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La ternura: amar con el cuerpo todos los días

Los actos de la ternura son expresión de amor, de alegría, de cercanía, como una manera de decir «quiero tocarte para cerciorarme de que estás aquí y qué suerte tengo de que así sea», o «quiero que sepas que estoy aquí, siempre, para lo que necesites». 

Como explica Karol Wojtyla en Amor y responsabilidad: en la ternura «hay una cierta necesidad de satisfacer la afectividad, pero posee un carácter radicalmente diferente de la necesidad de satisfacer la sensualidad». Va más hacia la persona en su integridad, no solo focalizada en el cuerpo o en el sexo.

La ternura en el noviazgo y en el matrimonio

En el noviazgo es importantísimo entrenarse en la ternura, no solo por el valor que tiene en sí, sino como parte del aprendizaje de aprender a amar con el cuerpo. Aprender a acariciar, a besar… desde la ternura. Gestos que nazcan de la afectividad, no de la sensualidad (esos tienen también su papel y su momento, pero en este post me centro en la ternura). 

Vivir esto en el noviazgo es un entrenamiento para el matrimonio, claro. 

Si, por ejemplo, has decidido esperar a tener relaciones sexuales en el matrimonio, la dinámica no es que la ternura ha cumplido su papel en gestos de cariño “más lights” hasta que llegamos al momento en que nos entregamos por entero en el acto sexual. Esto sería no haber entendido bien el papel de la ternura. La ternura no es un “paso previo” ni una fase temporal. «La ternura se debe vivir siempre en la dinámica del amor», dice Eva Corujo.

La ternura tampoco es el sucedáneo barato de las relaciones sexuales; por ejemplo, cuando estamos en un momento de vivir la abstinencia en el matrimonio, por el motivo que sea (enfermedad, posparto, un viaje de trabajo, espaciar un embarazo con un método natural de reconocimiento de la fertilidad, una época de especial cansancio y/o estrés…). Luego concreto más de esto.

La ternura tiene un papel clave en el matrimonio. Acordaos de lo que cantaba Nacho Cano: «Las cosas se complican si el afecto se limita a los momentos de pasión». Y Wojtyla escribe: «Hace falta mucha ternura en el matrimonio, en esa vida en común en que no solo un cuerpo tiene necesidad de otro cuerpo, sino, sobre todo, un ser humano de otro ser humano».

No es solo una cosa de mujeres. Decimos “ternura” y nos imaginamos un corderito blanco saltando en unas nubes de algodón. Pero eso no es la ternura. La ternura tampoco es sentimentalismo ni dejarse llevar por la afectividad o la sensualidad (Wojtyla habla de esto también en AyR, pero lo dejo para otro post, que tiene mucha miga). Wojtyla comenta que «la mujer tiene un derecho particular a esa ternura en el matrimonio» y menciona en especial los momentos complicados del embarazo, el parto y todo lo relacionado con ellos. Pero añade que el hombre también lo necesita, aunque sea de otra manera y en otra medida: «En ambos, la ternura crea la convicción de que no están solos y de que su vida es compartida por el otro. Semejante convicción es para ellos una gran ayuda y refuerza la conciencia que tienen de su unión».

En una atmósfera de ternura, no solo pesan menos los obstáculos, los retos, los desencuentros, los contratiempos… (porque nos sentimos unidos, nos sentimos equipo, sabemos y palpamos que juntos podemos), sino que también surgen más fácilmente y con más frecuencia los actos de servicio mutuo, las expresiones de amor de mil maneras distintas… que a su vez alimentan la ternura. Un círculo virtuoso lleno de cariño.

Con estas ideas previas clarificadas, quiero hablar del papel de la ternura en tres momentos:

1. En el día a día 

Ya escribí hace tiempo que «hay que amar con el cuerpo todos los días aunque no todos los días hagamos el amor». La ternura es una actitud para siempre. Es una manera de amar en mil acciones: hay ternura en una mirada, en acariciar una mano al pasarle las llaves o la sal, en la manera de besar al despedirse (que no sea un “beso-lija”), en una palabra, en un modo de decir las cosas (aunque lo que estés diciendo sea tan poco romántico como la lista de la compra), en una sonrisa, en un abrazo de esos bien dados. Puede haber ternura incluso cuando no estamos el uno al lado del otro: un mensaje o una llamada, reenviar un correo (un meme, un reel) porque “me he acordado de ti al verlo”.

