hacer daño, no solo sin querer, sino incluso queriendo hacer algo bueno, con intención de tener un detalle. Somos así de “manazas”. De limitados.

En esta otra entrada hablamos sobre los enemigos del noviazgo. ¿Los defectos se suman a la lista? Más que “enemigos” yo los llamaría “obstáculos”: ahí están, los suyos y los tuyos. Presuponemos que cada uno intenta ser mejor persona día a día, pero debemos asumir también que tal vez nos muramos con los mismos defectos que teníamos en nuestra infancia —por otra parte, aunque sí es cierto que podemos desarrollar manías a lo largo del tiempo, es casi un alivio que no innovemos en defectos cada año; para nuestro compañero de aventura, y para nosotros mismos, sería una locura.

Son obstáculos para el amor porque no nos enamoramos por los defectos, ni son características de la otra persona que así de entrada nos hagan amarla más o más fácilmente: «Ay, qué majo, es que cada vez que deja toda la habitación hecha un asco me enamora perdidamente. Es tan dulcemente caótico». No lo veo.

Son obstáculos porque nos presentan retos: ¿eres capaz de amar de manera incondicional?, ¿eres capaz de tragarte el orgullo y no montar un pollo por esto?, ¿eres capaz de enfocarte más en todas las cosas buenas que tiene en vez de concentrarte en lo malo?, ¿eres capaz de amar a una persona real, y no solo al novio/novia/marido/mujer ideal que tienes en la cabeza y que es perfecto e irreprochable?

Tengo que aclarar que los defectos a los que me estoy refiriendo en este post son esos de tipo «la puntualidad no es su fuerte», «su habitación parece una leonera», «le gusta tener la última palabra en las discusiones», etcétera, hábitos poco atractivos, sin duda, pero que no tienen por qué ser una amenaza para una relación. Otro cantar son los vicios/ costumbres/ actitudes consolidados —y sin intención de ser erradicados— que suponen una alerta evidente de que es mejor no continuar con ese noviazgo: si tiene problemas con la bebida, si trafica con droga, si no sabe ser fiel, si —como os contaba en este post— pertenece a una banda violenta, etcétera.

Dicho esto, algunas reflexiones para tener en cuenta cuando amas a alguien y te planteas compartir tu vida con él —y también para después—:

  • No te cases si no le ves los defectos. A una amiga mía su padre solía decirle que antes de casarse debía hacer una lista de diez defectos de su posible futuro marido. Tal vez no te salgan diez, pero lo importante es que los veas. Si estás tan tan tan enamorado que aún le ves perfecto… peligro. Recordemos el primer párrafo de este post: todos fallamos, todos cometemos errores. Tu amante no es una excepción. Precaución también si es el otro el que no ve tus defectos y no para de alabar tu perfección. Tal vez tenéis que conoceros más antes de plantearos dar el paso. Si no, el choque con la realidad va a ser demasiado duro. Y doloroso.
  • Que seas capaz de reírte de sus defectos. Esta idea se la escuché a mi amiga Itziar y me parece clave. Ser capaz de reírse de los defectos —propios y ajenos— requiere de una enorme humildad, mucho buen humor y un corazón grande. Me imagino que lo consiguen los matrimonios que llevan ya muchos años en la aventura. Pero no deja de ser una idea válida en cualquier momento: cásate con alguien de cuyos defectos puedas reírte. Al menos que te hagan gracia. Un poco. A veces. Cásate con alguien cuyos defectos no te causen un estrés permanente. Nadie quiere pasarse 60 años apretando los dientes. El matrimonio no va de eso, por otra parte. Por eso es importante verle los defectos antes de casarse, para decidir el “para siempre” con el pack completo. No a todo el mundo nos hace gracia lo mismo, ni nos pone nerviosos lo mismo. El punto es descubrirlo y ver si decides acogerlo o no.
  • Defraudar, o sentirnos decepcionados en algún aspecto por el otro, no quiere decir que se haya acabado el amor. El noviazgo está para conocerse y no debería suponer un trauma cuando, pasada la época de idealización máxima, empiezas a ver las facetas menos amables del otro. Tampoco si en ese proceso descubres que eres incapaz de firmar el punto anterior: tal vez sea el momento de pensárselo antes de seguir adelante. Por otro lado, no tomes las decepciones como una muestra innegable de que esa relación no funciona: si lo haces, siento decirte que no te funcionará ninguna, nunca. Recuerda: todos defraudamos. Tal vez sea el momento entonces de asumir que una relación no puede estar basada solo en sentirse encantado por el amante, sino en amar, pase lo que pase.

Así que propongo tomárselo con humor y cantar con Julia Michaels en Issues:

«Porque tengo mis ‘cosillas’, pero tú también las tienes,
así que dámelas todas y yo te daré las mías.
Vamos a disfrutar de todos nuestros problemas
porque tenemos el tipo de amor
que se necesita para resolverlos»

Porque tal vez no se trate tanto de qué defectos, complejidades o “cosillas” tenemos cada cual, sino de cómo somos capaces de amar.


Foto de cabecera por Paul Bence en Unsplash

20 comentarios en “Nuestras «cosillas». Una reflexión sobre los defectos

  1. Jimmy Arias dijo:

    ¡Hola! ¿Alguien me puede explicar, por favor, el contexto de la frase entrecomillada? «Lucía, gracias, ponte un pin». Vale, lo sabemos, pero ¿lo tenemos interiorizado? El artículo me gustó y me me parece muy bien elaborado, soy de Costa Rica y esa frase no la logro comprender. ¡Gracias!

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    • Luzmaral dijo:

      ¡Hola, Jimmy! Yo te explico: “Lucía, gracias, ponte un pin”, es una expresión irónica, es como decirle irónicamente a alguien “ponte una medalla” (no sé si esta expresión en Costa Rica se entenderá más 😅) haciendo referencia a que lo que acabo de decir es algo obvio y de sentido común y no tiene ningún mérito llegar a esa conclusión. ¿Así se entiende mejor? Nunca me había tocado explicarlo jajaja 😁

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