El párrafo anterior lo he dedicado a gestos pequeños, cotidianos, fáciles de introducir en nuestras buenas rutinas. Pero no toda la ternura tiene que ser “pequeñas acciones”. También es bueno tener momentos más largos, por ejemplo, de estar sentados el uno al lado del otro en el sofá, tal vez hablando (no hace falta que sean grandes conversaciones siempre) o viendo una peli, o tal vez en silencio, pero cerca, abrazados, con las manos agarradas, compartiendo mantita, mirándonos a los ojos con calma; quizá bailando en la cocina (recuerdo mirar con emoción esta imagen en mis años universitarios y percibir que ahí se condensaba tanto amor) o dando un paseo con las manos bien entrelazadas o agarrados de la cintura.

Debe haber, como escribe Nacho Tornel en Enparejarte, «un continuo de comunicación afectiva a lo largo de todo el día».

2. En los períodos de abstinencia

Como decía más arriba, a veces, por diferentes motivos, se presentan en el matrimonio unos días sin relaciones sexuales

Estos días, períodos, momentos no deberían implicar una lejanía física total. Esa imagen de cada uno durmiendo bien pegado a su borde de la cama para “no tocarse”, por si “una cosa lleva a la otra”…  me parece una caricatura (en el mejor de los casos) y una pena (en el peor).

Que no estemos haciendo el amor en unos momentos determinados (por enfermedad, posparto, por espaciar un embarazo…) no implica que dejamos de amar con el cuerpo. Seguimos teniendo cuerpo, ojos, manos, boca. Todos los elementos que necesitamos para transmitir ese «sentirse cerca» característico de la ternura.

¿Pero se puede vivir sin sexo?

Desde muchos lados recibimos el mensaje de que no podemos vivir sin sexo, y por eso pensar en esos momentos de abstinencia nos puede parecer un horror de primeras. Pero es que la verdad no es esa: de lo que no podemos prescindir nunca es del amor. De eso sí que no. Y si, al no tener una relación sexual cuando no se puede o cuando hemos decidido no tenerla, nos distanciamos, puede que lo que falle no sea la falta de sexo, sino la falta de amor.

Las relaciones sexuales son importantísimas: no solo expresan el amor y la entrega total del matrimonio, sino que también alimentan y hacen crecer el amor y la entrega; ese sentirnos cerca, conectados, queridos, valorados tiene asimismo una explicación hormonal (aunque no se reduce a ella, pero es interesante conocerlo). Si los expertos dicen que un abrazo de 8 segundos aumenta la oxitocina, imagínate el efecto que produce una relación sexual.  

Pero que sea el lenguaje propio y distintivo del matrimonio no quiere decir que sea el único. Si, en su ausencia, se nos desmorona la conexión, la intimidad, la alegría… seguramente significa que necesitamos trabajar la ternura. Mostrar afecto sin buscar placer sexual. Ser capaz de acariciar, de besar, de abrazar y que todos esos gestos expresen simple y desinteresadamente «te quiero, estoy aquí para ti, me hago cargo de lo que pasa por tu corazón».

Si no hay que entender la ternura en el noviazgo simplemente como una “forma temporal de querernos con el cuerpo” hasta que nos casemos y tengamos relaciones sexuales, tampoco hay que entenderla en el matrimonio como una especie de “premio de consolación” o un sucedáneo, en los momentos en que no se va a hacer el amor. No es «le doy unos abrazos y unos besos a mi mujer, para que se quede tranquila». Sin negar que somos diferentes, hombres y mujeres necesitamos la ternura. Siempre, pero tal vez especialmente en esos períodos / días en los que no hay relaciones.

¿Es posible la ternura realmente desinteresada?

He escuchado a varias personas comentar que esto es imposible. Que es imposible que marido y mujer sean tiernos el uno con el otro, se manifiesten su cariño con besos y caricias, y que eso “no lleve a más”. Y, como piensan que es imposible, pues cada uno se va a un extremo de la cama. Y, si el período de abstinencia se alarga… las cosas se complican, la distancia se agranda, la falta de ternura hace que todo pese más, surgen más roces, se empiezan a mirar con menos cariño, es más difícil pasar pequeñeces y cuesta más perdonar… ¡Menudo problema!

Ante situaciones así, luego se culpa al hecho de haber tenido que vivir una época de abstinencia. Pero si la culpa es de la abstinencia y resulta imposible vivirla: ¿qué le dices al militar que se va de misión y está 6 meses sin ver a su mujer? ¿Qué le dices a una mujer con un posparto más largo que un día sin pan? ¿Qué le dices al marido o a la mujer que tiene un cónyuge con una enfermedad que le está impidiendo en estos momentos tener relaciones? ¿Cuál es la solución? ¿La infidelidad? ¿Poner en riesgo la salud de la persona amada? ¿Pasar por encima de su bien integral para poder satisfacer “mis ganas”? En situaciones así, si “pasas” de la abstinencia, tendrás sexo, pero no estarás teniendo verdadero amor, porque el amor siempre busca el bien del otro.

Hablando de la situación de abstinencia cuando estás usando un método de reconocimiento de la fertilidad para espaciar un embarazo (pero aplicable a los otros casos que os acabo de decir en el párrafo anterior), os citaba en este post un artículo de Rachael y Gregory Popcak en «The Terrible Horrible No Good Very Bad Burden of Natural Family Planning»:

«Cuando alguien me dice que la PFN [Planificación Familiar Natural] “no funciona” para ellos porque se frustran sexualmente, tengo que responderles que, de hecho la PFN está hecha para ellos. ¿Por qué? Porque cualquier deseo sexual que si no se satisface amenaza con excluir todas las otras cosas buenas del matrimonio es un deseo desordenado que podría destruir a la persona, a la pareja o a ambas». 

Este artículo afirma que las personas que logran controlar esos deseos —no reprimirlos, ojo, sino tener control sobre ellos, poder elegir conscientemente cuándo y cómo darles cauce— son más humanos y más libres que aquellos que no son capaces de controlarlos —quienes “necesitan” comer en cuanto sienten un poco de hambre y si no pierden los nervios, o quienes montan en cólera cada vez que algo les “pincha”, por pequeño que sea—. 

Los autores explican: «Adquirir control sobre nuestro impulso sexual, es decir, ser capaces de elegir conscientemente emplearlo solo cuando está ordenado hacia el bien de otra persona, nos hace más humanos y más libres que la persona que se deja llevar por los impulsos». Sea el impulso sexual, el hambre o la ira. 

Comentando este párrafo con Eva Corujo, ella añadió:

«Efectivamente, el deseo sexual es educable y llama a la entrega… Quizá culpar a la abstinencia indica que uno mismo ha de revisar lo que significa por acto conyugal. Si lo entiende solo como una manera de conseguir placer, lógicamente, la abstinencia le resultará represiva; pero si entiende la verdad del acto conyugal, aunque cueste —porque somos humanos imperfectos—, será capaz de esperar».

Recapitulando algunas de las ideas de este apartado antes de seguir:

  • A veces la abstinencia es necesaria.
  • La abstinencia es posible.
  • Podemos vivir sin sexo, no podemos vivir sin amor.
  • La ternura es una manera de amar con el cuerpo para todos los días, y tanto hombres como mujeres la necesitan.
  • Se puede aprender a manifestar ternura.

La ternura se aprende

Hilo esto con lo mencionado más arriba sobre que a algunos hombres les cuesta tener gestos de ternura sin que eso desencadene una excitación sexual. Cuando este es el caso, hay que entrenarse y aprender. No digo que sea sencillo, pero tampoco parecía fácil cuando tomasteis la decisión de esperar al matrimonio, ¿verdad? La cuestión ahí es si esa espera fue un “aguantar” sin más, o si en esa espera aprendisteis a acariciar, a besar, a abrazar… desde la afectividad y no desde la sensualidad. Si no lo aprendisteis entonces, nunca es tarde.

Como decía antes: no se trata de reprimir los impulsos, sino de tener control sobre ellos, poder elegir conscientemente cuándo y cómo darles cauce. 

Hay varios inputs que no lo ponen fácil, es verdad. En Saber amar con el cuerpo, Mikel Gozton Santamaría escribe que «habría que preguntarse si el ambiente y la imagen de hombre y de mujer que le ofrece nuestra cultura permite al hombre vivir su propio sexo como instrumento y expresión de la delicadeza y ternura propias de un amor total». Y no es solo por la pornografía (que también).

Pero no se trata solo de los obstáculos exteriores, sino de lo que uno mismo construye en su interior. Es una cuestión de virtud, la virtud de la castidad, en concreto, que es la que nos facilita que amemos bien con nuestro cuerpo, que nuestros gestos sean siempre manifestación de amor del bueno y no búsqueda egoísta del propio placer. Y también es cuestión de no conformarse con esa visión reduccionista que defiende que «a los hombres siempre les apetece», «los hombres no saben controlarse», «el hombre necesita liberar periódicamente la tensión sexual», etc. Como si el hombre no tuviera libertad.

También hay que recordar lo que señala Mariolina Ceriotti en Masculino: «El aprendizaje del autocontrol, la capacidad de dar dirección al impulso, de comprender el valor del sexo y poner el propio impulso al servicio de la capacidad de amar son competencias complejas que requieren tiempo y muchas veces avanzan, como cualquier experiencia humana, a base de ensayo y error». La autora también habla de la importancia de encontrar un buen equilibrio entre eros y ternura.

Wojtyla dice que la ternura «puede salvar al amor de los diversos peligros debidos al egoísmo de los sentidos» y que «no puede haber verdadera ternura sin una verdadera continencia».

No se trata de “aguantar”

El autodominio, además, no solo aplica a los impulsos sexuales, sino también a la propia ternura. Explica Wojtyla que la ternura no está libre de «apartarse del amor de la persona y acercarse al egoísmo de los sentidos o los sentimientos». Y ahí apela a la responsabilidad y a ser sinceros con lo que sucede en el propio interior, sin autoengañarse, sin dejarse llevar por unas ganas que pasan por encima del amor auténtico sin tener en cuenta al otro,  para estar pendientes de que esos gestos «no tomen otro significado ni se transformen en medios de satisfacer la sensualidad y las necesidades sexuales» (Wojtyla). 

Lo que resulta clave es vivir esa abstinencia periódica como virtud, y no como “aguantar”, no apretando los puños “y que pase esto rápido”, sino como oportunidad para amar. Si lo viviéramos realmente así, con amor del bueno, nos daríamos cuenta de que esos tiempos de “silencio sexual” (un término que emplea Jokin de Irala) no nos hacen perder nada en la relación, sino más bien todo lo contrario. 

Porque el “silencio sexual” no es ausencia de amor, ni ausencia de besos ni de caricias. Hay gestos de ternura que continúan expresando lo que nos queremos. Con ellos, «la unión de las personas se hace más profunda por fundarse en la afirmación del valor de la persona y no solo en un apego sensual», dice Wojtyla en Amor y responsabilidad. Hay una frase, que yo he aprendido de Eva Corujo y ella a su vez de alguien más, que dice: «En el amor no hay abstinencia sino distintas formas de quererse».

Al final, se trata de amar, todos los días, también con el cuerpo.

3. En la propia relación sexual

No me detengo mucho en este apartado, porque ya hablo de esto en concreto en «La ternura, según Nacho Cano y Karol Wojtyla» y en «Hacer el amor: el mito de la espontaneidad y cómo construir el deseo».

Como en este post estoy destacando el valor de la ternura en sí, no como sucedáneo, ni como premio de consolación, ni como fase temporal… quiero ahora resaltar que la ternura tampoco es una estrategia. No somos tiernos con el otro para conseguir una noche de pasión, aunque, obviamente, alimentar la ternura durante el día, contribuye (y mucho) a lo que pueda ocurrir después. Los gestos de ternura también pueden ayudar, una vez comenzada la relación sexual, a preparar el cuerpo de la mujer, ya que hombres y mujeres tenemos curvas de excitación, por lo general, diferentes.

Quien se ha entrenado en la ternura en mil acciones en el día a día, es fácil que muestre también mayor ternura en las relaciones sexuales. No son dos formas de amar desconectadas. Wojtyla señala que «es precisamente la facultad de penetrar los estados del alma y las experiencias de otra persona lo que puede desempeñar un papel de la mayor importancia en los esfuerzos que tienden a armonizar las relaciones conyugales».

La ternura es una forma de amar valiosa en sí misma. Y, si queremos amar bien, si queremos amar del todo, tenemos que volvernos expertos en este lenguaje del cuerpo. 


CONSEJO PRÁCTICO

Un amigo, tras leer este artículo, me comentó un consejo práctico que le había dado don Jon Borobia (ya sabéis que para mí don Jon es un sabio en estos temas) y que le había servido mucho en su vida matrimonial: «Hazte una lista de cien gestos de amor que puedes tener con tu mujer y vas intentando tachar todos los que puedas cada día».

Mi amigo me decía que parece un consejo pequeño, pero que cuando tienes que pensar cien gestos se activa la ternura ya antes de empezar a ponerlos en práctica; los primeros doce salen fácilmente, pero luego hay que estrujarse más el cerebro.

¿Os animáis a hacer la lista con los cien? Ya compartiréis ideas 😉


En esta ocasión, además de contar con la lectura y los comentarios de mi editor, he tenido la suerte que hayan leído el texto antes de publicarlo Laura Indart y Eva Corujo. Gracias a sus comentarios, pero sobre todo, a tantas y tantas conversaciones sobre este tema.


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Foto de Toa Heftiba en Unsplash

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